Ocupada desde muy temprano por el hombre a pesar del aspecto inhóspito que le confería su relieve, la historia de esta región es rica y compleja. Zarandeada durante mil años por distintas potencias, en 1860 se anexionó al reino de Francia y dio a luz los dos departamentos actuales: Saboya y Alta Saboya.
Si hace 50 000 años el hombre de Neandertal dejó atrás algunas herramientas de sílex, halladas en una cueva de Onnion (Alta Saboya), la primera ocupación permanente en esta región se remonta en torno a 12 000 años a.C., época en que los valles y desfiladeros alpinos quedaron despejados por el retroceso de los glaciares que dieron paso a grandes lagos. Esta presencia humana ha quedado demostrada con osamentas, armas y utensilios hallados en múltiples grutas, especialmente en los Prealpes. Los pueblos nómadas cazaban renos y ciervos en la Combe de Savoie. En el Neolítico, hacia 3000 a.C., comunidades de agricultores sedentarios se instalaron en las llanuras, pero los hombres también subían a los picos de Tarentaise, Maurienne y Chablais, donde se han encontrado peñascos tallados y rocas con cazoletas. Luego, en la Edad del Bronce, entre 1800 y 750 a.C., aparecieron pueblos lacustres en las riberas de los grandes lagos (Lemán, Bourget, Annecy y Aiguebelette), donde se desarrollaron talleres de cerámica y metalurgia. Las excavaciones han puesto al descubierto rastros de esta actividad humana.
Hacia principios del s. III a.C., se produjo un gran acontecimiento con la sedentarización de diversas tribus celtas en los Alpes del Norte: los ceutrones en Tarentaise, los medulli en la Alta Maurienne, pero sobre todo los poderosos alóbroges, que establecieron su capital en Vienne (Isère). Profusamente descritos por los autores antiguos, estos pueblos practicaban la ganadería, cultivaban viñedos y se dieron a conocer en Roma gracias a sus quesos y sus vinos. También descubrieron la fuente de Aix-les-Bains, que empezaron a explotar.
Los Alpes fueron entonces escenario de la travesía del general cartaginés Aníbal que, con sus infantes, caballeros y elefantes de guerra, habría franqueado el Col de Clapier (al sur del actual Col du Mont-Cenis) para invadir el territorio italiano durante la II Guerra Púnica, en el año 218 a.C.
Un siglo más tarde, en el 121 a.C., los romanos vencieron a los alóbroges y se apoderaron de su territorio que, sin embargo, tardarían varios siglos en someter por completo.
En ese momento, Saboya se dividía en tres provincias: los Alpes Grayos, con Aime (en Tarentaise) como capital; los Alpes Peninos, cuya capital era Martigny (en Valais, actualmente en Suiza), y los Alpes Cocios, que corresponden a la actual Maurienne y cuya capital era Suse. Los puertos de montaña adquirieron una gran importancia estratégica, como el de Petit-Saint-Bernard, en el que se erigió la columna de Joux dedicada al dios Júpiter.
Los Alpes pertenecían entonces a la civilización galorromana que empezaba a desarrollarse poco a poco. Esto se manifestó en la diversificación de la producción agrícola, el trabajo de los metales y la madera, el desarrollo de numerosos talleres de alfareros, vidrieros, herreros… Aix, Annecy, Rumilly, Moûtiers o incluso Faverges se convirtieron en destacados núcleos urbanos.
Esta pax romana se resquebrajó en los ss. III y IV bajo la presión de los pueblos germánicos. Originarios de la actual Noruega, los burgundios vieron detenida en seco su progresión hacia el oeste por el general romano Aecio, quien, sin embargo, en el 443, otorgó a los supervivientes un territorio correspondiente a la antigua Alobrogia y una parte de Helvecia. Esta nueva región se denominó Sapaudia, el “país de los abetos” (sapins en francés, de donde parece que procede el nombre de Saboya). Desde allí, los burgundios desplegaron su dominio hacia la meseta de Langres, la cuenca del Ródano y hasta los confines del Macizo Central y la Provenza. Ginebra se convirtió en la capital del reino. Dicen, pero sin ninguna certeza, que fueron ellos quienes habrían importado la vaca de raza abondance.
A su vez, la Burgundia se debilitó y pasó a someterse al yugo franco durante el reinado de los hijos de Clovis, a partir del 524. El cristianismo empezó a expandirse. Los obispos de Tarentaise, Maurienne-Suse, Ginebra, Belley y Grenoble se impusieron como poderosos actores. Pequeñas iglesias rurales, ermitas y hospicios florecieron un poco por toda la región.
Los carolingios sucedieron a los merovingios y, bajo esta nueva dinastía, se abrió un período llamado de renovatio (o renacimiento). Más que nunca, Saboya, y en particular el Col du Petit-Mont-Cenis, se convirtió en una zona de paso para los ejércitos, los vendedores ambulantes, los prelados y los mercaderes, e incluso para Carlomagno, quien se hizo coronar emperador en Roma en el año 800. Seis años más tarde, este último dividió la “Saboia” en condados o pagus: Genevois, Albanais, Chablais, Chablais saboyano, Saboya, Bugey, Tarentaise y Maurienne. En el 877, el rey Carlos II el Calvo murió en Avrieux, a su regreso de tierras italianas.
Saboya empezó a sufrir las consecuencias del desmembramiento del Imperio carolingio. Se integró en Lotaringia, para incorporarse luego al seno del reino de Borgoña liderado por los rodolfinos, una ilustre dinastía bávara. Rodolfo III de Borgoña murió sin descendencia en el 1032 y legó sus dominios al Sacro Imperio Romano Germánico. Se inició entonces un período de inestabilidad, ya que una parte de los nobles del antiguo reino borgoñés se negaba a someterse a la autoridad del emperador Conrado II el Sálico. Esta aristocracia, descendiente de los condes carolingios, empezó a ganar poder. Era el inicio del feudalismo.
De las cerca de 250 familias nobles con las que contaba Saboya, destacan dos grandes dinastías condales.
Los condes de Ginebra controlaban Chablais, Albanais, Bauges, hasta Aix-les-Bains al sur. Pronto trasladaron el centro de su poder de Ginebra a Annecy. Algunos de sus vasallos adquirieron a su vez un poder significativo: los Faucigny de Arve, los Allinges, los Duingt y los Menthon cerca de Annecy, los Viry de Genevois…
La segunda gran dinastía se desarrolló en la zona de Maurienne con Humberto I Mano Blanca (c. 970 hacia 1047), durante la primera mitad del s. xi. Cercano al emperador Conrado II, al que apoyó contra el obispo de Saint-Jean-de-Maurienne, Humberto pronto obtuvo el título de conde de Maurienne, y luego el de conde de Saboya. Él y sus descendientes, a base de matrimonios y tratados, se hicieron con el control de numerosos feudos y multiplicaron sus posesiones, desde el valle del Ródano al de Tarentaise. La dinastía controlaba entonces los principales puertos de montaña de acceso a Italia. Los aristócratas se impusieron en el ámbito local, como los Chignin, los Montmayeur o los señores de Miolans.
Los condes de Ginebra lideraban un territorio en torno a Annecy. Uno de ellos, Robert, fue elegido papa de Aviñón bajo el nombre de Clemente VII, en 1378. Entonces se encontraban en su apogeo, pero su declive estaba próximo.
En el condado de Saboya, los descendientes de Humberto prosiguieron la política familiar expansionista, y Tomás I (1178-1233) adquirió la ciudad de Chambéry en 1232. Esto supuso el acta de nacimiento de la casa de Saboya, que dio muestras de una diplomacia de alto rango. Intentó algunos ataques en Italia, Suiza y Alemania, se alió con la Inglaterra de Enrique III (numerosos saboyanos hicieron carrera en Londres en el s. xiv). Desconfió del auge hegemónico de Francia, sobre todo cuando el vecino Delfinado cayó bajo su yugo en 1355, pero se alió con ella en determinadas coyunturas. Fue así como la casa de Saboya recuperó Faucigny. Amadeo VI (1334-1383), llamado el Conde Verde, fue un dirigente valeroso y un diplomático sutil. Mientras se desencadenaba la guerra en Francia, extendió su territorio hacia el Piamonte, tomando especialmente el control de Turín. Su hijo, el Conde Rojo Amadeo VII (1360-1391), amplió el Estado de Saboya hasta Niza (1388).
Pero fue el hijo del Conde Rojo, Amadeo VIII (1383-1451), quien marcó todavía más su época. Este monarca de cualidades excepcionales consiguió, gracias a sutiles negociaciones, anexionarse el condado de Ginebra en 1401, implantó su autoridad en Bresse y se anexionó la totalidad del Piamonte en 1419. Así, a finales del s. xv, los “porteros de los Alpes” vieron como su territorio se extendía desde el río Aar (en el norte de la Suiza actual) hasta el Isère, desde el Saona hasta el Po, y hasta alcanzar el Mediterráneo. El emperador germánico Segismundo reforzó este auge saboyano concediendo al conde el título de duque en 1416. Amadeo VIII demostró ser un excelente legislador con la instauración de los Statuta Sabaudiae (estatutos de Saboya) en 1430, que reforzaban su autoridad en el conjunto de sus territorios y en todos los ámbitos. Figura típica de monarca cultivado, gran amante del arte, desplegó la reputación de su corte por toda Europa gracias a los recitales de música sacra, los bailes o el taller de pintura que organizaba. Buscando siempre evitar el conflicto, Amadeo VIII fue un excelente mediador: prueba de ello fue su papel destacado en la reconciliación de Francia y Borgoña, que favoreció la victoria francesa frente a los ingleses en la Guerra de los Cien Años.
Pero después de la muerte de su esposa y de varios de sus hijos, Amadeo se volcó en la religión y renunció a su poder para retirarse al Château de Ripaille en 1434. En ese momento, y ya desde 1378, la Iglesia católica se veía sacudida por el Gran Cisma. En 1439, los padres cismáticos, en conflicto con el papa Eugenio IV, eligieron a Amadeo VIII como papa durante el Concilio de Basilea, bajo el nombre de Félix V. Un curioso pontificado de una década que marcó el fin de la vida del duque, el último antipapa de la historia.
La muerte de Amadeo VIII marcó el inicio de una centuria de intrigas internas y errores diplomáticos por parte de sus sucesores. Genevois, Faucigny o Bresse aprovecharon los errores al frente del ducado para otorgarse mayor autonomía. En 1526, el ducado perdió Ginebra, que se unió a la Confederación Helvética y se incorporó a la Reforma calvinista. Durante ese tiempo, los piamonteses aumentaron su influencia en el gobierno. Frente a Turín, Chambéry, demasiado cercana a un reino de Francia entonces en plena expansión, ya no tenía de capital más que el nombre.
Francia se volvía cada vez más amenazante. Luis XI se casó con Carlota de Saboya para unirse al ducado. Luego, la hermana de Luis XI contrajo matrimonio con el duque Amadeo IX. En 1536, el duque Carlos III tomó partido por Carlos V contra Francisco I, quien se sirvió de ese pretexto para invadir el ducado de Saboya. La presencia francesa duraría hasta 1559.
En este período, la Reforma protestante progresaba en Chablais, el Pays de Gex, Piamonte… El resto de Saboya se opuso al impulso protestante y el nuevo duque de Saboya, Manuel Filiberto (1528-1580), impuso una política de predicación que pusieron en marcha Francisco de Sales, nombrado obispo de Ginebra en 1603, y Jeanne de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación. Saboya se erigió pronto como un bastión de la Contrarreforma, especialmente representada en las decoraciones interiores de las iglesias, de un espectacular estilo barroco.
En 1559 Manuel Filiberto recuperó los territorios que habían estado bajo el control del rey de Francia y luego reorganizó su ducado en un Estado moderno y centralizado. En 1562 trasladó la capital de Chambéry a Turín, primer paso hacia un desplazamiento completo del centro de gravedad del Estado saboyano hacia el Piamonte. Bajo Carlos Manuel I (1562-1630), Francia recuperó Bresse, Bugey, Val Romey y el Pays de Gex (1601), y Saboya fracasó en su intento de recuperar Ginebra. Sin embargo, una economía floreciente consiguió hacer olvidar estas decepciones. El ducado se convirtió en una plaza comercial de primer orden a nivel europeo: encajes, especias, paños de seda, de oro y plata a cambio de paños de lana, cueros, jamón… Los productos agrícolas locales también se exportaban satisfactoriamente.
Pero la situación geográfica del ducado lo situaba en el centro de numerosos conflictos: la Guerra de los Treinta Años, la Guerra de los Nueve Años, el conflicto franco-español… Es el trágico s. xvii. Las tropas arramblaron con todo a su paso, saquearon a la población y contribuyeron a propagar la peste hasta mediada la centuria. Por si no fuera suficiente, una “Pequeña Glaciación” hizo que las cosechas fueran sumamente irregulares.
Los soberanos saboyanos no tuvieron otra opción que participar en las operaciones militares de Francia. Montmélian fue tomada por Luis XIV, el Rey Sol, en 1691; Saboya fue ocupada por las tropas francesas hasta los tratados de Utrecht y de Rastatt (1713-1714). Retirado en el Piamonte, Víctor Amadeo II (1666-1732) recibió entonces la corona de Sicilia, que cambió con los Habsburgo por la de Cerdeña. A partir de entonces, Saboya no fue más que una provincia del Estado sardo.
Como déspotas ilustrados sensibles a las ideas del Siglo de las Luces, Víctor Amadeo II y Carlos Manuel III (1701-1773) implementaron una serie de reformas avanzadas, como la creación del catastro general de Saboya, con objeto de asegurar un mejor reparto del impuesto sobre la propiedad, condenando así los abusos de las élites tradicionales (señores y clérigos). Eran los famosos “mapas”, que todavía son referencia hoy en día.
En septiembre de 1792, las tropas revolucionarias entraron en Saboya sin hallar gran oposición. En Chambéry, la asamblea de los alóbroges optó por la anexión de Saboya a Francia. Supuso la creación del departamento de Mont Blanc, con Chambéry como capital. Pero en febrero de 1793, la Constitución Civil del Clero no fue bien aceptada por los saboyanos. Los campesinos se sublevaron localmente contra una descristianización forzada y el régimen del Terror no hizo más que aumentar la influencia de la Contrarreforma en el campo y las montañas.
Durante el Consulado y luego bajo el Imperio, Saboya vivió un período más tranquilo, con una economía que se recuperaba lentamente gracias al sector textil de Annecy o las minas de plomo argentífero de Peisey-Nancroix. Las termas de Aix-les-Bains, construidas por decisión de Víctor-Amadeo III, empezaron a atraer a una clientela adinerada.
En 1815, el ocaso del Imperio napoleónico dio lugar al retorno de Saboya al reino sardo, decidido durante el Congreso de Viena. Víctor Manuel I (1759-1824) instauró el Buon Governo (1815-1848), un régimen despótico que restauraba el poder del clero, y que continuaron Carlos Félix y Carlos Alberto.
Carlos Félix y luego su viuda María Cristina restauraron la Abbaye d’Hautecombe, que había sido vendida como bien nacional por los revolucionarios; se construyeron paseos con arcadas, de estilo italiano, en Chambéry y Saint-Jean-de-Maurienne; Carlos Alberto, por su parte, fundó Albertville.
Pero estos cambios no podían ser engañosos. Los reyes de la casa de Saboya se interesaban más por la península italiana, entonces en pleno proceso de Risorgimento (“Unificación”). Esta tendencia se confirmó bajo Víctor Manuel II (1820-1878), uno de los promotores de la unidad italiana en 1861. Un año antes, a cambio de la ayuda militar de Francia a favor de la unidad italiana y contra el dominio austríaco, vendió Saboya y Niza a Napoleón III en virtud del Tratado de Turín (marzo de 1860). Esta anexión fue validada mediante una consulta popular con aires de plebiscito sabiamente orquestada. Se crearon dos departamentos: Saboya y Alta Saboya.
Desde finales del s. xix se instauró una política de integración territorial de los nuevos departamentos. Se desarrolló la red ferroviaria, el túnel del Épine favoreció los intercambios entre Chambéry y Lyon, mientras que el túnel del Mont-Cenis permitió conectar con Turín en tren, favoreciendo una fuerte inmigración italiana, especialmente en Modane, convertida en estación interregional. Todavía hoy, se estima que un tercio de los saboyanos tendría ascendencia italiana. En 1890, la penetración de la hidroelectricidad en Maurienne transformó profundamente este apacible valle. Se convirtió en un importante centro de producción del aluminio, mientras que Ugine se embarcó en la producción de acero. En la Alta Saboya, en 1885, La Roche-sur-Foron despuntó al convertirse en una de las primeras urbes europeas que se iluminaba con electricidad. Los campesinos empezaron a especializarse en la ganadería y organizarse en cooperativas, y sus quesos se vendían hasta en París.
Este despegue económico no impidió, sin embargo, que los dos departamentos sufrieran una continua emigración de población en beneficio de las ciudades o incluso de tierras más lejanas (Argelia, Argentina, Canadá…).
Durante la I Guerra Mundial, no se lidió ninguna batalla en las tierras de Saboya y Alta Saboya pero, por supuesto, muchos de sus habitantes perdieron la vida en combate, y, al final de la contienda, la gripe española hizo muchos estragos. En el período de entreguerras, los primeros Juegos Olímpicos de Invierno, celebrados en Chamonix en 1924, pusieron bajo los focos el turismo invernal, que sin embargo siguió siendo un fenómeno de incidencia menor.
La II Guerra Mundial marcó de forma más prolongada los departamentos de Saboya. El ejército de los Alpes quedó acorralado entre Alemania e Italia; solo cedió a las tropas de Mussolini la Alta Maurienne y la Alta Tarentaise. Pero el destino de las armas se jugaría en otro lugar… Ambas Saboyas se encontraban en la zona libre, gobernada por el régimen de Vichy. A partir de noviembre de 1942, los italianos y los alemanes se repartieron esa “zona libre”, hasta el armisticio firmado por los italianos en septiembre de 1943, que fue seguido de la ocupación total del territorio por parte de los nazis. A pesar del terror que estos últimos impusieron, no se logró frenar el desarrollo de los movimientos de resistencia.
Así, en marzo de 1944, en la meseta de Glières, un grupo de 450 combatientes, entre los que se contaban republicanos españoles, se enfrentó a unos 6000 alemanes y 1000 milicianos de Vichy, pero no consiguió imponerse. La represión se cernió sobre el territorio. No obstante, unos meses más tarde, en agosto, la Resistencia de Alta Saboya liberó el departamento. Saboya tendría que esperar a la primavera de 1945 para que los alemanes finalmente fueran desalojados del Mont-Cenis y del Petit-Saint-Bernard.
El balance de pérdidas de la II Guerra Mundial fue muy considerable, tanto en el plano humano como en el material. Pero tras diez años de dificultades asociadas a la reconstrucción, las dos Saboyas entraron en una nueva etapa, sobre todo gracias al sector del esquí. La industria empezó a prosperar: torneado en el valle del Arve, aluminio en Maurienne, y producciones más específicas como los cuchillos Opinel en Chambéry, los esquís Salomon, las campanas Paccard en Annecy, Poma-Otis en Technolac (Bourget-du-Lac), Tefal en Rumilly… Los departamentos saboyanos también prosiguieron la construcción de gigantescas instalaciones hidroeléctricas: las presas de Tignes (1952) y de Roselend (1962).
Y se abrieron más que nunca hacia Europa, gracias a la espectacular perforación de los túneles del Mont Blanc (1965) y de Fréjus (1980), y a las nuevas autopistas y líneas de TGV, que se prolongarían aún más con ocasión de los Juegos Olímpicos de Albertville en 1992. Los juegos afianzaron definitivamente la imagen internacional de Saboya como capital de los deportes alpinos. Y así, cada vez más esquiadores acuden a las pistas de esquí de unas estaciones hoy en día desmesuradas. Una dimensión que se ha ampliado aún más al unir sus fuerzas para crear gigantescos espacios de esquí, como el de Les Trois-Vallées, que se reivindica como el más grande del planeta. Aprovechando la oportunidad del turismo de masas de la posguerra, la industria turística se convirtió en la primera actividad económica y compensó el declive industrial.
Los departamentos de Saboya y Alta Saboya se reencontraron en el seno de una “estructura interdepartamental” llamada Entente Régionale de Savoie (1983), que se convirtió en Assemblée des Pays de Savoie (2001) y luego en Conseil Savoie Mont-Blanc (2016). Así, esta institución engloba hoy el territorio del antiguo ducado de Saboya.