El casco histórico de Córdoba se extiende hasta el infinito y más allá, y presume de ser uno de los más extensos de Europa. Con grandes dosis de autenticidad y en la orilla del cogollo turístico, integró desde el s. ix una serie de arrabales que hoy conforman populares barrios declarados Bien de Interés Cultural.
Donde hubo mezquitas se alzan iglesias medievales que responden a un modelo gótico-mudéjar, de las que algunas de sus torres guardan alminares y que merecen una ruta. En Santa Marina, el palacio de Viana es todo un museo del patio cordobés, y en el idílico Jardín Huerto de Orive se puede respirar verdor en el corazón del casco antiguo. Los cuatro históricos cines de verano de la Axerquía son de los más antiguos que se conservan.
Para tomar un buen fino, la Taberna Fuenseca es un templo del flamenco que abrió sus puertas durante el reinado de Isabel II. En El Patio de María se come en silla de enea entre geranios y limoneros, y el Mesón Anyfer es haute couture de la cocina cordobesa. En San Agustín está El Rincón de las Beatillas, donde Lorca pasó el Viernes Santo de 1935, y el restaurante La Cuchara de San Lorenzo nunca defrauda. Las copas las merecen el bar Limbo y el Automático.