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Los fornidos torreones de piedra de La Cité de Carcasona, rematados por una suerte de sombrero de bruja, ponen la piel de gallina. Para saborear esta ciudad amurallada de librillo, se impone quedarse hasta que anochezca, cuando las huestes de turistas ya se han marchado y su centenar de habitantes recuperan el casco antiguo. Al partir, se recomienda echar la vista atrás para deleitarse con su maravillosa iluminación nocturna.