Historia de Francia

La historia de Francia se parece a la de buena parte de Europa. En sus comienzos estuvo marcada por la migración masiva de los errantes pueblos celtas, el sometimiento y la influencia civilizadora de los romanos y el auge de la nobleza local. El cristianismo supuso cierta unidad, pero quizá en ningún otro lugar ha coexistido una Iglesia tan firmemente independiente con una autoridad central tan poderosa; dos buenos ejemplos son Carlos Martel el Martillo y Luis XIV, quien afirmaba que el Estado era él.

La Galia romana

Lo que hoy es Francia surgió a partir de varios pueblos en la Edad del Hierro, en particular por el mayor y mejor organizado de ellos: el celta galo. La subyugación de estos pueblos a Roma fue gradual, pues tardó varios siglos en imponer su gobierno, carreteras, comercio, cultura e incluso su lengua. Entonces emergió la cultura galorromana, y la Galia se integró gradualmente en el Imperio romano.

Todo comenzó en el I milenio a.C., a medida que los griegos y los romanos fundaban colonias en la costa mediterránea, entre ellas Massilia (Marsella). Los siglos de conflictos entre galos y romanos terminaron en el año 52 a.C., cuando las legiones de Julio César sofocaron una revuelta de numerosas tribus galas encabezadas por Vercingétorix, el líder de los arvernos, en Gergovia, cerca de la actual Clermont-Ferrand; ningún sitio ilustra mejor el drama de este trascendental momento que el MuséoParc Alésia de Borgoña. Durante los dos años siguientes, en coincidencia con la Guerra de las Galias, los galos acosaron a los romanos con guerrillas y varias batallas campales. Pero los romanos terminaron por imponerse.

La impresionante arquitectura romana alcanza su máxima expresión en el Pont du Gard, un acueducto que transportaba agua a la ciudad de Nimes. También se han conservado espléndidos teatros y anfiteatros, tanto en esa ciudad como en Autun, Arles y Orange. Otras construcciones sirvieron de material de reciclaje, como el anfiteatro romano de Périgueux (s. I), en la Dordoña, que se desmanteló en el s. III para levantar las murallas de la ciudad.

Empezaron a emerger sofisticados centros urbanos con mercados y baños con agua corriente fría y caliente. Los romanos también plantaron viñedos, principalmente en Borgoña y Burdeos; introdujeron técnicas para el procesamiento de las vides; y expandieron la fe cristiana, por entonces de moda.

Con el tiempo, los francos adoptarían esos pilares de la civilización galorromana (el cristianismo incl.), y su posterior asimilación resultaría en una fusión de la cultura germánica con la de los celtas y los romanos.

Agonía y éxtasis: la Francia medieval

Con la caída del Imperio romano, llegaron los francos y otras tribus germánicas comandadas por Meroveo, desde el norte y el noreste. Su nieto, Clodoveo I, se convirtió al cristianismo, lo que le otorgó mayor legitimidad y poder ante sus súbditos cristianos, e instaló su corte en París; sus sucesores fundaron la abadía de St-Germain des Prés en la capital y, más tarde, la de St-Denis, en el norte, que se convertiría en el monasterio más rico e importante de Francia y en la última morada de sus reyes.

La tradición franca, según la cual al monarca debían sucederle todos sus hijos, derivó en luchas de poder y, en última instancia, en la desmembración del reino en un conjunto de pequeños estados feudales. Los carolingios se alzarían entonces en la casa dominante.

El poder carolingio alcanzó su apogeo con Carlomagno, quien amplió las fronteras del reino y fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el año 800. Pero durante el s. IX, los vikingos (o nórdicos, de ahí el término “normando”) invadieron la costa oeste francesa y se asentaron en el valle bajo del Sena, para después formar el ducado de Normandía. Este siglo se caracterizaría por la desunión del país; políticamente, por el ascenso al poder de los normandos; y en el plano religioso, por la fundación de poderosas abadías como la benedictina de Cluny. Así, cuando Hugo Capeto subió al trono en el 987, su reino era una humilde parcela alrededor de París y Orleans.

La historia de cómo Guillermo el Conquistador y su ejército lanzaron en el 1066 la invasión de Inglaterra desde su base en Normandía aparece ilustrada en el tapiz de Bayeux, expuesto en el Musée de la Tapisserie de esa ciudad. En 1152, Leonor de Aquitania se casó con Enrique de Anjou, lo que dejó otro tercio de Francia bajo el control de los ingleses. La posterior rivalidad entre ambos países por el control de Aquitania y los grandes territorios ingleses en Francia se prolongaría durante tres siglos.

Guerra de los Cien Años

En 1337, la hostilidad entre Capetos y anglonormandos desembocó en la Guerra de los Cien Años, una sucesión de conflictos que se alargaría hasta mediados del s. XV. La peste negra, que se propagó una década después del inicio de las hostilidades, duró más de dos años y, solo en París, acabó con más de un tercio de su población (aprox. 80 000 muertos).

Los franceses sufrieron derrotas particularmente trágicas en Crécy y Agincourt. Mont St-Michel, en la actual Normandía, fue el único sitio del norte y el oeste de Francia que no sucumbió a los ingleses. Los duques de Borgoña (aliados con los ingleses) ocuparon París y, en 1422, Juan Plantagenet, duque de Bedford, fue nombrado regente en Francia del rey Enrique VI de Inglaterra, por entonces un niño, pero que en menos de una década sería coronado rey.

Por suerte para los franceses, Juana de Arco, que entonces contaba con 17 años, surgió con la estrafalaria historia de que Dios le había encomendado la misión de expulsar a los ingleses y propiciar la coronación de Carlos VII en Reims.

Auge de la corte francesa

Con la llegada de la cultura renacentista durante el reinado de Francisco I[1515-1547], la atención viró hacia el valle del Loira. Artistas italianos decoraron los châteaux reales de Amboise, Azay-le-Rideau, Blois, Chambord y Chaumont.

Las ideas de erudición científica y de geografía y los descubrimientos adquirieron nueva importancia, lo mismo que el valor de las cuestiones seculares sobre la vida religiosa. Escritores como Rabelais, Marot y Ronsard de La Pléiade gozaron de gran influencia, al igual que los artistas y arquitectos discípulos de Miguel Ángel y Rafael. Buenas muestras de ello son el castillo de Francisco I en Fontainebleau, donde maestros artesanos, muchos de ellos llegados desde Italia, fundieron los estilos italiano y francés para crear la primera Escuela de Fontainebleau, y el Petit Château de Chantilly, ambos cerca de París. Esta flamante arquitectura reflejaba el esplendor de la monarquía, que ya apuntaba al absolutismo. Pero tanta ostentación no bastaría para frenar la ola de protestantismo.

En la década de 1530, la Reforma se extendió por toda Europa, impulsada por las ideas de Juan Calvino, un francés nacido en Picardía exiliado en Ginebra. Tras el Edicto de enero de 1562, que otorgaba ciertos derechos a los protestantes, estallaron las Guerras de Religión entre los hugonotes (protestantes franceses que contaban con ayuda de los ingleses), la Liga Católica (con la casa de Guisa a la cabeza) y la monarquía católica; la contienda duró 30 años.

Enrique IV, fundador de la dinastía Borbón, promulgó el polémico Edicto de Nantes en 1598, que garantizaba los derechos civiles y políticos de los hugonotes, y sobre todo, la libertad de conciencia. La ultracatólica París negó la entrada al nuevo rey protestante, tras lo cual permaneció sitiada casi cinco años. París no claudicó hasta que Enrique IV abrazó el catolicismo en la catedral de St-Denis.

Luis XIV [1643-1715], el monarca más famoso de la historia de Francia, conocido como “el Rey Sol”, ascendió al trono con apenas 5 años. Apelando al derecho divino, involucró al reino en una serie de costosas batallas contra los Países Bajos, Austria e Inglaterra, que lograron que Francia ampliara su territorio a costa de la casi bancarrota. Se aplicaron impuestos para reponer las arcas, pero eso solo generó pobreza y mendicidad. En Versalles, Luis XIV mandó construir un extravagante palacio e incitó a que sus cortesanos compitieran entre sí por su favor, lo que anulaba la ambiciosa aristocracia feudal en pro del primer Estado centralizado francés. En 1685 derogó el Edicto de Nantes.

La Guerra de los Siete Años (1756-1763), otra de las ruinosas operaciones militares de Luis XV, nieto del Rey Sol, condujo a la pérdida de las florecientes colonias en Canadá, las Indias Occidentales e India. Doce años más tarde, en parte para vengar esas pérdidas, su sucesor, Luis XVI, tomó partido por los colonos en la Guerra de Independencia estadounidense. La Guerra de los Siete Años le salió muy cara a Francia y aún más a la monarquía, pues contribuyó a diseminar en casa las ideas democráticas radicales impulsadas a nivel mundial por la Revolución de las Trece Colonias.

De la Revolución a la República

A principios del s. XVIII, las nuevas circunstancias económicas y sociales dejaron al ancien régime (antiguo régimen) peligrosamente ajeno a las necesidades del país, y aún más debilitado por las ideas antisistema y anticlericales de la Ilustración, entre cuyas luminarias estaban Voltaire, Rousseau y Diderot. Pero los enraizados intereses creados, una enrevesada estructura de poder y la lasitud real retrasaron el cambio hasta la década de 1770, cuando el momento de la monarquía ya había pasado.

A finales de la década de 1780, el indeciso Luis XVI y su dominante consorte, María Antonieta, vivían en otro mundo, cada vez más aislados, mientras el malestar y el descontento aumentaban. Así, cuando el rey trató de neutralizar el poder de los delegados más reformistas en la reunión de los Estados Generales celebrada en mayo y junio de 1789 en Versalles, las masas se echaron a las calles de París. El 14 de julio, una muchedumbre asaltó el arsenal del Hôtel des Invalides y se apoderó de 32 000 mosquetes, para luego tomar la cárcel de la Bastilla, el mayor símbolo del despótico antiguo régimen. Había comenzado la Revolución francesa.

Al principio, la revolución estuvo en manos de los republicanos moderados llamados girondinos. Francia se declaró monarquía constitucional y se introdujeron varias reformas, entre ellas la adopción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, inspirada en la Declaración Estadounidense de Independencia. Pero a medida que las masas se armaban ante la amenaza externa al nuevo Gobierno, planteada por Austria, Prusia y la exiliada nobleza francesa, el patriotismo y el nacionalismo se combinaron con un fervor extremo, lo que contribuyó a popularizar y radicalizar la revolución. Los girondinos no tardaron en ser derrotados por los jacobinos, que abolieron la monarquía y declararon la I República después de que Luis XVI demostrara no ser fiable. La Asamblea Nacional fue reemplazada por una Convención Revolucionaria electa.

En enero de 1793, Luis XVI fue condenado por “conspirar contra la libertad de la nación” y guillotinado en place de la Révolution, la actual place de la Concorde de París. Dos meses más tarde, los jacobinos crearon el Comité de Salud Pública para encargarse de la defensa nacional y aprehender y juzgar a los “traidores”. Este organismo ejerció un control dictatorial sobre el país durante el llamado Reinado del Terror (sep 1793-jul 1794), una época en que se revocaron las libertades religiosas, se desacralizaron iglesias, las catedrales de convirtieron en “templos de la razón” y miles de personas fueron encarceladas en La Conciergerie, en la parisina Île de la Cité, antes de ser decapitadas.

Tras el Terror, se estableció una delegación compuesta por cinco republicanos moderados a fin de gobernar como Directorio.

Napoleón y el imperio

Fue la casualidad lo que puso al joven general corso Napoleón Bonaparte ante el espejo de Francia. En octubre de 1795, un grupo de jóvenes monárquicos que pretendía derrocar al Directorio fue interceptado en rue St-Honoré, en París, por tropas a su mando, que abrieron fuego contra el grupo. Ese ‘descuido’ le valió el traslado a Italia, donde encabezó las tropas francesas con bastante éxito en la campaña contra Austria.

En 1799, Napoleón derrocó al Directorio y asumió el poder como primer cónsul, elegido por voto popular. Mediante un referéndum celebrado tres años después, fue nombrado “cónsul vitalicio” y el aniversario de su nacimiento pasó a ser la fiesta nacional. En 1804, cuando se autocoronó como emperador de los franceses ante el papa Pío VII en Notre Dame de París, ya no había duda de sus ambiciones.

Para legitimar su autoridad, Napoleón necesitaba más victorias. De modo que se enfrascó en una serie de guerras victoriosas, gracias a las cuales Francia terminaría por controlar gran parte de Europa. En 1812, sus tropas capturaron Moscú, si bien perecieron víctimas del crudo invierno. Dos años después, los ejércitos aliados entraron en París, exiliaron a Napoleón a la isla de Elba y restauraron a los Borbones en el trono francés, tal como dictó el Congreso de Viena.

A principios de 1815, Napoleón escapó de Elba, desembarcó en el sur de Francia y formó un gran ejército en su marcha hacia París. El 1 de junio reclamó el tronó. Pero su reinado terminó apenas tres semanas después, cuando sus tropas fueron derrotadas en Waterloo, en Bélgica. Exiliado de nuevo, esta vez a la isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur, murió en 1821. En 1840, sus restos fueron trasladados al Hôtel des Invalides de París.

Aunque en cierto modo fue reaccionario (p. ej., en 1802 reestableció la esclavitud en las colonias francesas), Napoleón impulsó una serie de reformas importantes, como la reorganización del sistema judicial; la promulgación del nuevo código civil, el Código Napoleónico, que aún constituye la base del sistema judicial francés; y la creación de un nuevo sistema educativo. Pero, lo que es más importante, mantuvo la esencia de los cambios surgidos con la Revolución.

La lucha entre los ultramonárquicos que ansiaban el regreso del ancien régime, aquellos que veían los cambios forjados por la revolución como irreversibles, y los radicales de los barrios obreros de París dominarían el reinado de Luis XVIII [1814-1824]. Su sucesor, Carlos X, respondió al conflicto con ineptitud y fue derrocado en la llamada Revolución de Julio de 1830. Quienes perdieron la vida en los enfrentamientos callejeros fueron enterrados en criptas bajo la Colonne de Juillet, en el centro de place de la Bastille. Luis Felipe I, el monarca constitucionalista de simpatías burguesas que le siguió, fue elegido por el Parlamento y expulsado por la Revolución de 1848.

Posteriormente se estableció la II República y las elecciones llevaron a la presidencia al inepto sobrino de Napoleón, Luis Napoleón Bonaparte, de educación germana. En 1851, éste encabezó un golpe de Estado y se proclamó emperador Napoleón III del Segundo Imperio, que duró hasta 1870.

Al igual que su tío, involucró a Francia en costosos conflictos, incluida la desastrosa Guerra de Crimea (1854-1856). En 1870, Otto von Bismarck le instó a declarar la guerra a Prusia. En cuestión de meses el Ejército francés fue derrotado y el emperador, hecho prisionero.

La ‘belle époque’

Aparte de por la deslumbrante belle époque, el inicio de la III República no trajo mayor atractivo. Nacida como gobierno provisional de la defensa nacional en septiembre de 1870, fue asediada enseguida por los prusianos, quienes aislaron París y exigieron la celebración de comicios en la Asamblea Nacional. La primera medida puesta en marcha por la Asamblea controlada por la monarquía fue ratificar el Tratado de Fráncfort, cuyos términos –una enorme reparación de guerra y la entrega de las provincias de Alsacia y Lorena– indujo inmediatamente a un levantamiento (conocido como la Comuna de París), durante el cual cayeron miles de comuneros y otros 20 000 fueron ejecutados.

La belle époque está unida a la arquitectura art nouveau, un gran arcoíris artístico abanderado por el impresionismo, y a los avances en ciencia e ingeniería, como la construcción del primer metro de París. La capital acogió las exposiciones universales de 1889 (con la Torre Eiffel como bandera) y 1901 (el Petit Palais).

Pero no todo era de color de rosa en la República: Francia estaba consumida por el deseo de revancha tras la derrota por Alemania y buscaba chivos expiatorios. El llamado Caso Dreyfus saltó a la luz pública en 1894, cuando el capitán judío del ejército francés Alfred Dreyfus fue acusado de revelar secretos militares a Alemania; fue juzgado por un consejo de guerra y condenado a cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Pese a la oposición de los mandos militares, la derecha y muchos grupos católicos, a los políticos liberales se les concedió reabrir el caso, y Dreyfus fue absuelto en 1900. Esto dio lugar a un control más riguroso del Ejército por parte de la sociedad civil, y, en 1905, a la separación total entre la Iglesia y el Estado.

Las dos guerras mundiales

Una de las claves de la entrada de Francia en la guerra contra el Imperio austrohúngaro y Alemania fue la recuperación de Alsacia y Lorena, aunque tan codiciado territorio iba a costarle muy caro. Para cuando se firmó el armisticio en noviembre de 1918, en torno a 1,3 millones de soldados franceses habían muerto y casi un millón estaban lisiados. Solo en la Batalla de Verdún, franceses (comandados por el general Philippe Pétain) y alemanes perdieron unos 400 000 hombres por bando.

El nombramiento de Adolf Hitler como canciller alemán en 1933 marcó el fin de una década de compromiso de Francia y Alemania en lo relativo a las garantías fronterizas. En un principio, los franceses trataron de apaciguar a Hitler, pero dos días después de que Alemania invadiera Polonia, en 1939, se unieron al Reino Unido y le declararon la guerra. Para junio de 1940, Francia había capitulado.

Los alemanes dividieron Francia en una zona dominada directamente por ellos (a lo largo de la costa oeste y el norte, París incl.), y un Estado títere, con sede en la localidad balneario de Vichy, gobernado por el general Pétain, el veterano héroe de la Batalla de Verdún. El Gobierno de Vichy era antisemita y ayudaba a los nazis a reunir a los judíos franceses y a otros para deportarlos a campos de exterminio. Mientras muchos colaboraban con los alemanes o toleraban pasivamente la ocupación, el movimiento clandestino conocido como la Resistencia, o Maquis, cuyos miembros activos nunca llegaron a representar ni el 5% de la población francesa, entre otras cosas saboteaba ferrocarriles, recopilaba información para los aliados, ayudaba a pilotos derribados y publicaba panfletos antialemanes.

Una franja de 80 km de playa fue el lugar elegido para los desembarcos del Día D, el 6 de junio de 1944, cuando más de 100 000 soldados aliados comenzaron la liberación de gran parte de Normandía y Bretaña. A París le llegaría el turno el 25 agosto, y de ello se encargó una fuerza encabezada por unidades de la Francia Libre, enviada antes que los estadounidenses para orgullo de los franceses.

La guerra devastó el país. Más de un tercio de la producción industrial había alimentado la maquinaría bélica alemana y los ocupantes lo habían confiscado casi todo: metales, estatuas, rejas, barras de zinc, carbón, piel, textiles y químicos. La agricultura, asfixiada por la carestía de suministros, cayó un 25%.

En su retirada, los alemanes incendiaron 2600 puentes y los bombardeos de los aliados destruyeron 40 000 km de vías férreas. El mantenimiento de las carreteras había sido nulo desde 1939, los puertos habían sufrido innumerables daños y casi medio millón de edificios y 60 000 fábricas habían desaparecido. Para colmo, Francia debía cubrir las necesidades de los soldados ocupantes, lo que ascendía a 400 millones de francos diarios, lo que disparó la inflación.

Reconstrucción y pérdida de las colonias

La devastación económica posterior a la guerra exigía un gobierno central fuerte, con amplios poderes para reconstruir la industria y el comercio. Poco después de la liberación, casi todos los bancos, aseguradoras, fabricantes de automóviles y compañías energéticas se nacionalizaron. Otros negocios permanecieron en manos privadas, ya que el objetivo era combinar la eficacia de la planificación estatal con el dinamismo de la iniciativa privada. Pero el progreso era lento. En 1947 continuaban las políticas de racionamiento y Francia tuvo que recurrir a EE UU para obtener préstamos en el marco del Plan Marshall.

Uno de los objetivos del plan era estabilizar económica y políticamente la Europa de posguerra, para así contener a los soviéticos. A medida que el Telón de Acero caía sobre Europa del Este, el proestalinismo del Partido Comunista francés puso al país en una posición políticamente indefendible. Los comunistas, que trataban de ejercer el poder dentro del Gobierno y al mismo tiempo oponerse a sus medidas por no ser suficientemente marxistas, tomaron parte por los perdedores en las disputas relacionadas con las colonias, las exigencias de los trabajadores y la ayuda estadounidense, y en 1947 fueron expulsados del Gobierno.

En la década de 1950 la economía respiró. El Gobierno francés invirtió en centrales hidroeléctricas y nucleares, prospecciones petroleras y de gas, refinerías, astilleros, plantas automotrices y la construcción de edificios para atender las necesidades del baby boom y suministrar bienes de consumo. Pero otra cosa era la situación en los territorios de ultramar.

La humillación alemana de Francia seguía vigente en sus agitadas colonias. Según la economía de guerra afianzaba su control, los nativos, de entrada más pobres, repararon en que eran ellos quienes cargaban con casi todo el peso. En el norte de África, los argelinos se unieron en una corriente en pos de una mayor autonomía que, al final de la guerra, culminó en un movimiento independentista a gran escala. En 1940, los japoneses ocuparon la estratégica región de Indochina. El movimiento de resistencia vietnamita, que se fraguó rápidamente, adoptó un tono nacionalista y antifrancés, que sentó las bases para la posterior independencia de Vietnam.

La década de 1950 supuso el fin del colonialismo francés. Cuando Japón se rindió a los aliados en 1945, el nacionalista Ho Chi Minh impulsó la vía independentista para Vietnam. Bajo el mando del inteligente general Giap, los vietnamitas perfeccionaron una forma de guerra de guerrillas que se mostró muy eficaz contra los franceses. Tras la derrota en Dien Bien Phu en 1954, los franceses se retiraron de Indochina.

La lucha por la independencia argelina fue más turbia. Argelia, que en teoría era un département francés, estaba controlada en la práctica por un millón de colonos franceses que deseaban salvaguardar sus privilegios. Aferrada a sus posesiones, la comunidad colonial, apoyada por el Ejército y la derecha, rechazaron todas las exigencias argelinas para alcanzar la igualdad política y económica.

La Guerra de Independencia de Argelia (1954-1962) fue brutal. A los ataques de los rebeldes nacionalistas se respondió con ejecuciones sumarias, inquisiciones, tortura y masacres, lo cual acrecentó el deseo independentista de los argelinos. El Gobierno reaccionó con medias reformas. La presión internacional creció sobre Francia por parte de la ONU, la URSS y EE UU, mientras que los pieds noirs (pies negros, que es como se conoce en Francia a los franceses nacidos en Argelia), algunas facciones del Ejército y la extrema derecha se indignaban cada vez más ante lo que consideraban derrotismo. Se evitó por muy poco un complot para derrocar al Gobierno francés y reemplazarlo con un régimen de estilo militar cuando el general Charles de Gaulle -subsecretario francés de defensa que había huido a Londres desde París después de que Francia capitulara y había pasado más de 12 años en la oposición durante la IV República de posguerra- aceptó asumir la presidencia en 1958.

Los primeros intentos de reforma de De Gaulle, encaminados a la igualdad política y el reconocimiento de su derecho de autodeterminación, enfurecieron a los conservadores sin llegar a satisfacer las ansias independentistas de los argelinos. Tras un golpe de Estado fallido en 1961, la Organisation de l’Armée Secrète (OAS; un grupo de colonos franceses y simpatizantes contrarios a la independencia de Argelia) recurrió al terrorismo. Trató de asesinar a De Gaulle en varias ocasiones y, en 1961, estalló la violencia en las calles de París. La policía atacó a los manifestantes argelinos y mató a más de un centenar. Al año siguiente, Argelia obtenía la independencia.

Camino hacia la prosperidad y Europa

A finales de la década de 1960, De Gaulle empezó a verse como el pasado. La pérdida de las colonias, la oleada de inmigración y el aumento del desempleo habían debilitado a un Gobierno que irritaba por decreto a la generación antiautoritaria del baby boom, por entonces en la universidad y defensora del cambio. Los estudiantes, lectores asiduos de Herbert Marcuse y Wilhelm Reich y que admiraban a Fidel Castro, el Che Guevara y la lucha negra por los derechos civiles en EE UU, denunciaron clamorosamente la Guerra de Vietnam.

Las protestas estudiantiles de 1968 alcanzaron su clímax con la brutal intervención policial durante una reunión de protesta en la Sorbona de París. De la noche a la mañana, la opinión pública se puso del lado de los estudiantes, mientras que estos ocupaban la Sorbona y levantaban barricadas en el barrio Latino. En cuestión de días, una huelga general, secundada por 10 millones de trabajadores, paralizó el país.

Pero la camaradería entre trabajadores y estudiantes no duraría mucho. Mientras que los primeros querían una mayor participación en el mercado de consumo, los segundos pretendían destruirlo. Tras mucha vacilación, De Gaulle aprovechó la coyuntura para invocar el temor del pueblo a la anarquía. Justo cuanto el país parecía avocado a una nueva revolución y al derrocamiento de la V República, volvió la estabilidad. El Gobierno descentralizó el sistema educativo superior y continuó con su política de reformas en la década de 1970 (redujo la edad legal para votar a 18 años, aprobó el aborto, etc.). Entre tanto, De Gaulle renunció al cargo en 1969 (al año siguiente moría de un infarto).

Georges Pompidou tomó las riendas del país en 1969. Pese a su ambicioso programa de modernización, con inversiones en las industrias aeroespacial, de telecomunicaciones y nuclear, fue incapaz de atajar la inflación y el malestar social como consecuencia de la crisis mundial del crudo de 1973. Al año siguiente falleció.

En 1974, Valéry Giscard d’Estaing heredó una economía en declive y una política con marcadas divisiones entre izquierda y derecha. Su amistad con el emperador de la República Centroafricana, Jean-Bédel Bokassa, supuestamente caníbal, no le procuró muchos amigos, y en 1981 le sucedió François Mitterrand, veterano líder del Partido Socialista (PS).

A pesar de que el primer presidente socialista de Francia inmediatamente alienó al sector empresarial con la nacionalización de varios bancos privados, grupos industriales y otros sectores de la economía, Mitterrand imprimió chispa al país. En 1980 y 1981 vieron la luz potentes símbolos tecnológicos como el Minitel (un pionero ordenador personal presente en todos los hogares) y el tren de alta velocidad TGV entre París y Lyon; la capital gala se embarcó en una serie de grands projets. Se abolió la pena de muerte, se legalizó la homosexualidad, se instituyó la jornada laboral de 39 h, las vacaciones anuales pasaron de cuatro a cinco semanas y se garantizó el derecho de jubilación a los 60 años.

Pero hacia 1986, la economía empezó a debilitarse, y en las elecciones parlamentarias de ese mismo año, la derecha, liderada por Jacques Chirac (alcalde de París desde 1977), logró la mayoría en la Asamblea Nacional. Durante los dos años siguientes, Mitterrand trabajó con un primer ministro y un gabinete de la oposición, un hecho sin precedentes conocido como “cohabitación”. Mientras tanto, el ultraderechista Front National (Frente Nacional) ganaba terreno mientras achacaba a la inmigración los problemas económicos del país.

Las elecciones generales de 1995 llevaron a Chirac al Elíseo (Mitterrand, enfermo, no se postuló y al año siguiente murió). Sin embargo, los intentos de Chirac por reformar el colosal sector público francés a fin de cumplir con los criterios establecidos por la Unión Monetaria Europea (UME) toparon con las mayores protestas desde 1968, y su decisión de reanudar las pruebas nucleares en la isla polinesia de Mururoa y un atolón cercano provocó el rechazo del mundo entero. Siempre inconformista, Chirac convocó elecciones anticipadas en 1997, y su partido, la Rassemblement pour la République (RPR; Agrupación por la República), fue desbancado por una coalición de socialistas, comunistas y verdes. A esto siguió otro período de cohabitation.

Los resultados de las generales del 2002 sorprendieron a todo el mundo: el líder del PS, Lionel Jospin, cayó en la primera vuelta y el FN de Jean-Marie Le Pen obtuvo el 17% de los votos. Pero en la segunda vuelta, Chirac cosechó una victoria aplastante, que se repitió un mes después en las elecciones parlamentarias, cuando la coalición apoyada por el presidente de la UMP (Union pour un Mouvement Populaire) logró una mayoría holgada, con el FN sin un solo escaño y acabando así con años de cohabitación.

La Francia de Sarkozy

Las elecciones presidenciales del 2007 supusieron el adiós de un político de la vieja escuela como Jacques Chirac y llevaron al Elíseo a Nicolas Sarkozy. Dinámico, ambicioso y mediático, el exministro del Interior y secretario general del partido de centroderecha UMP sedujo al electorado con sus políticas a favor del empleo, bajadas de impuestos, contundencia contra la delincuencia y ayudas para la población inmigrante de Francia (Sarkozy era hijo de un inmigrante húngaro y una francesa de ascendencia greco-judía). Sin embargo, sus primeros meses en el cargo estuvieron marcados por temas personales: se divorció de su esposa Cecilia y, a los pocos meses, se caso con la multimillonaria cantante italiana Carla Bruni.

Durante la crisis bancaria mundial del 2008, el Gobierno inyectó 10 500 millones de euros a los seis principales bancos franceses. La tasa de desempleo llegó al 10% en el 2010, y en las elecciones autonómicas celebradas ese mismo año el partido de Sarkozy sufrió un gran revés. La izquierda obtuvo el 54% de los votos y el control de 21 de las 22 regiones de la Francia continental y Córcega. La aprobación del Gobierno registró el peor nivel de la historia.

En el 2010 se produjeron protestas en la localidad alpina de Grenoble después de que un hombre de 27 años fuera abatido por un policía cuando, al parecer, trataba de robar en un casino. El incidente revivió el derramamiento de sangre acontecido cinco años atrás en un barrio de la periferia de París a raíz de la muerte de dos adolescentes de origen magrebí, electrocutados al tratar de esconderse en una subestación eléctrica cuando huían de la policía. En Grenoble, la quema de vehículos y los enfrentamientos callejeros con la policía fueron vistos como un indicador de lo volátil que Francia había pasado a ser.

La Francia de Hollande

Las elecciones presidenciales del 2012 llevaron al Elíseo al primer socialista desde la marcha de François Mitterrand en 1995. Nicolas Sarkozy había perdido frente al socialista François Hollande (n. 1954), cuyo ambicioso discurso sobre la reducción del desempleo, la liquidación de las deudas del país, el aumento de los impuestos a las multinacionales y a quienes cobraran un salario anual superior al millón de euros, además del aumento del salario mínimo, conquistó al electorado. Además, las elecciones parlamentarias celebradas un mes después le afianzaron en el poder: los socialistas obtuvieron una amplia mayoría de los 577 escaños de la Asamblea Nacional, lo que allanaba el camino para que Hollande gobernara Francia durante la mayor crisis económica que había afectado a Europa en décadas.

Su mandato tuvo un comienzo turbulento. En el 2013 estalló un escándalo después de que el ministro de Economía, Jérôme Cahuzac, admitiera tener una cuenta protegida en Suiza, por lo que dimitió. Dos meses después, Francia entraba de nuevo en recesión. La calificación crediticia del país (entonces en AA+) se rebajó aún más a AA, y la tasa de desempleo se disparó al 11,1%. El creciente malestar ante la incapacidad de Hollande para reconducir la economía del país se tradujo en el desplome de su popularidad, y el PS quedó prácticamente borrado del mapa electoral en las elecciones municipales del 2014, cuando la gran mayoría de los ciudadanos viró a la derecha. París, con la victoria de la socialista de origen español Anne Hidalgo como primera alcaldesa de la ciudad, fue una de las contadas ciudades que conservaron los socialistas.

También fue bastante desafortunado el manejo de Hollande de sus asuntos personales. Ese mismo año, el tabloide francés Closer publicó unas fotografías del presidente a su llegada al piso de su supuesta amante, la actriz Julie Gayet, en un ciclomotor, lo que suscitó la preocupación ciudadana tanto por la seguridad de su presidente como por el estado de su relación con la primera dama, la periodista Valérie Trierweiler. Poco después, la pareja presidencial se separaba y la popularidad de Hollande caía más.

Terrorismo y estado de emergencia

El 7 de enero del 2015, la sede parisina de la revista Charlie Hebdo sufrió un ataque tras haber publicado unas imágenes satíricas del profeta Mahoma. Once empleados y un agente de policía fueron asesinados y otras 22 personas resultaron heridas. #JeSuisCharlie (Yo soy Charlie) se convirtió en una consigna de apoyo mundial.

El 13 de noviembre del 2015 se produjeron sendos atentados terroristas en París y St-Denis. Primero, durante un partido de fútbol al que asistían 80 000 espectadores, se oyeron tres explosiones en las inmediaciones del estadio. Poco después, hombres armados abrieron fuego contra clientes que se encontraban en las terrazas de varios cafés y restaurantes de los distritos 10e y 11e de la capital. Posteriormente, a las 21.40, tres hombres con armas de gran calibre irrumpieron en la sala de conciertos Le Bataclan y tirotearon a los asistentes. Aquella noche perdieron la vida 130 personas y 368 resultaron heridas. Fluctuat nec mergitur (Tocado, pero no hundido), el famoso lema que reza en el escudo de armas de París, cobró un nuevo e importante significado tras los atentados y se convirtió en el grito de guerra de la sociedad francesa, que se volcó por completo con sus compatriotas capitalinos.

Pero aún habría más: el 14 de julio del 2016, durante las multitudinarias celebraciones del Día de la Bastilla en promenade des Anglais en Niza, el conductor de un camión arrolló a la multitud, lo que dejó 86 muertos y cientos de heridos. Se declararon tres días de luto nacional.

Tras los fatídicos atentados de París, Francia decretó el estado de emergencia, lo que permitió que fuerzas de seguridad realizaran redadas y pudieran poner bajo arresto domiciliario a cualquier sospechoso sin orden previa. Dichas medidas permanecieron en vigor hasta noviembre del 2017, cuando fueron sustituidas por una nueva ley antiterrorista que otorgaba a las autoridades derechos similares: allanar domicilios, restringir la libre circulación de las personas (durante los dos primeros años tras declararse el estado de emergencia, 41 individuos fueron puestos bajo arresto domiciliario) y, si fuera necesario, cerrar mezquitas.

Auge de la extrema derecha

En el 2017, el índice de aprobación del entonces presidente francés François Hollande cayó hasta niveles inusitados. A medida que se aproximaba la celebración de elecciones generales en mayo de ese mismo año, todas las miradas estaban puestas en el cada vez más poderoso Frente Nacional (ahora conocido como Agrupación Nacional; Rassemblement National o RN, en francés), cuya propuesta gira en torno a una ferviente política antiinmigratoria. En las municipales del 2014, el partido de ultraderecha liderado por Marine Le Pen obtuvo el 7% de los votos y desbancó a los socialistas en muchas poblaciones en las que gobernaban. En las elecciones europeas celebradas un mes después, el FN cosechó la cuarta parte de los votos, quedando por delante del principal partido de la oposición, la UMP (21%), y del PS (14%), entonces en el Gobierno. El primer ministro, Manuel Valls, describió la victoria como “un terremoto político”. Durante los comicios al Parlamento, celebrados varios meses después, el FN obtuvo sus dos primeros escaños de la historia en el Senado, mientras que los socialistas perdieron la mayoría en la Cámara Alta. La extrema derecha se había convertido en una fuerza política a tener presente, aunque en las generales del 2017 se produciría el descalabro de Marine Le Pen en favor del joven candidato de centro Emmanuel Macron.

 

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