La dilatada historia de Finlandia arranca antes de la Edad del Hielo y llega hasta su actual reputación como centro tecnológico. Esta fría tierra nórdica fue usada durante siglos como ring de boxeo entre dos pesos pesados, Suecia y Rusia. Una vez liberada de su dominios, el país, que en el 2017 celebró el centenario de su independencia, se ha convertido en una de las naciones más progresistas y prósperas del mundo.
En Finlandia se han encontrado huellas de unos 120 000 años de antigüedad, anteriores a la Edad del Hielo. Sin embargo, la glaciación borró la mayoría de los restos y obligó a la gente a emigrar al sur en busca de un clima más templado. Solo tras la retirada de los glaciares que habían cubierto el país con una capa de hielo de 3 km, volvió a restablecerse la presencia humana.
Alrededor del año 9000 a.C., los primeros habitantes llegados tras el deshielo ya se habían extendido por la mayor parte del territorio de Finlandia. Empleaban herramientas de piedra y cazaban alces y castores.
Los restos de cerámica encontrados indican que hace 5000 años una nueva influencia llegó al sur de Finlandia desde el este. Puesto que el país era el punto más occidental al que llegó esta cultura, se cree que estos nuevos grupos trajeron consigo un lenguaje fínico desde Rusia. De ser así, quienes vivían en Finlandia en esa época serían los antepasados de los finlandeses y los samis.
En el s. I, el historiador romano Tácito hacía referencia a una tribu llamada los fenni, a la que describía como unos salvajes sin casas ni caballos. Los estudios genéticos indican que los samis actuales descienden de un pequeño grupo original, y algunos afirman que entre las culturas prefinlandesa y sami se puede observar una divergencia que se remonta hasta el 700 a.C. Las culturas nómadas dejan pocos restos arqueológicos, pero parece que los samis migraron gradualmente hacia el norte, quizá desplazados por las tribus que habitaban más al sur y por el avance de la agricultura en detrimento de las tierras de caza. Algunos versos del Kalevala parecen referirse a esta conflictiva relación.
El incipiente reino de Suecia veía en Finlandia el territorio perfecto para extender su influencia en el Báltico y contrarrestar el creciente poder de Nóvgorod (la futura Rusia) al este. La actividad misionera empezó en el s. XII, y cuenta la leyenda que hubo un inglés, el obispo Enrique, que encabezó una expedición de cristianización que terminó de forma sangrienta cuando fue asesinado por Lalli, un campesino descontento.
Las hostilidades empezaron en el s. XIII. El papa lanzó una cruzada contra los häme, cada vez más influidos religiosa y políticamente por Nóvgorod, y las tropas rusa y sueca tuvieron los primeros choques de lo que sería una larga serie de batallas.
La colonización sueca empezó en serio hacia mediados del siglo, cuando Birger Jarl estableció fortificaciones en Häme y Turku. También se inició la construcción de la catedral de Turku, una ciudad que sería el centro de Finlandia durante la mayor parte de su historia. Los nobles y caballeros suecos a cargo de estas operaciones marcaron la pauta para la aparición de una burguesía suecoparlante en Finlandia, algo que se mantuvo hasta el s. XX. Otros suecos, incluidos granjeros y pescadores, se establecieron de manera gradual, sobre todo a lo largo de la costa finlandesa del Báltico. Se concedieron varios incentivos, como tierras y reducciones de impuestos, para fomentar el asentamiento de colonos, muchos de ellos veteranos del Ejército sueco.
Las escaramuzas de Suecia con Nóvgorod prosiguieron durante dos siglos. Ambas potencias firmaron tratados para definir sus zonas de influencia: Suecia asumió el control del suroeste de Finlandia y gran parte de la costa occidental, mientras que Nóvgorod se hizo con Carelia, por la que extendió la fe ortodoxa y la cultura bizantina.
En 1527, el rey Gustavo Vasa de Suecia adoptó la fe luterana y confiscó gran parte de las propiedades de la Iglesia católica. La Reforma se introdujo en Finlandia de la mano de Mikael Agricola, que estudió con Lutero en Alemania y regresó al país en 1539 para traducir parte de la Biblia al finés. Su intransigente postura provocó que la mayor parte de los frescos de las iglesias medievales fueran tapados.
Suecia inició otra partida de ajedrez con Rusia en Savonia y Kainuu, utilizando a sus súbditos finlandeses como peones para colonizar zonas más allá de los límites acordados. Rusia tomó represalias, y la mayor parte de los nuevos asentamientos fueron arrasados durante la Guerra de Kainuu a finales del s. XVI.
El s. XVII fue la época dorada de Suecia, que llegó a controlar la mayor parte del Báltico. Finlandia quedó bajo el control de varios gobernadores. Durante la Guerra de los Treinta Años, el poder político en Finlandia lo ejerció el conde Per Brahe, un personaje singular que viajó mucho por el país y fundó numerosas poblaciones.
Aunque Finlandia nunca experimentó la servidumbre feudal en un grado parecido al que existía en Rusia, las etnias finlandesas estaban formadas en su mayoría por pequeños granjeros obligados a arrendar la tierra a los terratenientes suecos.
En 1697, el rey Carlos XII de Suecia subió al trono. A los tres años estalló la Gran Guerra del Norte (1700-1721) entre Suecia y Rusia, Dinamarca y otras potencias bálticas; esta contienda sería el inicio del fin del Imperio sueco.
Pedro el Grande aprovechó las turbulencias en Suecia y, aunque sufrió varias derrotas en las primeras contiendas, entró finalmente con todo su potencial en Finlandia, que acababa de sufrir una grave hambruna. De 1714 a 1721 Rusia ocupó el país, un período conocido como de la Gran Furia, cuando miles de fineses fueron asesinados y otros muchos esclavizados. La paz llegó con el Tratado de Uusikaupunki en 1721, aunque tuvo un elevado coste para Suecia, que debió ceder el sur de Carelia a Rusia.
Finlandia volvió a sufrir las consecuencias de las frustradas ambiciones suecas en la guerra de 1741-1743, al ser de nuevo ocupada por Rusia (el llamado período de la Furia Menor).
El zar Alejandro I firmó un tratado con Napoleón y luego atacó Finlandia en 1808. Tras una sangrienta guerra, Suecia cedió Finlandia a Rusia en 1809. Alejandro se comprometió a respetar las costumbres e instituciones finlandesas, por lo que el país conservó su sistema legal y su fe luterana y se convirtió en un Gran Ducado semiautónomo. Al principio, Rusia fomentó el desarrollo y Finlandia se benefició de la anexión. La capital se trasladó de Turku a Helsinki en 1812.
En el s. XIX Finlandia aún era rural y pobre. Desplazarse al interior, sobre todo a Laponia, podía suponer un arduo viaje de varias semanas. Gracias a los inmensos bosques, las industrias de la brea y el papel generaban grandes ingresos, pero estaban controladas por magnates de los puertos del Báltico y del golfo de Botnia, como Oulu, que prosperaron mucho mientras las zonas interiores seguían pobres.
Los primeros indicios de nacionalismo finlandés aparecieron en el s. XIX. La insatisfacción con la administración sueca alcanzó un punto crítico cuando oficiales del Ejército finlandés escribieron una carta a la reina de Suecia que cuestionaba la legalidad de la guerra contra Rusia. Mientras tanto, los estudios académicos sobre tradiciones culturales finlandesas creaban la base sobre la que se apoyaría el futuro sentimiento nacionalista.
Aunque de origen incierto, la frase “no somos suecos y no queremos ser rusos, así que dejadnos ser finlandeses” sintetizaba el creciente sentimiento nacionalista. Obras como el Kalevala, de Elias Lönnrot, y el poema Nuestra tierra, de Johan Ludvig Runeberg, que se convirtió en el himno nacional, aglutinaron el sentir del pueblo. El endurecimiento del dominio ruso con su política de asimilación empezó a suscitar en los obreros, y en artistas como Jean Sibelius, un fuerte sentimiento contra la creciente opresión.
En 1906 se introdujo en Finlandia el Eduskunta (Parlamento finlandés), elegido mediante sufragio universal e igualitario (Finlandia fue el primer país europeo en conceder a las mujeres plenos derechos políticos); sin embargo, Rusia siguió con su opresión política y la pobreza se volvió endémica. En las primeras décadas del s. XX, muchos finlandeses se trasladaron a Helsinki o emigraron a Norteamérica en busca de una vida mejor.
La Revolución rusa de octubre de 1917 permitió que el Eduskunta pudiera declarar la independencia el 6 de diciembre de ese año. Aunque Rusia reconoció a la nueva nación, anhelaba un levantamiento obrero, por lo que fomentó la disidencia y proporcionó armas para ese fin.
La guerra civil finlandesa estalló a finales de enero de 1918, tras un ataque de los “rojos” finlandeses, armados por Rusia, contra guardias civiles en Víborg. Durante 108 días de encarnizados enfrentamientos murieron aproximadamente 30 000 finlandeses. Los “rojos”, formados por la pujante clase obrera, aspiraban a una revolución socialista parecida a la rusa conservando la independencia. Los “blancos” nacionalistas, encabezados por C. G. E. Mannerheim, anhelaban una monarquía y pretendían emular a Alemania.
Los “blancos”, con el apoyo alemán, lograron finalmente la victoria y la guerra terminó en mayo de 1918. Federico Carlos, príncipe de Hessen, fue elegido rey de Finlandia por el Eduskunta el 9 de octubre de 1918, pero la derrota de la Alemania imperial un mes más tarde hizo que Finlandia se decantara por un modelo republicano, y K. J. Ståhlberg fue su primer presidente.
Aunque las tensiones internas prosiguieron, y a pesar de la crudeza de la II Guerra Mundial, Finlandia se ganó una reputación de país valiente. Entre los acontecimientos de la época destacan: su heroico papel en la Guerra de Invierno; la brillante carrera de Paavo Nurmi como corredor de larga distancia; el título de Miss Europa de Ester Toivonen en 1933; el Premio Nobel de Química de Artturi Virtanen en 1945; los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952; y los premios cosechados por los diseñadores finlandeses en exposiciones internacionales. Estos logros aumentaron la autoestima nacional y ayudaron al país a superar la guerra fría.
Las maniobras diplomáticas en Europa durante la década de 1930 hicieron que Finlandia, inexperta en las negociaciones políticas de las grandes potencias, tuviera que realizar unas cuantas elecciones difíciles. La amenaza para la seguridad que suponía la Unión Soviética hizo que algunas facciones estuvieran a favor de estrechar lazos con la Alemania nazi, mientras que otros abogaban por el acercamiento a Moscú. El 23 de agosto de 1939, los ministros de Asuntos Exteriores soviético y alemán, Molotov y Ribbentrop, firmaron un tratado de no agresión que concedió al vecino ruso carta blanca en Finlandia. La Unión Soviética argumentó que para garantizar su seguridad debía controlar parte del sureste de Carelia y tener el derecho a construir bases militares en territorio finlandés. Finlandia se negó y el 30 de noviembre de 1939 empezó la Guerra de Invierno entre ambos países.
Ese fue un invierno muy duro: las temperaturas alcanzaron los ‒40°C y murieron miles de soldados. Pese a carecer de artillería y aviones, Finlandia resistió al Ejército Rojo mediante pequeñas partidas móviles de soldados esquiadores que realizaron ataques estilo guerrilla. Stalin se vio obligado a enviar más efectivos al frente, hasta un total de 600 000 soldados. Varias divisiones rusas fueron derrotadas, con lo que a principios de enero los finlandeses habían conseguido detener el avance soviético y provocar 130 000 bajas en sus filas. Pero no podían ganar, y tras 105 días de combates en las peores condiciones imaginables, Finlandia se rindió. Con el Tratado de Moscú, firmado en marzo de 1940, Finlandia fue obligada a ceder el istmo de Carelia, junto con las regiones orientales de Salla y Kuusamo, más algunas islas: en total, cerca de una décima parte de su territorio. Más de 400 000 refugiados carelios cruzaron la nueva frontera hacia Finlandia.
En los meses posteriores, la Unión Soviética intentó persuadir a Finlandia de que le cediera más territorio. Esta, aislada de los aliados occidentales, pidió ayuda a Alemania y permitió la entrada de tropas germanas. Cuando empezaron las hostilidades entre los alemanes y los soviéticos en junio de 1941, las tropas alemanas ya estaban en territorio finlandés, lo que provocó la Guerra de Continuación entre Finlandia y el Ejército Rojo. En los enfrentamientos posteriores, los finlandeses avanzaron hasta llegar a su antigua línea fronteriza y empezaron a instalarse de nuevo en Carelia. Cuando las fuerzas soviéticas contraatacaron en el verano de 1944, el presidente Risto Ryti, que había prometido a Ribbentrop que Finlandia no negociaría la paz con Rusia sin el consentimiento de Alemania, decidió dimitir y dejar su puesto a Mannerheim. Este negoció un armisticio con los rusos, les cedió el “otro brazo” de Finlandia, la región de Petsamo en la península de Kola, y ordenó la evacuación de las tropas alemanas, para lo que tuvo que librar una encarnizada guerra en Laponia. Los alemanes se retiraron del país aplicando una estrategia de “tierra quemada” hasta la llegada de la paz general en la primavera de 1945.
Contra todo pronóstico, Finlandia seguía independiente, aunque para ello tuvo que pagar un alto precio. Las pérdidas de territorio de 1940 y 1944 fueron ratificadas en la Paz de París de febrero de 1947, y también fue obligada a abonar fuertes indemnizaciones de guerra a la Unión Soviética. Muchos finlandeses aún sienten cierto resentimiento por la pérdida de aquellos territorios.
El año de los Juegos Olímpicos de Helsinki, 1952, fue también el año en que Finlandia terminó de pagar sus indemnizaciones de guerra a la Unión Soviética. Abonadas sobre todo en maquinaria y embarcaciones, tuvieron el efecto positivo de consolidar el sector de la industria pesada que sería la base de la economía finlandesa durante la posguerra.
La sociedad finlandesa cambió mucho durante este período. En la década de 1940, la población era sobre todo agrícola. Sin embargo, las privaciones de la guerra, que obligaron a muchos a buscar trabajo en las ciudades, sumadas a la llegada de casi 500 000 refugiados de Carelia, provocaron una grave crisis de vivienda. Se demolieron las viejas casas de madera de los centros urbanos y se erigieron bloques de pisos; en los alrededores de Helsinki aparecieron nuevos barrios casi de la noche a la mañana. Además, algunas zonas del norte y el este perdieron gran parte de su población joven debido a la emigración interna.
Desde el final de la guerra hasta principios de la década de 1990, el principal asunto político fue el equilibrio entre este y oeste. El tratado de “amistad y cooperación” de Stalin, firmado en 1948, fue utilizado por la Unión Soviética durante la guerra fría como método de coacción para evitar el contacto de Finlandia con Occidente.
Afrontar la situación requería un líder con sentido común: Urho K. Kekkonen, que fue presidente de 1956 a 1981 y un gran diplomático.
Astuto y poco ortodoxo, Kekkonen se dio cuenta de que para el Krem-lin más valía malo conocido que bueno por conocer, y utilizó esto en su beneficio. De forma parecida, se aprovechó del miedo de Occidente a que Finlandia cayera bajo el yugo de la Unión Soviética. En 1961 firmó un tratado de libre comercio con la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), que acercó Finlandia a la órbita europea, pero a la vez rubricó un tratado de comercio preferencial con los soviéticos.
Kekkonen y su Gobierno mantenían una estrecha relación con muchos de los peces gordos del KGB en Finlandia, y los nombramientos políticos se enviaban a Moscú para su ratificación. Muchos finlandeses se avergüenzan de esta época, ya que creen que Kekkonen humilló al país al mantener un contacto tan estrecho con la Unión Soviética. Sin embargo, Kekkonen estuvo al mando durante un período en el que el país pasó de ser un estado agrícola pobre a una moderna democracia con un sólido sistema de bienestar y una próspera economía.
Tras la dimisión de Kekkonen en 1981 por problemas de salud, los soviéticos siguieron con sus incursiones en la política finlandesa, sobre todo con el objetivo de reducir la influencia de EE UU y evitar que Finlandia se uniera a lo que ahora es la UE. Este período llegó a su fin con la caída de la Unión Soviética.
Tras el hundimiento soviético, Finlandia se quitó un peso de encima, pero los primeros años de la década de 1990 no fueron fáciles. La burbuja de la década de 1980 había estallado, la Unión Soviética desapareció con muchas deudas impagadas, el marco finlandés se devaluó y el desempleo aumentó del 3 al 20%.
Sin embargo, Finlandia fue capaz de integrarse totalmente en Europa. Desde ese momento, en enero de 1995, el país ha prosperado y en el 2002 fue uno de los fundadores del euro.
Equilibrar el poder entre el presidente y el Parlamento era un asunto pendiente en la agenda finlandesa desde la presidencia de Kekkonen, y en 1999 se aprobó una nueva constitución que limitaba ciertos poderes presidenciales. La primera persona en tomar el timón bajo el nuevo marco legislativo fue Tarja Halonen, del Partido Socialdemócrata, elegida en el 2000. Apodada cariñosamente Mamá Mumin (Moominmamma), fue reelegida para un segundo mandato (por ley, el último) de seis años en el 2006; en el 2012 la sucedió Sauli Niinistö, del Partido de la Coalición Nacional. Las próximas elecciones presidenciales serán en el 2018.
La política parlamentaria ha sido agitada en los últimos años. Las elecciones generales del 2015 las ganó el Partido del Centro liderado por Juha Sipilä, quien formó una coalición tripartita de centro-derecha y fue nombrado primer ministro. Pero en el 2017 el nacionalista Partido de los Finlandeses, uno de los tres coaligados, eligió como líder a Jussi Halla-aho, un intransigente antiinmigración; Sipilä y el líder del tercer miembro del tripartito y ministro de Finanzas, Petteri Orpo del Partido de Coalición Nacional, anunciaron que no querían gobernar con el Partido de los Finlandeses. Pero veinte diputados de este salvaron la crisis de Gobierno al escindirse para formar Nueva Alternativa, partido que continuó como miembro del tripartito, lo que relegó al Partido de los Finlandeses a la oposición. Las próximas elecciones parlamentarias serán en el 2019.
Las relaciones con Rusia aún son un asunto prioritario. Además, todavía levanta polémica la inmigración, aunque Finlandia ha recibido mucha menos que la mayoría de los países europeos y pese al declive del Partido de los Finlandeses.
Los indígenas de Finlandia, los samis, han logrado un mayor reconocimiento en los últimos 50 años gracias al establecimiento de un parlamento sami y a la protección de su lengua en las leyes regionales. Sin embargo, la disputa entre pastores de renos y empresas madereras en el norte ha reabierto el debate de si los intereses de los samis son menos importantes que los de la industria maderera del país.
Pese a los retos que tiene por delante, Finlandia puede sentirse satisfecha de sí misma y prospera impulsada por la industria de la tecnología junto con el tradicional sector forestal, el diseño, las manufacturas y, cada vez más, el turismo. El país constantemente aparece entre las primeras posiciones de los índices de calidad de vida, y en los últimos años ha superado en muchos ámbitos a su vecina Suecia. Para ser un país boscoso, frío, remoto y poco poblado, la verdad es que hasta ahora le ha ido bastante bien.