Cualquier viaje por México pronto revela la heterogeneidad de sus habitantes, desde los trabajadores industriales de Monterrey hasta los sofisticados ricos y la contracultura bohemia de Ciudad de México y los campesinos indígenas que apenas se ganan el sustento en las montañas del sur. Pero casi todos comparten rasgos comunes: una profunda vena espiritual, la importancia de la familia y un sentimiento simultáneo de orgullo y frustración hacia su país.
A los mexicanos nunca se los puede englobar en fórmulas simples. Son hospitalarios, cálidos y atentos con sus invitados, aunque es en su círculo familiar donde muestran su verdadera personalidad. Ríen ante la muerte, pero tienen una honda vena espiritual. Abrazan la modernidad, pero, esencialmente, son tradicionales.
La mayoría de los mexicanos, por muy modernos e internacionales que parezcan, aún habitan en un mundo donde los augurios, las coincidencias y los parecidos curiosos calan hondo. Cuando enferman, muchos prefieren recurrir a un curandero tradicional que a un médico.
Aunque a la mayoría de los mexicanos lo que más les preocupa es ganarse la vida y mantener a su familia, también se toma el ocio muy en serio, ya sea en una discoteca o en una comida familiar dominical en un restaurante. Los días festivos religiosos o patrióticos son esenciales para el ritmo de la vida, pues así se disfruta de un descanso cada pocas semanas.
Los mexicanos desesperan porque su país sea bien gobernado un día, pero al mismo tiempo se sienten ferozmente orgullosos de él. Absorben de manera natural cierto nivel de cultura y conciencia estadounidense, pero también valoran, y mucho, lo que les diferencia de ella: un ritmo de vida más humano, un fuerte sentido de la comunidad y la familia, una cocina única y una cultura nacional próspera y poliédrica.
Al sobrevolar Ciudad de México, se ve a vista de pájaro el poco espacio no ocupado por edificios o carreteras. En las afueras, las calles trepan por las laderas de volcanes extintos, y la periferia está rodeada de chabolas hechas de chapa o bloques de hormigón donde malviven los más desfavorecidos. En los barrios más pudientes, en cambio, se ven chalés impresionantes entre jardines bien cuidados detrás de altos muros con puertas de seguridad.
A día de hoy, uno de cada dos mexicanos habita en una ciudad o conurbación de más de un millón de habitantes, un cuarto vive en ciudades y pueblos más pequeños, y otro cuarto en aldeas. El número de habitantes urbanos no para de crecer, puesto que las ciudades absorben a las poblaciones rurales.
En los pueblos y ciudades pequeñas aún se trabaja la tierra, y los miembros de las familias numerosas suelen vivir en patios con pequeños edificios independientes de adobe, madera y hormigón, a menudo con suelos de tierra. Dentro hay escasas posesiones: camas, cocina, una mesa con sillas y algunas fotografías. Pocos vecinos tienen automóvil.
En México, el eterno abismo entre ricos y pobres nunca fue tan grande. El segundo hombre más rico del mundo, el empresario Carlos Slim Helú, es mexicano. La revista Forbes calculó su fortuna en 77 000 millones de US$ en el 2015. En el extremo opuesto, los habitantes más pobres de las ciudades subsisten a duras penas como vendedores ambulantes, músicos callejeros o trabajadores domésticos en la “economía informal”, y es raro que ganen más de 90 MXN (5 US$) al día.
Al tiempo que los niños ricos se dejan ver en sus automóviles caros y se educan en escuelas privadas (con frecuencia en EE UU), y mientras que los bohemios de la contracultura urbana van a mezcalerías, a universidades públicas y a clubes under, los campesinos de las zonas rurales menos favorecidas han de conformarse con bailar en las fiestas locales y en muchos casos se ven obligados a abandonar los estudios mucho antes de los 15 años.
La diversidad étnica de México es uno de sus aspectos más fascinantes. La mayor distinción es entre mestizos (personas de ascendencia mixta, sobre todo españoles e indígenas) e indígenas (descendientes de los habitantes prehispánicos). Los mestizos son mayoría y ostentan la mayor parte de los puestos de poder e influencia; pero los indígenas, aunque pobres desde el punto de vista material, suelen tener una rica cultura. En México sobreviven unos 60 pueblos indígenas, cada cual con su lengua y costumbres. Estos aún viven imbuidos de tradiciones comunitarias, creencias y rituales relacionados con la naturaleza. Según la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en México hay 25,5 millones de indígenas (el 21,5% de la población). El mayor grupo son los nahuas, descendientes de los antiguos aztecas, de entre los cuales casi 3 millones viven en el centro del país. Los aproximadamente 2 millones de mayas yucatecos de la península de Yucatán son descendientes directos de los antiguos mayas, como –probablemente– los tzotziles y los tzeltales de Chiapas (en total aprox. 1 millón). También descendientes directos de conocidos pueblos prehispánicos son el millón de zapotecas y los 800 000 mixtecas, sobre todo de Oaxaca, los 400.000 totonacas de Veracruz y los 200.000 purépechas (tarascos) de Michoacán.
El yoga, el temazcal (baño de vapor prehispánico) y las energías cósmicas new age significan más para algunos mexicanos de hoy que el catolicismo tradicional; pero en cualquier caso, casi todos consideran importante tener algún tipo de espiritualidad.
En torno al 83% de los mexicanos profesa el catolicismo romano, lo que convierte a México en el segundo país católico más grande del mundo, por detrás de Brasil. Casi la mitad de ellos van a la iglesia todas las semanas y cree que la religión es una parte importante del tejido del país. Casi todas las fiestas mexicanas se articulan en torno a días de santos locales, con muchas peregrinaciones a famosos santuarios.
El símbolo más vinculante de la Iglesia es Nuestra Señora de Guadalupe, la manifestación de tez oscura de la Virgen María que se apareció al alfarero azteca Juan Diego en 1531 en el cerro del Tepeyac, al norte de la actual Ciudad de México. Vínculo crucial entre la espiritualidad católica e indígena, la Virgen de Guadalupe es hoy la patrona del país, el arquetipo de madre cuya imagen, en la que aparece envuelta en un manto azul, es ubicua y cuyo nombre es invocado en discursos políticos, literatura y ceremonias religiosas. El 12 de diciembre, el día de su festividad, hay celebraciones y peregrinaciones a lo largo y ancho del país, con Ciudad de México a la cabeza.
Aunque algunas personalidades eclesiásticas han apoyado causas como la de los derechos indígenas, la Iglesia católica mexicana es una institución socialmente conservadora. Algunos sectores de la población se han distanciado de ella por los escándalos de pederastia y su fuerte oposición a la legalización del aborto, al matrimonio entre homosexuales o a la unión civil.
Los misioneros españoles de los ss. XVI y XVII lograron la conversión de indígenas al catolicismo al fusionarlo con las creencias prehispánicas. Los antiguos dioses fueron renombrados como santos cristianos, y las fiestas antiguas mezcladas con las festividades cristianas. El cristianismo indígena sigue fusionado con antiguas creencias en la actualidad. Los huicholes de Jalisco tienen dos Cristos, pero Nakawé, la diosa de la fertilidad, es aún más importante. En la iglesia de la población maya tzotzil de San Juan Chamula se puede ver a curanderos en pleno rito chamánico. En el mundo indígena tradicional casi todo tiene una dimensión espiritual: árboles, ríos, cerros, lluvia y sol, y sus propios dioses o espíritus, y la enfermedad puede interpretarse como la “pérdida del alma” debida al malfacer o la influencia maligna de alguien con poderes mágicos.
Los mexicanos tienen muchas formas de desahogarse emocional y físicamente. La religión, la expresión artística y las innumerables fiestas son algunas de ellas, como los deportes.
Ningún deporte desata tantas pasiones como el fútbol. Se celebran partidos de la Liga MX de 18 equipos, la Primera División nacional, los fines de semana durante casi todo el año. Presenciar un partido es divertido, y la rivalidad entre hinchas se vive con buen humor en general.
Los dos grandes equipos con más hinchas en el país son América, de Ciudad de México, conocidos como los Águilas, y Guadalajara, llamados Chivas. Los encuentros entre ambos, conocidos como “los clásicos”, son los más importantes del año. Otros clubes importantes son la Cruz Azul y los UNAM (Pumas) de Ciudad de México, el Monterrey y los UANL (Los Tigres) de Monterrey, el Santos Laguna de Torreón y el Toluca.
El toreo despierta fuertes pasiones entre muchos mexicanos. Aunque tiene muchos aficionados, existe un importante movimiento antitaurino encabezado por grupos como la Asociación Mexicana por los Derechos de los Animales (AMEDEA) y AnimaNaturalis. Las corridas están prohibidas en los estados de Sonora, Guerrero y Coahuila.
Las corridas suelen celebrarse las tardes de los domingos o durante las fiestas locales, sobre todo en las ciudades grandes. En el norte del país, la temporada taurina suele ser de marzo o abril a agosto o septiembre. En el centro y sur del país, la temporada fuerte va de octubre a febrero. La Monumental de Ciudad de México es la plaza de toros más grande del mundo.
La popularísima lucha libre es más un espectáculo que un deporte. Los participantes se ponen nombres como Último Guerrero, Rey Escorpión y Blue Panther y hacen el payaso ataviados con mallas y máscaras de colores chillones. El Arena México , en la capital y con capacidad para 17 000 espectadores, es su gran templo.
Las populares charreadas (rodeos) se celebran durante las fiestas, sobre todo en la mitad norte del país, en instalaciones regulares a menudo llamadas lienzos charros; para más información al respecto, visítese www.decharros.com.