Es difícil remontarse más allá de los celtas, pero ya antes de ellos existían grupos humanos en Galicia con una avanzada organización social. La romanización hizo descender a los castreños de las montañas y pobló todo el territorio con sobresalientes urbes. La Edad Media y la Modernidad sumieron Galicia en una lucha de poder que acabó por finiquitar la importancia y la relación con el norte de Portugal que se había mantenido desde la etapa romana.
Los primeros moradores de Galicia de los que se tiene noticia son los kallaikoi o callaici, vocativos germen del posterior Gallaecia que originó el nombre Galicia o Galiza. No está claro si estos pertenecían al pueblo celta o bien llegaron antes que ellos y convivieron después todos juntos. A pesar de que no hay abundantes restos, sí se sabe que esta sociedad habría cubierto buena parte del territorio gallego. Además de yacimientos, algunos de ellos todavía en proceso de estudio, se conservan petroglifos y monumentos funerarios megalíticos, llamados dólmenes o mámoas. Llama la atención que la mayoría de ellos se encuentran desprotegidos; permanecen al aire libre tal y como los dejaron sus creadores hace miles de años.
Entre los años 1800 y 1900 a.C. aparece con fuerza la cultura castreña, la que desarrollan los celtas en el norte de la península Ibérica. La historia de este pueblo presenta todavía muchas lagunas en cuanto a su jerarquización social y creencias. Los mayores yacimientos que conserva Galicia son los llamados castros, los asentamientos en los que vivían estas gentes y que se encuentran por todo el territorio. Las viviendas son circulares, con tan poca distancia entre sí que en muchas ocasiones ni siquiera forman un pasillo para transitar. Son construcciones de piedra que se techaban con paja y siempre se encuentran en puntos altos, seguramente como ventaja estratégica y protección contra algún ataque.
Algunos de estos asentamientos han revelado la convivencia entre celtas y romanos. La romanización llegó a esta esquina de la península a partir del s. II a.C.; sin embargo, Galicia tardó más en integrarse dentro del Imperio. De la oposición a la conquista han nacido múltiples leyendas que otorgan a este pueblo un gran valor y apego por la tierra.
La provincia romana de Gallaecia era mucho más extensa de lo que hoy es la región, pues abarcaba también el norte de Portugal y parte de Castilla, así como León, Asturias y Cantabria. Se conservan excelentes huellas romanas en Galicia, como la magnífica muralla de Lugo, la Torre de Hércules de A Coruña, el campamento de Bande, el puente viejo de Ourense, etc. Lugo fue fundada por los romanos como ciudad estratégica conectada con Braga y Astorga, otras dos urbes de relevancia para el gobierno y comercio imperiales.
Los romanos dejaron también un patrimonio intangible, el de la lengua. El latín derivó en esta región en gallego, pero aún se conservan palabras de origen celta como bico, “beso”; braña, “prado” o choco, “sepia”.
El sincretismo de estas dos culturas se produjo también en el terreno espiritual. Una vez el Imperio romano reconoció el cristianismo como religión oficial con el Edicto de Milán (s. IV d.C.), ritos paganos y católicos se fueron entremezclando y aún hoy perviven en la religiosidad popular de muchos lugares de Galicia. En Muxía, por ejemplo, el santuario de la Virxe da Barca se ubica donde antes se adoraban los elementos naturales y aún hoy se sigue venerando una serie de piedras que se hallan junto a su atrio y que, dicen, tienen poderes curativos.
A partir de la caída del Imperio romano, Galicia entra en un período de inestabilidad promovida por la invasión de los pueblos germánicos. Los primeros en asentarse fueron los suevos, que después se enfrentaron a los visigodos por el dominio del territorio. Estos alcanzaron, tras varios intentos, el poder de lo que hoy es Galicia y, entre contienda y contienda, el pueblo se fue cristianizando. Tras la dominación visigoda, que constituyó el primer Reino de Galicia, y el paso de los musulmanes por la mayor parte de la península, Galicia encara una nueva etapa monárquica bajo el dominio de Alfonso I (VIII), rey de Asturias, que establece en aquella zona su corte.
Durante el reinado de Alfonso II se descubre el supuesto sepulcro del apóstol Santiago, hecho que determinará el devenir de Galicia. Comienza entonces una ruta de peregrinaje que se extendió por todos los rincones de Europa. Por ella llegaban las nuevas corrientes culturales, políticas y sociales. El estilo románico impregnó la arquitectura y son abundantes las muestras que han llegado hasta nuestros días. Sin duda, la más importante es la propia catedral de Santiago, que sentó además las bases de un estilo propio, el del románico compostelano, con el Maestro Mateo como su mayor exponente.
La pelea más encarnizada por el trono de Galicia comienza con la muerte de Alfonso III el Magno. Este deja a sus tres hijos sus posesiones. A Ordoño (que será II de León) le corresponde Galicia, que territorialmente ya se asemeja más a lo que es hoy. Pero el hermano de Ordoño, que había heredado el reino de León, muere y aquel ocupa su lugar, con lo que los dos territorios se aglutinan de nuevo bajo un mismo cetro. Ordoño II establece su lugar de mando en la zona castellana.
El Reino de Galicia va ganando y perdiendo su independencia según la herencia correspondiente; incluso llega a repartirse en condados entre varias familias, desgajando el norte de Portugal. Mientras, los habitantes tienen que hacer frente a los ataques vikingos y normandos que agravan las ya complicadas condiciones de vida.
En el s. XI el primer arzobispo de Santiago de Compostela manda construir una catedral para guardar los supuestos restos del apóstol Santiago. El arzobispo promueve la peregrinación y también la obra Historia compostelana, una recopilación de documentos que dan cuenta del origen de la diócesis.
Ya en el s. XIII, Fernando III integra bajo la Corona de Castilla los reinos de León y Galicia. Aunque se merma su independencia, Galicia no pierde su denominación de reino ni su división en siete provincias: Santiago, A Coruña, Betanzos, Lugo, Mondoñedo, Ourense y Tui.
A Fernando le seguirá Alfonso X el Sabio, quien compondrá las Cantigas de Santa María, testimonio que acredita la lengua gallega como vehículo de creación literaria en las esferas más altas de la sociedad. A esta obra se le unen otros escritos que recogen la tradición oral de la lírica galaicoportuguesa y que han sobrevivido en manuscritos, como las cantigas de Martín Códax recogidas en el Pergamino Vindel.
A pesar de estos hitos, da comienzo una época de ostracismo para la región, debido a la centralización de la administración fuera del territorio y a la pérdida del gallego en las clases altas, pues los cargos de gobierno son ocupados por nobles castellanos.
En el s. XIV un nuevo conflicto de sucesión acercó los reinos de Galicia y Portugal, pues los gallegos preferían ser gobernados por Fernando de Portugal antes que por Enrique de Trastámara, quien había matado al rey Pedro I. Esto supuso la intromisión por primera vez de la casa de Trastámara. Fernando de Portugal llegó a alcanzar el poder, pero Enrique de Trastámara lo recuperó rápidamente. Aunque la familia tuvo que volver a cederlo por un breve periodo, el matrimonio entre Enrique III de Castilla, nieto de Enrique de Trastámara, y su prima Catalina de Lancáster puso paz en el conflicto sucesorio.
Entre 1467 y 1469 se produce una sublevación social importantísima conocida como Revuelta Irmandiña. Los abusos llevados a cabo por parte de las poderosas familias nobles gallegas y la Iglesia, unidos a una conjunción de desgracias como malas cosechas y epidemias, hicieron que el pueblo, junto a la baja nobleza y algunos clérigos, se rebelase contra el poder. Los linajes Lemos, Andrade y Moscoso fueron diana de los ataques, que no pretendían matar a los señores, sino acabar con todos sus bienes para expulsarlos, de ahí que en Galicia se conserven pocos castillos medievales y que muchos de ellos tengan desperfectos significativos.
El Reino de Galicia entra en la Edad Moderna supeditado a la corona castellana y, aunque intenta tener representación propia, todas las tentativas son anuladas. Se convierte además en objetivo militar debido a las contiendas con Portugal e Inglaterra. Las embestidas de los corsarios son continuas a lo largo de toda la costa y algunas batallas, como la que forjó la leyenda de María Pita, salvadora de A Coruña frente a los ingleses, destruyeron poblaciones y acabaron con sus habitantes.
No obstante, en este cambio de época hay algunos hechos históricos notorios para Galicia, como el establecimiento de la primera imprenta, aunque todavía muy vinculada a la Iglesia, y la aparición de la cultura humanística y el arte renacentista. En el s. XVI la escuela catedralicia compostelana accede a la categoría de estudio general, el germen de la Universidad de Santiago, nacida en 1495.
En los siglos siguientes Galicia se mantiene con una economía primaria de autosubsistencia y no participa ni de la revolución agrícola ni de la industrial que vive Europa durante el s. XVIII. A pesar de que sí se establece como punto del libre comercio con América a partir de las Reformas Borbónicas, el intercambio en Galicia es dificultoso por su orografía y básico por sus productos. El haz de luz en esta época lo pondrán eruditos como el padre Martín Sarmiento y el padre Feijoo, escritores sabios que contribuyeron a la mejora de la región.
No obstante, el gran apogeo literario llegará con el s. XIX, gracias a autores imprescindibles como Rosalía de Castro y Eduardo Pondal, cuyas obras influyen todavía hoy en la creación artística, no solo literaria, de Galicia. Este período se conoce como Rexurdimento (“Resurgimiento”), porque se revitaliza el uso de la lengua gallega. Se considera como su fecha de arranque 1863, año de la publicación de Cantares gallegos, de Rosalía. A través de la literatura se rechazan los llamados séculos escuros (siglos oscuros) en los que tanto la lengua como la propia identidad gallega habían sino denostadas. Se trabaja en la revalorización de la identidad local, en la recuperación de la rica tradición de las cantigas galaicoportuguesas, se ahonda en las leyendas que unen a los pueblos celtas y gallegos, y aparecen textos políticos que destacan las particularidades de la región.
A principios del s. XX, el movimiento desemboca en la creación de As Irmandades da Fala, que comienzan a publicar a través de la revista Nós, la cual acabará dando nombre a una nueva generación. Esta se desvincula del folklore y del castellano y acerca la cultura gallega a las ideas europeístas. De esta época es el genial Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, artista polifacético donde los haya, que firmó la obra Sempre en Galiza. Este texto se considera la base principal del nacionalismo gallego.
En 1936 Galicia aprobó en referéndum su Estatuto de Autonomía, reconociendo el gallego como lengua oficial, pero no llegó a ser aplicado. Estas aspiraciones quedaron truncadas por el estallido de la Guerra Civil y la posterior dictadura de Francisco Franco. Las duras condiciones económicas, políticas y sociales que se vivieron en Galicia provocan una emigración masiva, especialmente hacia América, Alemania y Suiza. Este exilio no solo influyó en el desarrollo, sino que dejó huella en la idiosincrasia gallega. Fueron los exiliados quienes mantuvieron viva la cultura, editando fuera de Galicia y enviando los escritos de contrabando.
La dictadura franquista fustigó a una ya maltrecha comunidad, oprimida especialmente en la expresión de su cultura. Con la llegada de la democracia se aprobó un Estatuto de Autonomía en 1981 que proporcionó el marco político y con el que se rige hoy. La Comunidad gallega salió malparada de la dictadura, pues en ese período apenas se desarrolló la industria, la demografía sufrió un descalabro y los índices de analfabetismo fueron elevados. Sin embargo, en poco tiempo Galicia ha alcanzado un nivel de bienestar considerable. La aparición de la industria, concentrada en la franja costera; la mejora de las comunicaciones y el del turismo han servido para incentivar el crecimiento económico. Las universidades de Santiago, Vigo y A Coruña atraen a cientos de estudiantes cada año, se ha recuperado la creación artística y se ha elevado la consideración de la cultura popular.
El gallego, en cambio, vive un momento delicado, puesto que pierde hablantes cada año y en el 2017 dejó de ser la lengua madre de la mayoría de los residentes en la comunidad.