La comida es uno de los principales alicientes de Nueva Zelanda. Se puede ser funcional si el dinero no sobra o, por el contrario, entregarse a la rica oferta culinaria del país: desde marisco fresquísimo y hamburguesas gourmet a frutas y verduras frescas y cocina de altos vuelos. El viajero encontrará desde locales de fish & chips y pubs hasta cafés retro y establecimientos con ínfulas. El café, las cervezas artesanales y el vino son las bebidas predilectas, y no faltan oportunidades para tomar algo en un ambiente alegre.
En otro tiempo (no tan remoto), Nueva Zelanda subsistía a base de una humilde dieta de “carne y tres verduras”. Aunque los pubs rurales siguen sirviendo las carnes asadas y el pescado rebozado de siempre, la sofisticación culinaria general ha evolucionado drásticamente. En las grandes ciudades, las cocinas retuercen las tradiciones y absorben influencias de todo el mundo, siempre con los productos locales como protagonistas.
La inmigración ha sido un aspecto clave en este auge culinario, lo mismo que los atrevidos paladares autóctonos y la incorporación de los sabores maoríes y de todo el Pacífico.
Para sorprender a unos comensales cada vez más exigentes, los restaurantes ahora deben fusionar con éxito ingredientes y tradiciones contrapuestas de manera más innovadora si cabe. La etiqueta “cocina moderna neozelandesa” se acuñó para clasificar esta técnica inclasificable: una mezcla de Oriente y Occidente, aderezada con un toque atlántico y pacífico y una dosis de autenticidad francesa e italiana.
Ahora bien, aunque siguen utilizándose productos tradicionales locales (cordero, ternera, venado, mejillones), los platos se caracterizan por sus sabores interesantes e ingredientes frescos, y no tienen nada de ostentosos. Las especias se emplean según la ocasión, el marisco abunda y las carnes son tiernas y sabrosas. ¡Buen provecho!
Más del 10% de los neozelandeses son vegetarianos (más en la Isla Norte que en la Sur), y el número va en aumento. Casi todos los grandes núcleos urbanos tiene como mínimo un café o restaurante vegetariano; para más información, véase la web de Vegetarians New Zealand (www.vegetarians.co.nz). Dicho esto, casi todos los establecimientos sirven algún que otro plato vegetariano, y muchos también ofrecen opciones veganas y sin gluten.
En algún momento entre el 2000 y la actualidad, Nueva Zelanda sucumbió a la cultura del café, y de qué manera. La cafeína se ha convertido en una adicción nacional: hay máquinas de espresso en cualquier café que se precie, los tostaderos tradicionales de café son imprescindibles, y, en las zonas urbanas, los baristi (maestros cafeteros) son la norma. El café tiene mucho tirón en ciudades como Auckland, Christchurch y la estudiantil Dunedin. Pero por encima de todas destaca Wellington, con una oferta de cafés, cálidos y familiares, que rivaliza con las principales capitales cafeteras del mundo. Para descubrirlo, basta con sumarse a los wellingtonianos y disfrutar de una buena taza.
Los neozelandeses son muy golosos. Las cartas de los restaurantes urbanos están repletas de postres creativos (pizzas dulces, lamingtons deconstruidos, tartas de queso veganas, etc.), pero la mayoría de los subidones de azúcar los producen los dulces de toda la vida. Muy aptos para los viajes por carretera son los Pineapple Lumps, unas golosinas chiclosas recubiertas de chocolate que se inventaron en la década de 1950. A los neozelandeses también les suscita recuerdos de su infancia el helado de hokey pokey (vainilla con trozos de tofe esponjoso). La reina de los postres kiwis es la pavlova, una base de merengue sobre la cual se pone un montón de nata y frutas del bosque, kiwis o maracuyá. Los australianos aseguran ser los inventores de esta maravilla, pero los autores de esta guía no están de acuerdo.
Antiguamente, los pubs eran territorios masculinos con luz tenue, humo y alfombras empapadas de cerveza; hoy son sitios más familiares. Los suelos pegajosos y los menús a base de empanadas aún abundan en las zonas rurales, pero generalmente los pubs son lugares donde los padres van con los niños a almorzar, los amigos se reúnen para tomar vino y tapas y los vecinos de todas las edades ven partidos en la TV. La comida se ha convertido en parte esencial del pub neozelandés, al igual que el inexorable auge de la cerveza artesana.
En la última década, ha surgido por todo el país un sinfín de pequeños productores independientes de cerveza. Wellington, en particular, concentra decenas de bares especializados, con cervezas de presión que van cambiando y un apasionado personal que conoce los pormenores de cada variedad. Ahora, al salir de bares, ya no priman el volumen y el tamaño, sino más bien la calidad.
Más allá de la comida y la cerveza selecta, los pubs siguen siendo el lugar donde los neozelandeses acuden con un objetivo común: ver jugar al rugbi a sus idolatrados All Blacks en una TV gigante; una divertida experiencia que nadie debería perderse.
La industria del vino en Nueva Zelanda debe su estatus y éxito a los emigrantes europeos: visionarios conocedores de la tierra fértil y el buen clima nada más verlos, plantaron las primeras vides. La bodega más antigua del país, Mission Estate Winery, en Hawke’s Bay, la fundaron católicos franceses en 1851 y aún produce caldos de primera.
Pero el sector no cobró importancia hasta la década de 1970, cuando la merma en las exportaciones agrícolas, el aumento de los viajes de los neozelandeses y la puesta en marcha del concepto BYO (Bring Your Own –wine–; literalmente “trae tu vino”) en los restaurantes, contribuyeron a suscitar mayor demanda e interés por los vinos patrios.
Desde entonces, los vinos de clima fresco neozelandeses han conquistado el mundo, y las visitas guiadas en microbús o en bicicleta son una forma magnífica de recorrer unas cuantas bodegas seleccionadas.
Marlborough La región vinícola más grande y conocida del país se sitúa en el extremo norte de la Isla Sur, con un microclima de días cálidos y noches frescas ideal para el sauvigon blanc. Hay tantas bodegas que se podrían dedicar días a visitarlas
Hawke’s Bay La soleada costa este de la Isla Norte es la cuna de la industria vinícola de Nueva Zelanda y el segundo mayor productor; las principales variedades son el chardonnay y el syrah. La región de Gisborne, un poco más al norte, produce fantásticos chardonnays y buen pinot gris.
Wairarapa Situada a 1-2 h en coche de Wellington, esta región dispuesta en torno al refinado pueblo de Martinborough, un popular destino de fin de semana, depara un pinot noir excelente.
Centro de Otago Esta región de la Isla Sur, que se extiende desde Cromwell (en el norte) a Alexandra (en el sur) y Gibbston, cerca de Queenstown, (en el oeste), ofrece unos riesling y pinot noir sublimes
Valle de Waipara A un corto trayecto al norte de Christchurch elaboran unos riesling y pinot gris divinos.
Auckland y alrededores Los viñedos fundados a principios del s. xx se despliegan por la campiña alrededor de Auckland. Producen excelente syrah y pinot gris en el norte y chardonnay en el oeste. En medio del golfo de Hauraki, a una breve travesía en ferri de Auckland, Waiheke disfruta de un microclima cálido y seco, ideal para tintos y rosados.
Los maoríes de hoy son un pueblo diverso. Algunos están implicados en organizaciones y actividades culturales tradicionales, mientras que otros intentan adaptar las costumbres a la globalización.
Los maoríes son el tangata whenua (pueblo de la tierra) de Nueva Zelanda, y su relación con el territorio ha evolucionado a lo largo de siglos de ocupación. En otro tiempo fue un pueblo predominantemente rural, pero hoy muchos maoríes viven en ciudades, lejos de su lugar de origen. Aun así, todavía es habitual, en entornos formales, presentarse haciendo referencia al hogar: una montaña ancestral, un río, un mar, un lago o un antepasado.
El concepto maorí de whanaungatanga (relaciones familiares) es muy importante. El núcleo familiar abarca la whanau (familia en sentido amplio), la hapu (subtribu) y la iwi (tribu) e incluso, en cierto sentido, rebasa la especie humana y se adentra en el ámbito natural y espiritual.
Si el viajero busca una experiencia maorí, la hallará: en un espectáculo, en una conversación, en una galería de arte o en un circuito.
Hace unos tres milenios se inició una migración al este, hacia el Pacífico, navegando contra los vientos y corrientes dominantes (lo que dificulta adentrarse en el mar y facilita el retorno). Algunos grupos se detuvieron en Tonga y Samoa, y otros colonizaron las pequeñas islas tropicales del centro de la Polinesia oriental.
La colonización de Aotearoa por los maoríes se inició desde un lugar que ellos llaman Hawaiki. Sus navegantes y marinos, muy experimentados, viajaron por el gran océano sirviéndose de diversos recursos (corrientes, vientos, estrellas, pájaros y patrones de olas) para guiar sus grandes naves de doble casco hasta una nueva tierra. Se dice que el primero en llegar fue el gran navegante Kupe, que perseguía a un pulpo llamado Muturangi. Pero el honor de haber dado al país su nombre en maorí (Aotearoa) se le atribuye a su esposa, Kuramarotini, que gritó “¡He ao, he ao tea, he ao tea roa!” (¡Una nube, una nube blanca, una nube blanca y larga!).
Kupe y su tripulación recorrieron el territorio, y muchos lugares de la zona del estrecho de Cook (entre las islas Norte y Sur) y de Hokianga, en Northland, aún conservan los nombres con que los bautizaron y conservan huellas de su paso. Kupe volvió a Hawaiki desde Hokianga (a la que también dio nombre), transmitió cierta información de gran valor a otros navegantes y, a partir de entonces, empezaron a llegar a Aotearoa las grandes wakas (naves oceánicas).
Las wakas en las que llegaron los primeros colonos, así como los lugares de desembarco, han quedado inmortalizados en las historias tribales. Entre las más conocidas están las llamadas Takitimu, Kurahaupo, Te Arawa, Mataatua, Tainui, Aotea y Tokomaru, pero hay muchas más.
¿Cómo pudo ser la transición de unas pequeñas islas tropicales a una masa de tierra mucho mayor y más fresca? Dejaban atrás el árbol del pan, los cocos y las moreras y se encontraban con las moas, los polipodios, el lino… y un espacio enorme. Así, p. ej., Nueva Zelanda cuenta con más de 15 000 km de litoral, frente a los poco más de 30 km de Rarotonga. Había mucha tierra, y una fauna y una flora que se habían desarrollado de un modo más o menos independiente con respecto al resto del mundo durante 80 millones de años. También unas reservas de pesca inmensas y vírgenes, grandes grupos de mamíferos marinos a su disposición en la costa (focas y leones marinos) y una fabulosa variedad de aves.
Los primeros colonizadores se pusieron en marcha, impulsados por el amor, por la oportunidad de comerciar y de disponer de mayores recursos, y empujados por las disputas y las amenazas a su seguridad. Cuando se establecieron, los maoríes crearon una mana whenua (autoridad regional), ya fuera mediante campañas militares, ya por medios pacíficos como los matrimonios mixtos y la diplomacia. La historia tribal del país contiene una sucesión de alianzas, anexiones y la desaparición de algunos grupos.
Las historias se transmitían oralmente, a través de relatos, canciones y cánticos, por lo que no extraña que se hiciera hincapié en la precisión de su aprendizaje.
Los maoríes vivían en kaingas (pequeños poblados), a menudo con jardines. Sus viviendas eran bastante pequeñas en comparación con las actuales: en muchos casos, apenas permitían estar de pie en su interior. Ocasionalmente, durante el tiempo que duraban las cosechas, la gente abandonaba su lugar y se iba a recolectar alimentos; y cuando la tranquilidad cotidiana se veía interrumpida por algún conflicto, se retiraban a los pās (pueblos fortificados).
Y entonces comenzaron a arribar los europeos.
La cultura actual está marcada por los nuevos avances en el arte, los negocios, los deportes y la política. Aún siguen en pie muchas reclamaciones históricas, pero algunas iwi (p. ej. los ngāi tahu y los tainui) han resuelto importantes agravios históricos y tienen un peso importante en la economía neozelandesa. Además, los maoríes han combatido el declive en el uso de su idioma fundando kōhanga reo, kura kaupapa Māori y wānanga (guarderías, escuelas y universidades en lengua maorí). Actualmente toda una generación tiene el maorí como primer idioma. Hay emisoras de radio y una televisión maoríes que disfrutan de una audiencia fiel. También se ha recuperado el Matariki, o el Año Nuevo maorí, cada vez más popular. La constelación Matariki (las Pléyades) empieza a elevarse por encima del horizonte a finales de mayo o principios de junio, lo que marca el momento más propicio, según la tradición, para aprender, hacer planes y preparativos, así como para cantar, bailar y festejar; es época de conferencias y charlas, conciertos, cenas e incluso bailes.