Existe un delicioso aroma a misterio en relación a los orígenes de las islas Canarias y de los guanches, que desaparecieron tras consecutivas oleadas invasoras. En 1821 las islas fueron declaradas provincia, pero los efectos de la Guerra Civil y de la II Guerra Mundial las abocaron a la miseria económica. No fue hasta la década de 1960, con la llegada del turismo de masas, cuando la economía insular empezó a recuperarse.
Una teoría fantástica sostiene que las islas Canarias son los restos del legendario continente sumergido de la Atlántida. La explicación más científica y menos romántica es que el archipiélago de Macaronesia representa una parte diminuta de unos volcanes submarinos inmensos. El Teide, en Tenerife, no solo es la montaña más alta de España, sino que medido desde el fondo oceánico es el tercer volcán más alto del planeta.
La datación por carbono de los escasos restos arqueológicos hallados en las islas indica que los primeros pobladores llegaron alrededor del 2000 a.C., aunque es probable que hubiera una ocupación anterior, y en Fuerteventura se han encontrado huesos de cabra fechados en el 3000 a.C. Es posible que los fenicios y sus sucesores, los cartagineses, echaran un vistazo a las islas más orientales del archipiélago durante sus exploraciones de la costa atlántica norteafricana. Algunos historiadores creen que una expedición fenicia desembarcó en las islas en el s. XII a.C. y que el cartaginés Hannón el Navegante las visitó en el 470 a.C.
Lo que sí se sabe es que el Imperio romano derrotó a Cartago en la Tercera Guerra Púnica en el 146 a.C. Sin embargo, no parece que los romanos tuvieran demasiado interés en investigar las legendarias islas, a las que conocían como Insulae Fortunatae (islas Afortunadas). Pasado un siglo y medio, poco después del nacimiento de Cristo, los romanos recibieron informes vagamente fiables escritos por Plinio el Viejo y basados en los relatos de una expedición que llevó a cabo hacia el 40 a.C. Juba II, un rey vasallo de la África del norte romana. En el 150 d.C., el geógrafo egipcio Tolomeo ubicó con bastante precisión la posición de las islas por estima, trazando un meridiano imaginario que señalaba el fin del mundo conocido y pasaba por El Hierro.
Altos, rubios y bien parecidos; la cuestión de cómo llegaron los guanches a las islas ha desconcertado a los historiadores durante siglos. ¿Descendían acaso de aventureros nórdicos perdidos? ¿O eran inmigrantes celtas de la península Ibérica, probablemente relacionados con los vascos?
Ni lo uno ni lo otro: según el análisis del ADN extraído de cráneos guanches de Gran Canaria y Tenerife, el origen de este pueblo se encuentra en el norte de África, y sus parientes más cercanos serían los norteafricanos de ascendencia bereber. Las semejanzas en los topónimos, las prácticas funerarias y los grabados rupestres de los guanches sugieren también un vínculo con el norte de África. Lo poco que se conoce del desaparecido idioma guanche se asemeja a las lenguas bereberes, y entre los bereberes se dan casos de personas con ojos azules y cabello más o menos rubio.
En cuanto a cifras, antes de la conquista del s. XV se cree que la población guanche sumaba aproximadamente 30 000 individuos en Gran Canaria y Tenerife, más de 4000 en La Palma, más de 1000 en El Hierro y unos centenares en Lanzarote y Fuerteventura.
Tras la caída del imperio romano, Europa entró en las sombras de la Alta Edad Media y las Canarias desaparecieron del radar durante más de mil años. No existe ningún documento escrito de visitas a las islas hasta principios del s. XIV, cuando el capitán genovés Lanzarotto (o Lancelotto) Malocello se topó con la isla que más tarde llevaría su nombre: Lanzarote.
La conquista de las islas comenzó a fondo en 1402, cuando el noble y aventurero normando Jean de Béthencourt partió de La Rochelle con un pequeño y mal pertrechado grupo en dirección a las islas Canarias. Y así comenzó un largo e ignominioso capítulo de invasión, traición y fracasos. Muchos guanches perecieron o fueron vendidos como esclavos en el siglo siguiente, y el resto fue absorbido por la sociedad invasora.
La variopinta tripulación de Bethencourt desembarcó primero en Lanzarote, en aquel momento gobernada por el mencey (rey) Guardafía. No hubo resistencia y Bethencourt estableció un fuerte en Fuerteventura.
Y hasta ahí llegó. Al quedarse sin suministros y con muy pocos hombres para su empresa, marchó a Castilla, a fin de ganarse el respaldo de la corona. Fuerteventura, El Hierro y La Gomera cayeron enseguida bajo el mando castellano. Bethencourt, nombrado señor de las cuatro islas por Enrique III de Trastámara, fomentó el asentamiento de agricultores de su tierra natal normanda y empezó a obtener beneficios. En 1406 regresó definitivamente a Normandía y dejó a su sobrino Maciot al mando de sus posesiones atlánticas.
Lo que sucedió a continuación no puede definirse precisamente como una de las empresas coloniales más nobles del mundo. Caracterizada por las disputas y alguna que otra revuelta entre los colonos, la presencia europea no hizo nada por los isleños, cada vez más oprimidos, en los años que siguieron a la partida de Bethencourt.
Se recaudaban unos impuestos altísimos, que Maciot se incautó para perpetrar incursiones frustradas en las tres islas que permanecían independientes. Para rematar el asunto, Maciot vendió a Portugal sus derechos sobre las cuatro islas (heredados de su tío). Portugal no reconoció la soberanía española sobre las Canarias hasta 1479, en virtud del Tratado de Alcaçovas (a cambio, España reconocía el dominio portugués sobre las Azores, Cabo Verde y Madeira).
Maciot falleció en el exilio autoimpuesto en Madeira en 1452. Una serie de pequeños nobles peninsulares gobernaron después las islas Canarias con escaso éxito.
En 1478 llegó un nuevo comandante con fuerzas nuevas y órdenes de los Reyes Católicos de acabar definitivamente la campaña de Canarias. A pesar de ser inmediatamente atacados por un ejército de 2000 hombres en el emplazamiento actual de Las Palmas de Gran Canaria, salieron victoriosos y arremetieron después contra el guanarteme (jefe isleño), Tenesor Semidan, en un ataque naval en Gáldar. Semidán fue enviado a España, donde se convirtió al cristianismo, y regresó en 1483 para convencer a sus compatriotas de que abandonaran la lucha. A pesar de que le obedecieron, siguieron 20 años de lucha y un intento fallido de deportar a cientos de isleños desde Las Palmas de Gran Canaria para ser vendidos como esclavos en España. Pero los canarios se enteraron del vil plan y obligaron a los barcos que los transportaban a atracar en Lanzarote.
En mayo de 1493, el comandante español Alonso Fernández de Lugo llegó a Tenerife junto con 1000 soldados de infantería y 150 de caballería, entre ellos aborígenes de Gran Canaria y La Gomera. En lo que se conoce como la primera batalla de Acentejo, Lugo cayó ante las fuerzas guanches, que contaban con la ventaja de conocer el terreno montañoso.
El 25 de diciembre de 1494, 5000 guanches bajo el mando del mencey Bencomo fueron vencidos de forma aplastante en la segunda batalla de Acentejo. El lugar de la refriega, pocos kilómetros al sur de La Matanza, todavía se llama La Victoria. En el mes de julio siguiente, cuando Fernández de Lugo marchó hacia el valle de la Orotava para enfrentarse al sucesor de Bencomo, Bentor, los guanches, enfermos y desmoralizados, no estaban en condiciones de resistirse. Bentor se rindió y así concluyó la conquista. Se tardaron dos años en acabar con los focos de resistencia y Bentor acabó suicidándose.
Pasados cuatro años desde la toma de Granada y la reunificación de la España cristiana, los Reyes Católicos pudieron celebrar la conquista, tras 94 años de lucha, del archipiélago atlántico. Este podría considerarse el primer paso para la colonización del Nuevo Mundo.
A principios del s. XVI, Gran Canaria y Tenerife en particular atrajeron un constante flujo de colonos de España, Portugal, Francia, Italia e incluso Gran Bretaña. Cada isla tenía su propia autoridad local y la caña de azúcar se convirtió en la principal exportación canaria.
El descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 por Cristóbal Colón, que hizo escala en el archipiélago varias veces de camino a América, resultó ser una moneda de dos caras. Trajo consigo un abundante comercio transatlántico, pero también provocó que la producción de azúcar se desviara a tierras americanas, donde salía más barata. La economía local fue rescatada solo por la creciente demanda de exportación de vino, en especial de Gran Bretaña, que se producía sobre todo en Tenerife.
Las islas más pobres, especialmente Lanzarote y Fuerteventura, se quedaron estancadas, y sus habitantes se ganaban la vida con el contrabando y la piratería frente a la costa de Marruecos, actividad esta última que era parte de un juego de toma y daca con los marroquíes desde hacía siglos.
El control español de las islas no careció de desafíos. El ataque más espectacular lo perpetró el almirante Robert Blake, uno de los tres “generales del mar” de Oliver Cromwell, que en 1657 aniquiló en Santa Cruz de Tenerife a toda una flota de Indias española perdiendo un solo barco.
El hostigamiento británico culminó en 1797 con el ataque del almirante Horatio Nelson en Santa Cruz. Fue enviado allí para interceptar otro barco cargado de tesoros, pero no solo fracasó en su intento de tomar la ciudad, sino que perdió el brazo derecho durante la batalla.
De forma más bucólica, en 1799 el ilustre explorador y botánico Alexander von Humboldt se detuvo brevemente en Tenerife de camino a Sudamérica. Parece que cuando contempló el valle de la Orotava dijo que era “la visión más fascinante que se hubiera visto”. Este comentario y su elogio general de las islas contribuyeron a la posterior popularidad de Canarias y su principio como lugar turístico, en un principio reservado para las élites. No fue hasta un siglo más tarde cuando el turismo se convirtió en una fuente viable para la economía local.
Dentro de Canarias se fraguó una amarga enemistad entre Gran Canaria y Tenerife por la supremacía del archipiélago.
Cuando Canarias fue declarada provincia en 1821, se nombró a Santa Cruz de Tenerife su capital. Las disputas entre las dos islas principales continuaron al rojo vivo y Las Palmas no paraba de demandar que la provincia se dividiera en dos.
Finalmente, en 1927 el Gobierno decidió dividir las Canarias en dos provincias: Tenerife, La Gomera, La Palma y El Hierro en el oeste y Fuerteventura, Gran Canaria y Lanzarote en el este. Los principales cultivos eran los plátanos y los tomates y, aún hoy, constituyen importantes materias de exportación en el sector agrícola. Más inusual resulta la introducción de la cría de la cochinilla, que se convirtió en una de las industrias más importantes, sobre todo en Lanzarote. Este insecto es un parásito que se alimenta de las chumberas y se cultiva por su tinte, aunque la industria disminuyó drásticamente con la aparición de los tintes sintéticos.
La emigración a América fue muy amplia durante los ss. XIX y XX. Algunos pueblos se quedaron prácticamente sin población masculina joven. El éxodo continuó incluso después de la Guerra hispano-estadounidense (1898), cuando Cuba y Puerto Rico dejaron de ser territorios españoles. Cuba fue, en principio, el país más solicitado, seguido de Venezuela, y la tendencia aumentó considerablemente después de la Guerra Civil española, una época de mucha miseria, con racionamiento, escasez de alimentos y un mercado negro en auge. En la década de 1950, la situación era tan desesperada que 16 000 personas emigraron de forma clandestina, sobre todo a Venezuela. Un tercio de los que trataron de huir perecieron en el mar.
En la década de 1930 aumentó el miedo a un golpe de Estado. En marzo de 1936, el Gobierno republicano decidió nombrar al general Franco, un veterano de las guerras españolas en Marruecos y muy respetado por la Legión, capitán general de Canarias.
Las sospechas de que este estaba implicado en un plan para derrocar la Segunda República estaban bien fundadas. Cuando las guarniciones progolpistas de Melilla se alzaron de forma prematura el 17 de julio, Franco estaba preparado. Con el pretexto de asistir al entierro del gobernador militar de Las Palmas (muerto en extrañas circunstancias el 14 de julio), Franco se trasladó de Tenerife a Gran Canaria, donde proclamó el estado de guerra en todo el archipiélago, y de ahí voló a Marruecos para ponerse al frente de la sublevación. Aunque prácticamente no hubo batallas en las islas, los nacionales no tardaron en reprimir a todo aquel vagamente sospechoso de albergar simpatías republicanas, incluidos escritores, artistas, profesores y políticos.
La miseria económica de la posguerra en la España peninsular fue compartida por las islas y muchos canarios siguieron emigrando. Durante la II Guerra Mundial, Winston Churchill desarrolló (pero nunca activó) un plan para tomar las Canarias y utilizarlas como base naval, en caso de que Gibraltar fuera invadido por España. Al mismo tiempo, cesaron las exportaciones a Europa.
Cuando Franco decidió abrir las puertas de España a los turistas del norte de Europa aboliendo los visados turísticos en 1959, las Canarias se beneficiaron tanto como la Península. Pronto comenzarían a llegar a las islas cantidades ingentes de turistas.
El nacionalismo canario, un fenómeno siempre marginal, empezó a emerger en oposición a Franco. Antonio Cubillo fundó en 1963 el MPAIC (Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario) para promover la secesión de España y se embarcó en una campaña terrorista a finales de los años setenta, que incluyó la colocación de un explosivo en un centro comercial de Las Palmas de Gran Canaria en 1976. Hubo también amenazas de bomba, y la explosión de un artefacto en el aeropuerto internacional de Gran Canaria contribuyó indirectamente al peor desastre de la historia de la aviación: en marzo de 1977, dos Boeing 747 (uno de KLM y otro de Pan Am) fueron desviados al congestionado aeropuerto de Los Rodeos (hoy Tenerife Norte) y colisionaron en la pista. Murieron 583 personas. Cubillo dio esquinazo a las autoridades españolas y voló a Argelia en 1963, pero en 1985 se le permitió regresar a España.
En 1978 se aprobó la actual Constitución Española, que tiene como uno de sus pilares centrales el traspaso de competencias del Estado central a las autonomías. De este modo, en agosto de 1982, las Canarias se convirtieron en una comunidad autónoma con dos provincias.
La principal fuerza política de las islas Canarias desde su primera victoria electoral autonómica en 1993 es Coalición Canaria (CC). Aunque no pretende la independencia de España (que sería improbable), antepone los intereses de las islas a las consideraciones nacionales.
A lo largo de las dos últimas décadas, la inmigración procedente de África y otras partes del mundo ha modificado drásticamente la demografía canaria y ha obligado a las islas a replantearse su relación con el continente africano. La UE también ha fomentado la relación entre las islas Canarias y África, con el fin de tender un puente con el bloque comercial europeo. Desde la década de 1990, la cooperación con África es una de las principales prioridades de Canarias, que ha establecido acuerdos bilaterales con Marruecos, Mauritania, Cabo Verde y Senegal.