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La capital holandesa es como un país de las maravillas acuático. Ámsterdam labró su fortuna con el comercio marítimo y su cinturón de canales fue construido durante la Edad de Oro de la ciudad. Es un placer pasear por las orillas de los canales y observar sus edificios estrechos con hastiales escalonados y miles de casas flotantes; relajarse en la terraza de un café (taberna o pub) junto a un canal; o, mejor aún, montar en una embarcación. Desde el nivel del agua se aprecian infinidad de detalles arquitectónicos, como la ornamentación de los puentes y, de noche, las luces reflejándose en las ondas.