Cultura

En Saboya y Alta Saboya, los chalés tradicionales cohabitan con las estaciones concebidas por arquitectos vanguardistas de la segunda mitad del s. XX. El corno de los Alpes y el folclore se llevan bien con la música electrónica de los destinos más de moda. En los agrestes valles alpinos se alzan iglesias de decoración barroca florida. Estos dos departamentos, cuya belleza celebraron por vez primera los escritores románticos, tienen otros intereses además de lo que la naturaleza les ha dado generosamente…

Identidad saboyana

El territorio de Saboya y Mont Blanc, que corresponde al antiguo ducado de Saboya, es un mestizaje de influencias procedentes de todo el arco alpino. En efecto, la región ha sido siempre un lugar de paso, ya que sus grandes puertos de montaña eran una de las vías de intercambio entre Italia y Francia. Sin embargo, esta ubicación en una encrucijada de culturas no le ha impedido desarrollar una identidad propia, marcada especialmente por un ferviente espíritu de independencia. Todavía hoy, los saboyanos siguen aferrándose a los símbolos de su identidad, como la bandera, que toma el dibujo del blasón de los duques de Saboya: una cruz blanca sobre fondo rojo; la ‘fiesta nacional’, que se celebra el 19 de febrero, fecha en que el condado de Saboya fue declarado ducado (1416); y finalmente, el himno de Saboya, Le Chant des Allobroges, que hace referencia al antiguo pueblo celta que se estableció en las tierras de Saboya a principios del s. III a.C. Fue escrito por el saboyano Joseph Dessaix y, según parece, la música es de un tal Conterno (o Consterno). El texto, también llamado La Liberté, pone en escena una alegoría de la Libertad que, expulsada de Francia, se refugia en las montañas de Saboya donde encuentra el apoyo del pueblo de los alóbroges. Hace referencia al asilo que vinieron a buscar en el ducado de Saboya determinadas personalidades proscritas, entre las que cabe destacar Eugène Sue, Alexandre Dumas o Victor Schoelcher, después del golpe de Estado de Luis-Napoleón Bonaparte el 2 de diciembre de 1851. El estribillo del himno declama: “Allobroges vaillants! Dans vos vertes campagnes / Accordez-moi toujours asile et sûreté / Car j’aime à respirer l’air pur de vos montagnes / Je suis la Liberté ! la Liberté !”. [¡Alóbroges valientes! En vuestros verdes campos / Dadme siempre asilo y seguridad / Ya que me gusta respirar el aire puro de vuestras montañas / ¡Soy la Libertad! ¡La libertad!].

El dialecto saboyano

Durante mucho tiempo, en Saboya, el francés no era más que la lengua oficial y la de las élites administrativas. Los saboyanos utilizaron el franco-provenzal y otros dialectos locales vecinos hasta la década de 1950 aproximadamente. Este dialecto, aunque ya en vías de extinción, todavía se utiliza en determinados pueblos. También se habla en la Suiza francófona o en el valle de Aosta (Italia), pero sus hablantes son escasos (140 000-150 000), y muy pocos jóvenes toman el relevo. Un poco por toda Saboya, todavía se pueden oír algunos franco-provenzalismos tradicionales o “sabaudismes” (particularidades exclusivamente saboyanas) bastantes picantes y subidos de tono. Los habitantes a veces cuentan como en Suiza o Bélgica: “septante”, “huitante” y “nonante” en vez de “soixante-dix”, “quatre-vingt” y “quatre-vingt-dix”. La pronunciación muy marcada de la “e” final también es muy típica del habla saboyana. “Ils voient”, por ejemplo, puede pronunciarse “ils voyent”. La “jolie fille” suena “la jolille fille”. Además, como se puede observar bastante claramente en la toponimia y los apellidos, las letras “x” y “z” no se pronuncian cuando están al final de la palabra: “La Clusaz” se pronuncia “La Clusa”, el “Col de la Forclaz” es “Forcla”, “Chamonix” se pronuncia “Chamoni”… Pero, no se sabe muy bien por qué, la “z” de “Semnoz” sí que se pronuncia. También se oye hablar en “passé surcomposé” (“quand j’ai eu fait ceci”, “quand il a eu dit cela”…) y no hay que sorprenderse si se oye a un interlocutor terminar, como los suizos, algunas de sus preguntas con “ou bien?” (“ça va ou bien?”, “c’était bien ou bien?”...).

La música tradicional y el folclore

La música tradicional saboyana da prueba de influencias suizas, piamontesas y francesas. Se basa en el corno de los Alpes (un corno largo y acodado de 3 m de largo como mínimo, que en su origen se usaba para las comunicaciones a distancia en la montaña), el acordeón y el canto polifónico. El viajero puede tener la suerte de oírlos en los días soleados durante las fiestas de los pueblos, cuando hombres y mujeres lucen sus trajes tradicionales. En total existen unos 20 trajes folclóricos saboyanos. Varían según el valle o el pueblo, pero en general están compuestos, para la mujer, de un chal, una falda, un delantal y una cofia (por ejemplo: la “frontière” en Tarentaise), todo adornado con joyas, encajes..., y para los hombres, una camisa ancha, un chaleco, un pantalón y un sombrero en verano, asociado a un gorro en invierno. Estos trajes aparecieron a partir del s. XVII y se llevaron hasta el s. XX en determinados lugares.

La vivienda tradicional

El chalé tradicional se conserva bien en Saboya y Mont Blanc. Típica de los macizos alpinos, esta construcción utiliza sobre todo la madera y un poco la piedra, e incluye balcones en las fachadas cercados por barandillas caladas. En verano, los chalés saboyanos generalmente están repletos de geranios. En invierno, la nieve acumulada en los tejados en voladizo les confiere al menos tanto encanto como las flores; de hecho, el revestimiento de los tejados está concebido para retener la nieve, para que sirva de aislante. El uso de la palabra “chalé” se remonta al s. XV. Entonces, solo designaba la vivienda de montaña donde se alojaban los pastores que vigilaban los rebaños durante los cien días de veraneo y fabricaban queso. Etimológicamente, la palabra “chalet” significa precisamente “abrigo de montaña”. Por consiguiente, el término “chalé” se diferencia de la granja del valle, que es la casa principal del campesino de montaña. Pero con el desarrollo del turismo de montaña surgió la confusión entre la granja de valle y el chalé de los pastos, y ahora se llama “chalé” a unos y otros; fue precisamente Jean-Jacques Rousseau quien, en Julia o la nueva Eloísa, popularizó el uso de este término. Los chalés-granjas alojaban bajo un mismo techo a los animales (cabras, carneros y vacas), el heno y varias generaciones de la misma familia. Desde el principio, la vivienda de montaña fue concebida para permitir que el hombre se adaptara a las duras condiciones climáticas y pudiera desarrollar la actividad agropecuaria. Se observará que los chalés presentan tejados muy anchos. La parte que sobresale permitía proteger las paredes de la nieve y utilizar el espacio alrededor de la casa. Allí se almacenaba la madera u otros materiales. Asimismo, las construcciones utilizaban inteligentemente la pendiente, con el granero situado en la mitad superior del chalé para que fuera accesible directamente desde la parte de atrás, para facilitar la carga del heno. En los valles, solo una ladera de la montaña está habitada, la más iluminada (la solana). El uso de la madera, muy presente en determinadas regiones, tiene muchas ventajas: ligereza, buen aislamiento y retención de la nieve, en primer lugar. En Grand-Bornand, y en particular en Chinaillon, los hermosos chalés se asientan sobre cimientos de piedra y tienen dos niveles de madera en los que se ubicaba la parte habitable, el establo y el granero. Gran parte de los chalés poseen una pequeña chimenea revestida de madera. En cuanto a la cubierta, la tablilla es el material tradicional de cobertura de los tejados. Llamada también “ancelle”, “bardeau” o “tavillon”, es una fina placa de madera hendida. Hendida, que no serrada: es precisamente en esta sutileza donde radica el secreto de la técnica. El corte hendido permite respetar el sentido de las vetas de la madera, de modo que resulta 100% impermeable al agua. La tablilla fue abandonada durante mucho tiempo en beneficio de la teja, la pizarra o la chapa, pero hoy en día se ha reavivado su interés. En el valle de Abondance, los balcones de madera de los chalés tradicionales están delicadamente tallados, y parecen casi de encaje. En Beaufortain, sorprendentemente aferrados a la fuerte pendiente, los chalés patrimoniales de Boudin, por encima de Arêches, datan, algunos, de los ss. XVII y XVIII . Se usaba la pícea tanto para la estructura como para las tejas del tejado, y las inmensas pilas de leña amontonadas bajo el tejado constituyen en sí mismas verdaderas obras de arte. En Tarentaise, el pueblo de Monal, declarado monumento histórico, bien merece la sencilla excursión de 1¼ h que hay que seguir para visitarlo desde la estación de Sainte-Foy. Sus residencias tradicionales (no se puede hablar de chalés) de los ss. xviii y xix lucen muros de piedra, estructura de alerce y tejados de lajas (piedras talladas), materiales que solo se encuentran allí. Las tejas de lajas, si se utilizan de forma unánime, pueden conferir a un pueblo una espléndida armonía, como es el caso de Bonneval-sur-Arc, declarado uno de los pueblos más hermosos de Francia, donde las casas de piedra y los tejados de lajas están perfectamente preservados.

La arquitectura de las estaciones alpinas

Determinadas estaciones de montaña creadas ex nihilo a lo largo de la década de 1950, tienen un cierto interés arquitectónico, y varias de ellas son calificadas actualmente como “arquitectura del s. XX” por el Servicio de Monumentos Históricos. Flaine se fundó a 1600 m de altitud en la década de 1960. El diseño de esta localidad es obra del arquitecto húngaro-estadounidense Marcel Breuer (autor, en particular, del Palacio de la Unesco en París), así como la elección del uso masivo del hormigón. El Hôtel Le Flaine, emblema de la estación con su terraza solárium que sobresale sobre un acantilado, y el inmueble Bételgeuse, fueron los primeros edificios inaugurados en 1969. Puede gustar o no, pero hay que admitir que tiene un estilo y un gran dominio técnico... Además, la estación enaltece el arte contemporáneo y propone un parque de esculturas monumentales donde se pueden admirar, especialmente, El bosquecillo de Jean Dubuffet, La cabeza de mujer de Pablo Picasso y Los tres hexágonos de Victor Vasarely. Coetánea de Flaine, Avoriaz también fue construida a partir de la nada. El proyecto de implantación en un lugar de altitud no habitado surgió en 1959 gracias a un joven campeón olímpico, Jean Vuarnet, que constituyó una sociedad con otro deportista, el ciclista Louison Bobet, y luego con Robert Brémond. La concepción del lugar es obra de los arquitectos Jacques Labro, Jean-Jacques Orzoni y Jean-Marc Roques. Su trabajo se inspira en el carácter accidentado del entorno. Los materiales se dejan en bruto la mayor parte del tiempo. En cambio, el uso de la madera (el cedro rojo, concretamente) hace que los edificios resulten mucho más cálidos que en Flaine.

La estación de Les Arcs, en Saboya, fue en su mayor parte concebida por Charlotte Perriand (1903-1999). Esta arquitecta parisina de padre saboyano, antigua colaboradora de Le Corbusier, dirigió un equipo de arquitectos talentosos (como Bernard Taillefer) y dedicó 20 años de su vida, desde finales de la década de 1960, a diseñar estos imponentes inmuebles. Capaces de alojar a un gran número de turistas, están sorprendentemente bien integrados en el paisaje montañés, gracias a la incorporación de elementos tradicionales (revestimiento de alerce o abeto, uso de piedra y lajas). Los apartamentos evitan a conciencia tener edificios enfrente, y dejan espacio a agradables galerías peatonales. Hoy en día son la marca de fábrica de los pueblos de Arc 1600 y Arc 1800.

En Courchevel 1850, destacan las firmas de Denys Pradelle (1913-1999) y Laurent Chappis (1915-2013), que se forjaron una sólida reputación en la arquitectura y el urbanismo de montaña. Entre las construcciones que aún se pueden observar, cabe citar el chalé de vacaciones de Frédéric e Irène Joliot-Curie (1949), la Chapelle Notre-Dame de l’Assomption (1953-1959), y sobre todo el increíble chalé Lang, nombre del industrial de la Lorena para el que fue construido en 1950, en la urbanización de Bellecote. Actualmente declarado patrimonio arquitectónico, este chalé es más conocido con el nombre de “chalé con patas”, por sus largas barras de hormigón, que dejan la vivienda de forma rectangular al nivel de las copas de los pinos, como sobre pilotes.

El arte barroco de las iglesias saboyanas

El barroco escenifica de forma espectacular la fe cristiana católica utilizando todos los recursos de la arquitectura, la pintura y la escultura. Este estilo artístico proviene de la Contrarreforma. Es la expresión de un intento de nueva evangelización, en respuesta a las tesis desarrolladas por la Reforma protestante, y está basado en las orientaciones impartidas por el Concilio de Trento (1545-1563). El movimiento barroco experimentó un auténtico dinamismo en las iglesias de Saboya durante los ss. XVII y XVIII, en el mismo momento en que la región vivió una gran prosperidad. En aquella época, Saboya era una encrucijada casi obligada para muchos viajeros y la región sacó el máximo partido de esta situación. Concentró una efervescencia artística muy relevante. El arte barroco saboyano es una síntesis de singularidades que adopta de distintas escuelas europeas (italiana, alemana, francesa y española). Al final se creó un estilo propio y claramente identificable. Se cuentan alrededor de 80 santuarios en la región, donde se pueden admirar las obras de los artistas de esta corriente, principalmente repartidas por Tarentaise, Maurienne, Beaufortain y el valle Montjoie.

El movimiento barroco tuvo aquí sus orígenes en Annecy, con la iglesia del primer monasterio de la Visitación, consagrado por san Francisco de Sales en 1618. Luego, en el transcurso de los s. XVII y XVIII, se desplegó por los pueblos de montaña. Un poco por todas partes, las iglesias se vistieron de suntuosos retablos, pinturas, esculturas de madera pintadas o doradas, con techos pintados. Las comunidades de montaña recurrieron a los mejores pintores, albañiles y escultores, a menudo del Piamonte. La financiación de estas joyas procedía de los ingresos de los bosques y los pastos, pero también de la fortuna amasada por determinados saboyanos que habían emigrado a Alemania. En el Pays du Mont-Blanc, la decoración pintada recubre incluso las paredes de las fachadas y los aleros. Antes se podía ver en Argentière, Chamonix y Houches; ahora todavía está presente en Saint-Gervais, Combloux, Cordon, Les Contamines-Montjoie o en Saint-Nicolas-de-Véroce. Pero es en el interior de los edificios donde la magnificencia del arte barroco salta a la vista. Los retablos, construidos con madera de abeto, alerce o pino cembra, están decorados con magníficas esculturas de madera de tilo. Todo es vigor y delicadeza, y las obras están realzadas por sublimes dorados y policromías iridiscentes. Tarentaise y, sobre todo Maurienne, poseen algunos de los ejemplos más exuberantes: la Église Saint-Thomas-Becket de Avrieux, o los templos de Notre-Dame-de-l’Assomption de Valloire y Termignon, desbordan de oro. En los primeros retablos, las columnas solo están acanaladas (como en la Chapelle de Pincru en Mont-Saxonnex), como en el estilo renacentista, pero rápidamente llega el advenimiento de la columna torcida. Muchas están entrelazadas con pámpanos de vid, rosales trepadores, laureles… A finales del s. XVIII, la llegada del estilo neoclásico impuso el retorno de las columnas rectas, lisas o acanaladas (en el altar mayor de Saint-Nicolas-de-Véroce, por ejemplo). Entre las columnas, las hornacinas suelen adornarse con tapices esculpidos y estatuas de santos. El centro del retablo, en general, está ocupado por un gran cuadro de altar. También repartidos por doquier se observan ángeles rollizos, que embocan a veces una trompeta que toca a la gloria de Dios.

Saboya en la literatura

El primer autor que se sabe que escribió sobre Saboya fue Tito Livio. En el s. I a.C, el célebre historiador romano escribió el relato del paso de Aníbal por los Alpes y describió aquel entorno como una montaña hostil. Mucho más tarde, en el s. XVII, surgió la épica de los relatos de viaje, que hizo converger a muchos visitantes hacia Saboya. A partir de esta época, los paisajes saboyanos se consideran pintorescos y exóticos. Toda Europa quiere venir a Saboya a ver el macizo del Mont Blanc y el glaciar Mer de Glace. En el s. XVIII, insignes filósofos de la Ilustración también se aventuraron en Saboya. Voltaire (1694-1778), por ejemplo, residió en Ferney, cerca de Ginebra. Para Rousseau (1712-1778) este hecho es más evidente porque nació en Ginebra. Pasó cerca de 15 años de su juventud en Saboya. Desde el vergel de Charmettes, cerca de Chambéry (“Verger cher à mon cœur, séjour de l’innocence” [Huerto caro a mi corazón, refugio de la inocencia]) hasta los paisajes descritos por Saint-Preux en Julia o la nueva Eloísa, sin olvidar el encuentro con Madame de Warens en Annecy, los años saboyanos ocupan un lugar importante en la vida de Rousseau. El escritor y filósofo consagra a este período los libros II a VI de Las confesiones (casi la mitad de esta obra autobiográfica). El testimonio que aporta es muy instructivo para conocer la mentalidad y las prácticas culturales y religiosas de la época. También en el s. XVIII, el suizo Horace-Bénédict de Saussure (1740-1799), considerado el fundador del alpinismo, elaboró una auténtica mitología del Mont Blanc con su Viaje a los Alpes, y Goethe (1749-1832) elaboró una suerte de epopeya del hombre frente a la naturaleza sobrecogedora.

Entre los primeros escritores que viajaron a Saboya, los románticos ingleses ocupan un lugar destacado. Igualmente seducidos por la proximidad de Suiza y la presencia de lagos, Shelley (1792-1822) y Byron (1788-1824) se inspiraron en los paisajes alpinos. Hallaron lugares donde “los mitos podían tomar forma”. Del lado francés, el siglo romántico se abre con el viaje de Chateaubriand (1768-1848) para quien las montañas “llenas de tinieblas y glaciares grisáceos” no tienen “las virtudes que les atribuía Rousseau”. Victor Hugo (1802-1885), que viajaba con Nodier, buscó penetrar en el alma saboyana. Estudió de cerca la historia y el folclore locales, y también las luchas entre el conde de Ginebra y el señor de Faucigny. Por su parte, Stendhal (1783-1842) adoraba Italia y decía que en Chambéry ya se percibía el aire italiano. En el ámbito de la poesía, Lamartine (1790-1869) fue sin duda el poeta de la naturaleza saboyana. “Ô Temps, suspends ton vol !” [Suspende el ala rápida […] ¡Oh tiempo volador!], escribe en “El lago”, una joya de la poesía romántica, publicada en 1820 en las Meditaciones poéticas. Este poema llevaba al principio el título “Ode au lac de B...”, en referencia al lago de Bourget; fue la inspiración de Lamartine en la relación amorosa que mantuvo entre 1816 y 1817 con Julie Charles, una mujer casada afectada de una dolencia incurable que se la llevó en 1817. Lamartine regresa solo a ver los lugares que había recorrido antes con ella. Este poema fue en parte escrito en la colina de Tresserve que domina el lago. Muchos otros autores emprendieron el viaje hasta Saboya, como George Sand, Labiche, Théophile Gautier o Töpffer…

Después de esos impulsos románticos, Saboya quedó fuera del foco de interés de los escritores, salvo para los oriundos de la región. En este sentido, cabe citar la obra de Henri Bordeaux (1870-1963), novelista y ensayista nacido en Thonon-les-Bains, que fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1919. Sus novelas, que suelen tener Saboya como telón de fondo, son un himno a la familia y los valores tradicionales, religiosos y morales. En un estilo muy distinto, Roger Frison-Roche (1906-1999), chamoniense de adopción, quedó prendado del encanto de la alta montaña en su primera estancia en Chamonix a los 17 años. Es la figura emblemática de una literatura de aventuras que alaba las proezas de hombres fuera de lo común frente a una naturaleza también fuera de lo común. Su obra está en el origen de numerosas vocaciones alpinas. Henri Troyat escribía sobre él: “Es el símbolo de la unión entre los placeres del esfuerzo físico y los de la fantasía y la escritura”.