Un recorrido en bicicleta por Irlanda

Escrito por
Jasper Winn

2 Marzo 2018
5 min de lectura
© Pete_Seaward_Lonely_Planet
Bahía de Bantry, condado de Cork, Irlanda

La costa salvaje del oeste de Cork y sus paisajes

Pedalear por acantilados, penínsulas y playas del litoral del oeste de Cork es sinónimo de contemplar espléndidos paisajes, un laberinto de caminos rurales y quizá algunas ballenas.

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Costa condado Cork, Irlanda © Reality Images / Shutterstock

 Costa condado Cork, Irlanda © Reality Images / Shutterstock

Cuando vuelvo a casa en el condado de Cork y quiero tomarme un descanso, suelo coger mi bicicleta y pedalear rumbo al este para pasar una semana. Estoy preparado para cualquier clima, listo para unirme a una sesión de música en un pub y capaz de dormir al raso. ¿La ruta? Solo tengo que mantener el mar a mi izquierda. Es una manera fácil de hacer cicloturismo.

Hasta el momento, he repetido tres veces el recorrido de 300 km entre Clonakilty y el extremo de la península de Beara al oeste, tras los pasos del escritor de viajes Peter Somerville-Large. Con la nieve, lluvia y viento de principios de 1970, Somerville-Large partió en una bicicleta de 3 marchas, llevando consigo una tienda de lona y un paraguas, para documentar su libro sobre la costa del oeste de Cork (The Coast of West Cork). Su obra recorre la historia, evocando robos de ganado, luchas a hierro, flotas pirata y terratenientes caprichosos, mientras pedalea entre antiguas fortalezas circulares, castillos medievales, casas señoriales en ruinas y pueblos costeros. En su ruta describe una Irlanda rural todavía compuesta por pequeñas granjas y pueblos muy cercanos entre sí. De su relato se desprende que en aquel entonces la comida no era una fuente de inspiración.

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Condado de Cork, Irlanda © andhal / Getty Images / iStockphoto

 Condado de Cork, Irlanda © andhal / Getty Images / iStockphoto

Actualmente, los ciclistas, mejor alimentados, todavía pueden disfrutar del espíritu aventurero de Somerville-Large, porque las carreteras costeras integran hoy la sección más meridional de la Wild Atlantic Way (Ruta Costera del Atlántico). Esta “ruta señalizada” de 2500 km está diseñada para atraer a los viajeros y descargar las vías arteriales, desviándolos por las carreteras rurales y los boreens (caminos angostos) que interconectan la costa del oeste de Irlanda.

La región atrae a ciclistas de todas clases. Un pelotón de amigos ingleses realizó la travesía de oeste a este con un pésimo tiempo estival que les condujo a refugiarse de pub en pub; les encantó. Otras veces he prestado una vieja bicicleta de piñón fijo y el libro de Somerville-Large a un francés cargado con una guitarra, aun estudiante israelí y a una alemana. Cada uno vivió aventuras totalmente diferentes; uno se sentó con músicos y pedaleó de bolo en bolo, otro acampó en playas remotas y cocinó peces recién capturados, y la tercera saltó de una isla a otra por Roaringwater Bay antes de retirarse a un centro budista del Beara.

 

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Kinsale, condado de Cork, Irlanda © Pete Seaward / Lonely Planet

 Kinsale, condado de Cork, Irlanda © Pete Seaward / Lonely Planet

Me parece que más que de la distancia, se trata de la calidad de las experiencias. Uno nunca sabe qué le hará cambiar de planes, si la música callejera de Will Clonakilty o los festivales de guitarra o de la bicicleta. O si sentirá la tentación de visitar un mercado rural de alguna población de la costa, con puestos de quesos locales, panes caseros, verduras y pasteles. O de pasar un día en barco para avistar ballenas. O de dar un paseo nocturno en kayak mientras la fosforescencia ilumina las aguas. O de disfrutar en un pub, escuchando los acordeones, los violines, las gaitas y los banjos. Cuando uno se desplaza en bicicleta por el oeste de Cork, pasan cosas imprevisibles…

 

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Fota Wildlife Park, condado de Cork, Irlanda © David Morrison / 500px

 Fota Wildlife Park, condado de Cork, Irlanda © David Morrison / 500px

En mi más reciente “correría” sobre dos ruedas (la llamo así por su naturaleza fortuita) al Beara, partí una fría noche otoñal para ver salir el sol sobre el mar y proyectar su luz sobre el círculo megalítico de Drombeg, una especie de Stonehenge en miniatura. Después me dejé llevar hasta Union Hall para degustar un desayuno irlandés en The Coffee Shop. Beicon, salchichas, huevos, tostadas, y el célebre black pudding (morcilla) de Clonakilty, además de una tarta de manzana: el combustible que necesitaba para una jornada de pedaleo cuesta arriba una colina tras otra. Como siempre, iba decidiendo la ruta sobre la marcha. Si el primer sol de la mañana no hubiera dado paso a una llovizna, habría continuado hasta Baltimore para tomar el ferri hasta la isla de Cape Clear, donde se habla irlandés, se bailan los tradicionales jigs and reels (danzas populares), y podría haber pedaleado hasta los acantilados que se asoman al mar, donde había posibilidades de ver grupos de ballenas enanas alimentándose cerca de la costa. Pero con tan poca visibilidad opté por dirigirme a la bahía de Roaringwater, a través del Mizen y hasta Sheep’s Head. Por la noche, estaba sentado en la cabaña de un amigo sobre el acantilado bebiendo té y mirando la puesta de sol.

 

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Mizen, condado de Cork, Irlanda © hughrylands / 500px

 Mizen, condado de Cork, Irlanda © hughrylands / 500px

Para los ciclistas, el Sheep’s Head es como toda la costa del oeste de Cork, o incluso la Wild Atlantic Way en miniatura. Un circuito costero de 80 km a través de pequeñas carreteras. Grandes acantilados y, cuando hay tormenta, mares aún más grandes. Círculos megalíticos escondidos, más pequeños que el de Drombeg. Pubs donde las conversaciones estallan en canciones. La tienda a la antigua usanza de JF O’Mahony’s en Kilcrohane, aun tiempo bazar, oficina de correos e incluso bar de vinos. Muy pocos coches. Una zona ideal para pedalear.

A la mañana siguiente, desde Sheep’s Head pude contemplar la península de Beara a través de Bantry Bay. En una lancha se podría cruzar en 20 min pero en bicicleta se tardan un par de días con tranquilidad y nuevas distracciones: Bantry, con su mercado de los viernes; los cafés en la turística Glengarriff; las montañas Slieve Mishkish y de Caha en el interior; Hungry Hill envuelta en la fría niebla; una pinta de Beamish en MacCarthy’s, en Castletown Berehaven, entre pescadores de media docena de países. Luego el recorrido hasta el final de la península, hasta que delante solo hay aire y agua. Ya solo me quedaba dar media vuelta y regresar a casa. Esta vez, con el mar a mi derecha.

 

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Uragh Stone Circle, península de Beara, condado de Cork, Irlanda © David Epperson / Getty Images

 Uragh Stone Circle, península de Beara, condado de Cork, Irlanda © David Epperson / Getty Images

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