Por su posición estratégica en el mar más disputado de Europa, Mallorca fue pieza clave en los grandes sucesos de la historia mediterránea, unos acontecimientos que la transformaron radicalmente una y otra vez. No obstante, a pesar de su amplia experiencia en invasiones, guerras, prosperidad y hambrunas, rara vez ha estado en el centro de los grandes asuntos europeos.
La historia de Mallorca comienza con una serie de misterios sin resolver, con una cultura cuyos talayotes, unas torres vigía de piedra que siguen intrigando a los arqueólogos, son una de las pocas señales de su presencia. El pueblo talayótico dominó la isla hasta la llegada de los romanos en el s. II a.C. La Mallorca romana permaneció en gran medida en paz hasta que los vándalos la arrasaron en el 426 d.C. Un siglo más tarde, la cedieron a los bizantinos, pero fueron los ejércitos musulmanes los que llevaron el bienestar y la convivencia religiosa a la isla, que gobernaron durante más de 300 años desde principios del s. IX. En 1229, Jaime I la conquistó, y desde entonces permaneció en manos cristianas (y, en su mayor parte, catalanas). Durante los siglos posteriores, la vida era bastante dura para la población rural mallorquina, que estaba a merced de propietarios absentistas. También se vio azotada por los vientos de cambio que soplaron desde la España peninsular, con cuestiones tan magnas como la sucesión real o tan lamentables como la devastadora Guerra Civil.
Tras la guerra, especialmente a partir de la década de 1960, Mallorca fue totalmente transformada por el turismo de masas, que la sacó de varios siglos de hastío provinciano para impulsarla a un cosmopolitismo de nuevos ricos un tanto forzado.
Las Baleares se separaron de la España continental hace 8 millones de años. La fauna autóctona vivió en espléndido aislamiento hasta hace 9000 o 10 000 años, cuando los primeros pueblos mesolíticos llegaron de la Península Ibérica en rudimentarias naves.
Las primeras huellas de la presencia humana en la isla datan del 7200 a.C. aproximadamente. En los 6000 años siguientes, su población estuvo formada por distintos grupos o tribus de cazadores recolectores que vivían principalmente en cuevas y otros refugios naturales. Hacia el 2000 a.C. se empezaron a construir monumentos funerarios megalíticos.
Se produjo un profundo cambio hacia el 1200 a.C., cuando la población de Mallorca y Menorca se vio arrollada por la llegada de tribus guerreras que venían probablemente de Asia Menor. Hoy se las conoce como el pueblo talayótico, debido a las construcciones y poblados que dejaron tras de sí. Los talaiots son su distintivo para la posteridad. Estas edificaciones de piedra circulares, y a veces de base cuadrada o en forma de casco de barco, evidencian que era una sociedad organizada y jerárquica. Los más comunes eran los talayotes circulares, que alcanzaban los 6 m de altura y tenían dos plantas. ¿Eran un símbolo del poder de los jefes locales o su lugar de enterramiento? ¿Servían de almacén o como defensa? ¿Eran lugares religiosos? Había al menos 200 poblados talayóticos en la isla. En ellos se han encontrado restos de cerámica sencilla, junto con artefactos de bronce (espadas, hachas y collares).
En la Antigüedad, Mallorca y Menorca eran conocidas como las islas Gimnesias. El nombre deriva de una palabra que significa “desnudo” (al parecer, algunos isleños no se cubrían demasiado). Se cree que la sociedad talayótica estaba dividida en una élite gobernante, una amplia clase marginada dedicada a la agricultura de subsistencia y los esclavos. Se desconoce si poseían un lenguaje escrito.
El contacto con el mundo exterior llegó a través de los comerciantes griegos y fenicios. Los cartagineses quisieron introducirse en Mallorca sin conseguirlo; lo que sí hicieron fue enrolar a mallorquines como mercenarios. Los baleares eran muy diestros en el manejo de la honda y los honderos mallorquines y menorquines (foners en catalán) se llamaban a sí mismos “baleares”, término cuya posible raíz griega tiene el significado de “lanzar”; así sus islas empezaron a conocerse como Baleares. Adquirieron renombre como mercenarios y en los ejércitos cartagineses lanzaban descargas de proyectiles ovales de entre 4 y 6 cm sobre el enemigo, antes de la intervención de la infantería. También portaban dagas o espadas cortas para el combate cuerpo a cuerpo, aunque apenas llevaban protección. Estaban con los cartagineses cuando estos vencieron a los griegos en Sicilia en el s. v a.C. y posteriormente en las Guerras Púnicas contra Roma.
El cónsul romano Quinto Cecilio Metelo desembarcó en Mallorca en 123 a.C., probablemente en el sur, cerca de la playa de Trenc. Iba precavido y sabía que los honderos isleños podían hundir sus naves lanzándoles pesadas piedras a la línea de flotación. Puso en práctica una idea novedosa y, de hecho, inventó los primeros navíos acorazados, empleando gruesas pieles y cueros. Atónitos ante su incapacidad de infligir un daño serio, los guerreros mallorquines huyeron al interior ante el avance de los soldados romanos. En dos años, la isla estaba pacificada.
Metelo mandó traer 3000 repobladores de la Iberia peninsular y fundó dos campamentos militares, trazados con el habitual esquema romano de dos vías principales perpendiculares entre sí (el decumanus y el cardus maximus). Con el nombre de Palmeria o Palma y Pol·lèntia, pronto fueron las principales poblaciones de Mallorca. La más importante de las dos era Pol·lèntia, hábilmente situada entre las bahías de Pollença y Alcúdia.
Pol·lèntia se embelleció con magníficos edificios, templos, un teatro y otras construcciones. Como testimonio, allí están las ruinas romanas más significativas de la isla. En esa época, algunos ciudadanos romanos optaron por la vida rural y se construyeron grandiosas villas en el campo. No se conserva ninguna, pero resulta tentador considerarlas como las antecesoras de las alqueries (alquerías) árabes y de las possessions (fincas rurales) mallorquinas.
La población indígena fue adoptando lentamente la lengua y las costumbres romanas, aunque siguió viviendo en sus propios poblados. Plinio el Viejo escribió que el vino de Mallorca era tan bueno como el de Italia, y también se apreciaban el trigo y los caracoles isleños.
El cristianismo ya había llegado a la isla en el s. IV d.C., según indican restos arqueológicos como las ruinas de la basílica paleocristiana del s. V en Son Peretó. Por entonces, se avecinaban tiempos revueltos, que comenzaron cuando los bárbaros atacaron el Imperio romano. En 426 las Baleares sufrieron el saqueo de los vándalos, tribu germana del este que entró a saco en los territorios de Roma. Y 40 años más tarde, tras haber penetrado en España para establecerse en el norte de África, los vándalos regresaron para conquistar las islas. Su presencia allí duró hasta que el emperador Justiniano decidió reconstruir el Imperio romano. Su infatigable general Belisario los derrotó en el norte de África en el 533 y tomó las Baleares un año después. Tras la muerte de Justiniano en el 565, el control bizantino de los territorios del Mediterráneo occidental se debilitó rápidamente. Cuando los musulmanes barrieron el norte de África en los albores del s. VIII, las islas Baleares eran un enclave cristiano independiente.
En el 902, la mala mar obligó a Isam al-Jaulani, noble árabe de al-Ándalus, a refugiarse en el puerto de Palma. Durante su estancia llegó a la conclusión de que la ciudad podía y debía ser tomada, junto con toda Mallorca y el resto de las Baleares, para incorporarla al Califato de Córdoba. De vuelta a Córdoba, el califa Abdallah le encomendó esa misión y Al-Jaulani regresó con un equipo de reconocimiento en el 902 o 903.
Palma cayó rápidamente y Al-Jaulani fue nombrado valí (gobernador) de lo que los árabes llamaron las islas orientales de al-Ándalus. Sin embargo, tuvo que vérselas con los focos de resistencia de las guerrillas cristianas durante ocho años. Cuando murió en el 913, ya había pacificado las islas y empezado la expansión y mejora de la única ciudad del archipiélago, entonces llamada Medina Mayurka (Ciudad de Mallorca).
Los musulmanes dividieron la isla en 12 distritos y el siguiente siglo fue de esplendor para Mallorca. Introdujeron avanzados sistemas de regadío y con ellos prosperaron las alqueries (alquerías). Medina Mayurka se convirtió en una de las ciudades más cosmopolitas de Europa. A finales del s. XII contaba con 35 000 habitantes, lo que la situaba a la par de Barcelona y Londres. El al-qasr o alcázar (Palau de l’Almudaina) se construyó sobre un fuerte romano, y la gran mezquita, en el lugar que hoy ocupa la catedral. Al levantarse la muralla que rodeaba el nuevo barrio de Rabad al-Jadid (más o menos Es Puig de Sant Pere), la villa alcanzó la extensión que mantendría hasta finales del s. XIX. Era una típica ciudad musulmana medieval, una medina como Marrakech o Fez. De ese laberinto quedan pocas callejuelas, ahora llamadas estrets (estrechos). Medina Mayurka mantenía muy buenas relaciones con el resto del mundo musulmán en el Mediterráneo occidental, aunque en el 1075 los emires (príncipes) de las islas orientales eran independientes de la jurisdicción peninsular.
Los sucesores de Al-Jaulani dedicaron mucha energía a la piratería, que a principios del s. xii era la principal fuente de ingresos de las islas, aunque tales actividades encolerizaron a las potencias mercantiles cristianas. En 1114, una escuadra de 500 naves con 65 000 soldados pisanos y catalanes desembarcó en Mallorca e inició una sangrienta campaña. En abril del año siguiente entraban en Medina Mayurka. Agotados tras 10 meses de lucha, abandonaron la isla cargados con el botín, los prisioneros y los esclavos cristianos liberados, al recibir noticia de que una escuadra musulmana de apoyo había zarpado del norte de África.
En 1116 Mallorca entró en una nueva época cuando en la España peninsular tomaron el poder los almorávides, tribu bereber de Marruecos. Las Baleares alcanzaron nuevas cimas de prosperidad, sobre todo bajo el valí Isaac, que gobernó entre 1152 y 1185. En 1203, Mallorca cayó en poder de los almohades, que habían tomado el control de al-Ándalus.
Estas luchas intestinas entre facciones musulmanas no podían pasar desapercibidas en la España cristiana, donde la Reconquista había tomado un nuevo ímpetu tras la derrota aplastante de los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). En 1250, los cristianos reconquistaron Valencia, Extremadura, Córdoba y Sevilla, y expulsarían a los últimos musulmanes de Portugal. En ese contexto no sorprende que se urdiera un plan para reconquistar también las Baleares, sobre todo cuando Mallorca seguía siendo una importante base de la piratería que dificultaba seriamente el comercio marítimo cristiano.
El 5 de septiembre de 1229, una escuadra de 155 navíos con 1500 soldados de caballería y 15 000 de infantería a bordo zarpaba de los puertos catalanes de Barcelona, Tarragona y Salou rumbo a Mallorca. Jaime I de Aragón (1208-1276), que entonces tenía 21 años y más tarde sería llamado el Conquistador (Conqueridor en mallorquín), se comprometió a tomar las Baleares y acabar con su piratería. Desembarcó en Santa Ponça y, tras dos rápidas escaramuzas, marchó sobre Medina Mayurka para sitiarla. El 31 de diciembre, los cristianos quebraron las defensas de la ciudad y la saquearon sin piedad. En los meses siguientes, Jaime I persiguió a las tropas enemigas por la isla, sin hallar gran resistencia.
Una vez completada la conquista de Mallorca, Jaime I repartió la isla entre sus lugartenientes y aliados. Alqueries, rafals (aldeas) y pueblos pasaron a manos de sus nuevos senyors (señores). Muchos sitios cambiaron de nombre, aunque un buen número lo mantuvo. Son vestigios árabes los topónimos que empiezan con Bini (hijo de). Muchos tomaron el nombre de su nuevo señor, precedido por la partícula son o sa que indica propiedad, cuya traducción libre sería “que es de…”. Jaime I registró el reparto del botín en su Llibre del Repartiment.
Las prioridades del rey eran un rápido programa de construcción de iglesias, la cristianización de la población insular y el envío de repobladores procedentes de Cataluña, en su mayoría de los alrededores de Girona. Durante el siglo siguiente a la conquista, Ciutat (ciudad) acogía al grueso de la población de la isla. La Part Forana (parte foránea, fuera de Ciutat) se dividió en 14 distritos, aunque todo el poder se concentraba en Ciutat. Por debajo del rey, el gobierno del día a día era desempeñado por seis jurats o magistrados.
Los repobladores catalanes cristianos impusieron su religión, su lengua y sus costumbres en la isla, y la mayor parte de la población musulmana fue esclavizada. A los que no huyeron ni quisieron resignarse a su suerte solo les quedó una salida: abjurar del islam. Fueron también malos tiempos para los judíos.
En la Part Forana, las alquerías acabaron llamándose possessions y constituyeron la pieza clave de la economía agraria en la que se basaría la economía insular. Los senyors, en su mayoría absentistas, arrendaban sus possessions a los jefes locales; estos campesinos gozaban de buena posición y solían ser fieles a la nobleza. Los amos empleaban a missatges (mano de obra permanente) y jornalers (jornaleros), trabajadores que en ambos casos solían vivir al borde de la miseria. Los pequeños propietarios luchaban por sobrevivir, pero a menudo perdían sus tierras y acababan convirtiéndose en jornalers.
Al morir Jaime I en 1276, sus territorios fueron repartidos entre sus dos hijos varones, Jaime II y Pedro II. En los años posteriores, Mallorca fue pasando de las manos de uno a las del otro, una situación que se extendió durante el mandato de sus herederos. En 1349, el anteriormente independiente Reino de Mallorca fue incluido en la Corona de Aragón, aunque conservó un alto grado de autonomía.
Mallorca, y sobre todo Palma, siguió una trayectoria muy similar a la de Barcelona, sede catalana de la Corona de Aragón e importante centro mercantil. A mediados del s. XV, ambas se contaban entre las ciudades más prósperas del Mediterráneo, a pesar de reveses como las epidemias de peste. Palma tenía nada menos que 35 consulados y representantes comerciales diseminados por el Mediterráneo. El gremio de los mercaderes contaba con una flota mercante de 400 naves y su bolsa medieval, Sa Llotja, era un animado centro de contratación mercantil.
No todo era de color de rosa. En la Part Forana, los jornaleros vivían al borde de la inanición: en 1374, las cosechas fueron tan malas que la gente caía muerta en las calles. Frecuentes revueltas localizadas eran reprimidas sin piedad por el ejército, como la que estalló en 1391; ese mismo año, menestrales y payeses asaltaron la judería o Call de Ciutat. Para las clases dominantes fue mucho peor la revuelta de la Germanía, integrada por los menestrales de la ciudad, en 1521; su causa principal fueron los agobiantes tributos impuestos a las clases más bajas. El virrey tuvo que huir de Mallorca, por entonces ya incorporada a la España del emperador Carlos V. En octubre de 1522, Carlos V envió a sus soldados, que no lograron recuperar el control hasta marzo del siguiente año.
En esa época, la estrella comercial de Mallorca había declinado y la costa sufría constantes ataques de piratas berberiscos. Dan fe de ello las atalayas construidas por toda la isla, algunas todavía en pie. De esos tiempos datan algunas de las fiestas tradicionales más pintorescas, como la de Moros i Cristians en Pollença y Es Firó en Sóller. Con el declive de España a partir del s. xvii, Mallorca cayó en el olvido provinciano. Su apoyo a los Habsburgo en la Guerra de Sucesión (1703-1715) a la Corona española no le granjearon las simpatías del rey vencedor, Felipe V de Borbón. En 1716 este abolieron todos los privilegios de la isla y se puso fin a su autonomía.
Los ataques piratas obligaron a Mallorca a mantenerse en guardia durante gran parte del s. XVIII, hasta que en 1785 recibió permiso para tomar represalias sin ser castigada. En esa misma época, el fraile franciscano mallorquín fray Junípero Serra estaba en California fundando misiones que se convertirían en grandes ciudades, como San Francisco y San Diego.
Las Guerras Napoleónicas a principios del s. xix afectaron a Mallorca, ya que grandes oleadas de refugiados catalanes inundaron la isla, provocando una gran agitación económica y social. En la segunda mitad del siglo se produce el desarrollo de la burguesía, un aumento de la actividad económica y, en 1875, la apertura de la primera línea ferroviaria entre Palma e Inca.
En los ss. xviii y xix, Mallorca corrió la misma suerte que el resto de España. Los mayores acontecimientos de las primeras décadas del s. XX fueron la demolición de la mayor parte de las murallas de Palma y su rápida expansión urbana. La política nacional también afectaba a la vida mallorquina y, en la isla, las elecciones generales de 1931 tuvieron un resultado sin precedentes. Los republicanos y los socialistas obtuvieron juntos una mayoría absoluta en Palma, al igual que en Madrid. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) ganó las elecciones nacionales en 1933 y, en 1934, todos los alcaldes mallorquines de izquierdas habían sido despedidos. Volvieron a sus alcaldías llenos de euforia tras la arrolladora victoria de la izquierda en las elecciones de 1936.
El alzamiento contra el Gobierno republicano liderado por el general Francisco Franco en julio de 1936 no encontró mucha resistencia en Mallorca. Militares rebeldes y militantes derechistas de la Falange irrumpieron en la Cort (ayuntamiento) el 19 de julio de 1936 y arrestaron al alcalde de izquierdas, Emili Darder (ejecutado junto con otros políticos en febrero de 1937). Luego ocuparon rápidamente puntos estratégicos de Palma prácticamente sin disparar un tiro. Las poblaciones de la Part Forana opusieron más resistencia, que fue sangrientamente aplastada. A mediados de agosto, Mallorca se llenó de batallones italianos y aviones de guerra enviados por el dictador Benito Mussolini, aliado de Franco. La isla se convirtió en la principal base de las operaciones aéreas italianas, y de ella salieron los aviones que bombardearon Barcelona con creciente intensidad a medida que avanzaba la guerra.
El 9 de agosto de 1936, y al parecer sin la aprobación del mando central, tropas republicanas catalano-valencianas retomaron Ibiza y desembarcaron en Porto Cristo el día 16. Quedaron tan desconcertados ante la falta de resistencia que no aprovecharon el factor sorpresa. El contraataque de los nacionales empezó el 3 de septiembre, con apoyo de la aviación italiana, e hizo retroceder a los mal equipados invasores hasta el mar. Poco después, los republicanos abandonaron también Ibiza y Formentera. Menorca fue la única de las Baleares que se mantuvo fiel a la República durante toda la guerra.
Con la victoria de Franco en 1939, la vida en Mallorca no fue muy diferente a la de la España peninsular. El racionamiento se estableció en 1940 y se mantuvo hasta 1952. De los nueve alcaldes que tuvo la ciudad entre 1936 y 1976, cuatro fueron militares y, el resto, conservadores.
En 1950, el primer vuelo chárter a Mallorca aterrizó en una pequeña pista. Nadie podía imaginarse lo que eso implicaba. En 1955 ya había una docena de hoteles en el centro de Palma y otros tantos al borde del mar, en Cala Major.
En las décadas de 1960 y 1970, el despegue del turismo masivo provocó una verdadera revolución urbana. Como resultado de una política deliberada del Gobierno de Franco para fomentar el turismo en las zonas costeras, se construyeron, sin apenas control, edificios de gran altura que bordeaban la bahía en ambas direcciones y que más tarde se extendieron a otras playas. Muchos de los hoteles más espantosos de la época se han cerrado o reciclado como bloques de apartamentos u oficinas.
Según algunas estadísticas, los mallorquines disfrutaban del nivel de vida más alto de España, pero el 80% de su economía estaba (y todavía está) basada en el turismo. Durante décadas, esto llevó a la urbanización sin control de la isla y a frecuentes ataques de ansiedad cuando una temporada turística no cumplía las expectativas. El término “balearización” se acuñó para ilustrar la destrucción sin sentido del principal recurso de la zona: su bello litoral.
En los últimos años, el turismo en Mallorca ha ido cambiando, con un creciente interés por la sostenibilidad, la concienciación ambiental y las actividades durante todo el año. Mallorca se ha dado cuenta de que la construcción desenfrenada y los anodinos hoteles de paquetes turísticos son el pasado y no el futuro, y está empezando a dejar atrás su reputación como destino con centros turísticos con mucho alcohol y desayunos ingleses baratos.
El agroturismo ha demostrado que es más que una moda pasajera y cada vez hay más fincas rurales que ofrecen encantadores alojamientos rústicos, tranquilas ubicaciones y comidas que sacan el máximo provecho de los productos ecológicos locales. En los pueblos y ciudades, las casas señoriales están siendo restauradas como hoteles-boutique. Todo esto está ayudando a cambiar la imagen del turismo en Mallorca, poniendo mayor énfasis en auténticas experiencias locales y la inmersión cultural.
Aunque muchos centros turísticos todavía cierran en invierno, los hoteles de algunos pueblos permanecen abiertos en temporada baja, sobre todo para dar servicio a un creciente número de viajeros que llegan atraídos por las actividades de naturaleza. Bradley Wiggins entrena regularmente para el Tour de Francia en la Tramuntana, y la reciente cobertura mediática ha ayudado a promover lo fantástica que es Mallorca para los deportes al aire libre. Las empresas de aventura, que ofrecen todo tipo de excursiones guiadas, en bicicleta de montaña, barranquismo, espeleología o coasteering, se están multiplicando y divulgan el mensaje de que hay que mirar más allá de la playa y que Mallorca tiene encanto durante todo el año.
Para una isla que está promoviendo el turismo sostenible, unos paisajes únicos y las actividades al aire libre, la inclusión de la sierra de Tramuntana en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco como Paisaje Cultural en el 2011 fue la guinda del pastel: actualmente estas montañas atraen a más turistas por todos estos motivos.