Historia de Dolomitas

Historia de los Dolomitas

El año 1789, decisivo para la historia de la civilización occidental, tuvo también una importancia fundamental para las montañas que marcan el arco alpino del Trentino al Friul: fue en ese año cuando el geólogo francés Déodat de Dolomieu realizó los primeros estudios sobre un mineral hasta entonces desconocido, una piedra calcárea en parte similar a la calcita. Dolomieu presentó sus observaciones a Horace-Bénédict de Saussure, científico y alpinista, quien acuñó el término “dolomía” en honor a su descubridor.

Los orígenes: de los romanos a los francos

El asentamiento humano en los Dolomitas a partir del Paleolítico superior se vio condicionado por dos factores esenciales: la posición de las montañas a lo largo de la ruta migratoria que conducía a las llanuras del sur y la fusión de grandes extensiones de hielo que convirtió en habitables costas que hasta entonces eran inaccesibles. Probablemente, el primer pueblo presente en los Dolomitas, de acuerdo con las fuentes antiguas, es el de los raeti, presumiblemente formado a lo largo de siglos de contacto entre celtas, nóricos y vénetos. Los raeti se enfrentaron a los romanos, quienes no pudieron controlar la región hasta finales del s. I a.C., gracias a las expediciones dirigidas por Druso y Tiberio. En época del emperador Augusto el territorio de los Dolomitas se repartió en dos provincias: Venetia et Historia, que incluía el Trentino y la parte véneta y friulana de la cordillera, y Raetia, de la que formaba parte el Alto Adigio. Es en este período cuando la mezcla de los colonos latinos y los pobladores de Raetia llevó al nacimiento de la comunidad de los ladinos, aún hoy presente en cinco valles en las provincias de Trento, Bolzano y Belluno.

Tras la caída del Imperio romano, y después de un breve paréntesis bizantino que afectó sobre todo a la zona de Belluno, la región dolomítica pasó a ser controlada por los lombardos, cuyo reino llegó a abarcar buena parte de la península Italiana. A finales del s. vi se constituyó el ducado de Trento, que incluía parte del Alto Adigio, mientras que el resto de los Dolomitas italianos quedó sometido a la autoridad del ducado de Friul. Esta situación se mantuvo durante unos 200 años. El destino de los lombardos quedó sellado en el 774, cuando fueron derrotados por las tropas francas de Carlomagno.

Los príncipes-obispos

El ducado de Trento fue incorporado al reino carolingio en 777. A la muerte de Carlomagno (814), su imperio empezó a perder cohesión y los soberanos que lo sucedieron no lograron detener la disgregación territorial. En el 843, el Tratado de Verdún dividió las posesiones carolingias en tres grandes reinos y los Dolomitas quedaron integrados en el reino central, que incluía Italia y estaba gobernado por Lotario I. Pero en el 888 el rey de Italia Berengario I cedió el ducado de Trento a Arnulfo de Carintia, rey de Baviera y más tarde emperador. Este desplazamiento del Trentino hacia el ámbito político germánico se mantuvo durante muchos siglos, hasta el final de la I Guerra Mundial.

Antes de ascender al trono de Italia, Berengario había sido marqués del Friul. La región, en los confines orientales de los Dolomitas, se encontraba en una situación de anarquía feudal que regía en una buena parte de las tierras antes controladas por los francos, con el agravante del azote de los húngaros, pueblo procedente de Europa central que saqueaba una y otra vez las aldeas friulanas.

Poco después del año 1000 se produjo un giro en la historia de la región al constituirse el principado-obispado de Trento, un Estado eclesiástico impulsado por el emperador Conrado II. Las fuentes históricas sitúan la fundación del principado en el 1027, el mismo año en que se estableció una entidad similar en Bressanone. El territorio del antiguo ducado se dividió en dos condados, con Trento y Bolzano como capitales, a los que se añadió el condado de Venosta, que se extendía aproximadamente desde Engadina a Merano.

Pocos años más tarde, en el 1077, el emperador Enrique IV, nieto de Conrado, concedió al patriarca de Aquilea Sigeardo la autoridad feudal sobre las tierras de su diócesis, dando lugar al Principado de Aquilea, que se extendía de Cadore a Carintia. En el período de máxima extensión, el Estado de Aquilea empezó a plantear problemas de gobernabilidad, sobre todo a causa de la atomización causada por las pretensiones de los nobles y potentados locales. Los patriarcas creyeron ser capaces de controlar aquellas redes de feudos y emplearlas en su beneficio, haciendo uso de ellas para la defensa, pero el mecanismo escapó a su control y acabó por anular su autoridad.

A partir del s. XII, Trento y Bressanone vivieron un período de prosperidad, aunque amenazada por la rivalidad con un potente vecino, el condado del Tirol, protegido por la Casa de Habsburgo. En 1140, los condes del Tirol se hicieron con el control de Val Venosta, recuperada a comienzos del s. XIII por el príncipe Federico Wanga, aliado de Bressanone. Federico murió en 1218 mientras participaba en la V Cruzada. Desde entonces las pretensiones tirolesas se hicieron más insistentes y en 1363, al morir Meinhard III sin descendencia, el Tirol pasó a Rodolfo IV de Habsburgo y Trento acabó por establecer con la poderosa casa austríaca una alianza que tenía mucho de subordinación.

Nuevos amos: los Habsburgo y Venecia

El s. XV fue difícil para los principados, entre desórdenes internos, revueltas campesinas y la amenaza cada vez más presente de la vecina Venecia. En 1404 Belluno y Feltre, agotadas por los conflictos entre los señoríos que desgarraban sus territorios, sobre todo entre los Ezzelini y los Visconti, decidieron situarse bajo la protección de Venecia, a la que pertenecieron hasta 1797, año de la caída de la República veneciana. Aquilea acabó sufriendo la misma suerte en 1420, en contra de su voluntad, antes de pasar a manos de los Habsburgo a comienzos del s. XVI. En enero de 1508, el ejército de Maximiliano de Habsburgo invadió Cadore, pero fue derrotado dos meses más tarde por los venecianos. Una nueva tentativa imperial fue rechazada al año siguiente. En 1519, Venecia intentó a su vez probar fortuna en el Trentino, pero una alianza entre el principado y el Tirol anuló la amenaza.

Mientras en Europa soplaban los vientos de la Reforma luterana emergió la figura del príncipe-obispo Bernardo Cles, gran prelado renacentista que apaciguó una revuelta campesina, demostró grandes dotes diplomáticas y preparó Trento para acoger el gran concilio que se convirtió en uno de los hechos fundamentales de la historia de la Iglesia católica. Sin embargo, este importantísimo encuentro internacional no reforzó en los años siguientes la posición de los príncipes-obispos de Trento, que perdieron poco a poco prerrogativas en favor del Tirol, a su vez presionado por los Habsburgo.

A partir del s. XVII los tiempos fueron difíciles para la región. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) provocó una crisis en la economía del principado y en 1665 el emperador Leopoldo I se reservó para sí mismo el control del Tirol y nombró como representante a un gobernador establecido en Innsbruck. Trento mantuvo un estado de semiindependencia, pero desde entonces los condados de Trento y Bolzano evolucionaron hacia su absorción por parte de los Habsburgo, que con María Teresa y José II limitaron progresivamente la autonomía de las regiones, introduciendo sin embargo una serie de reformas, como la de la instrucción, que mejoraron las condiciones de vida de la población. Pietro Vigilio Thun fue el último prelado trentino que poseyó, al menos formalmente, el poder temporal. En 1803, el principado-obispado de Trento dejó de existir y en 1815, derrotado Napoleón, el Congreso de Viena asignó la región dolomítica al imperio de los Habsburgo.

El Risorgimento

En 1848, año de la revolución liberal en Europa, muchos trentinos salieron a las calles reclamando libertad y autonomía, mientras en Cadore se formó un ejército pequeño pero aguerrido que durante un par de meses tuvo en jaque a las fuerzas austríacas antes de disolverse. En 1859, las fuerzas del Reino de Cerdeña, aliadas con los franceses, parecían dispuestas a conquistar el Véneto cuando Napoleón III ordenó el cese de las hostilidades: en 1861, por tanto, nació el Reino de Italia sin las regiones del noreste.

En 1866 Prusia declaró la guerra a Austria e Italia se dispuso a completar el proceso de formación nacional, pero, aunque el imperio de los Habsburgo atravesaba enormes dificultades, los italianos cosecharon casi siempre derrotas, en tierra firme en Custoza y en el mar en Lissa. Gracias a los hombres de Giuseppe Garibaldi, que llevaron la guerra al Trentino, se produjo un rescate parcial. Los garibaldinos penetraron en Val di Ledro y el 21 de julio de 1866 rechazaron en Bezzecca una contraofensiva austríaca, en lo que fue la única victoria italiana clara de toda la contienda. Al día siguiente, las tropas del general Giacomo Medici se presentaron en Valsugana y ocuparon Levico. La vía hacia Trento parecía libre, pero el 25 de julio entró en vigor una tregua de ocho días entre los combatientes. Una noticia excelente para los austríacos, que daban por perdida virtualmente Trento y se habrían contentado con conservar el Alto Adigio.

En todo caso, Prusia era la que tenía la última palabra y como ya estaba satisfecha con los éxitos obtenidos, inició conversaciones de paz con Austria. Para Italia era impensable proseguir la guerra en solitario y las cláusulas del armisticio subsiguiente obligaron a los garibaldinos a retirarse del Trentino. Con la Paz de Viena, firmada el 3 de octubre de 1866, Italia obtuvo solo el Véneto y una parte del Friul, un resultado no despreciable dado que, aparte de Bezzecca, la guerra había representado un fracaso desde el punto de vista militar.

El irredentismo y la víspera de la guerra

Con todo, la cuestión trentina no quedó resuelta y dejó secuelas que estaban destinadas a resurgir décadas más tarde, en la I Guerra Mundial. Según buena parte de la opinión pública, el Trentino y el Alto Adigio, consideradas desde la perspectiva del Risorgimento como completamente italianos, al igual que Venecia Julia, no podían permanecer al margen del Estado unificado. Así, en la posguerra se formó un movimiento reivindicativo conocido como irredentismo (se entendía por “irredentas” aquellas tierras aún sometidas a Austria), destinado a superponerse en breve a los impulsos nacionalistas y militaristas que atravesaban el país.

Hacia el final del s. xix se hicieron más ásperas las tensiones en el Trentino y el Alto Adigio entre las comunidades italiana y germanófona. A los irredentistas y filoitalianos en general se enfrentaban aguerridas asociaciones pangermanistas, defensoras de la necesidad de rechazar cualquier pretensión italiana sobre la región. Próximo a estas posiciones se situaba Julius Perathoner, alcalde de Bolzano durante casi 30 años y, al final de su carrera, valiente opositor a la ola creciente de fascismo. La germanización afectaba también a los ladinos, ya que en los valles en los que vivían el idioma italiano estaba mucho más extendido que el alemán. En el verano de 1914, al estallar la I Guerra Mundial, Italia optó por la neutralidad. En el debate que se generó en el país en los meses siguientes, los irredentistas se posicionaron en favor de la intervención. El 24 de mayo de 1915 Italia decidió entrar en la contienda y muchos italianos ciudadanos del imperio de los Habsburgo se alistaron en el ejército de su país de origen. Su elección era extremadamente arriesgada, porque en caso de captura no tendrían derecho al trato de prisioneros de guerra, sino que habrían sido juzgados por traición y, con toda probabilidad, ejecutados. Eso fue lo que le ocurrió a Cesare Battisti y Fabio Filzi, oficiales capturados por el enemigo en el monte Corno, ahorcados en Trento en el Castello del Buonconsiglio (12 de julio de 1916). La misma suerte corrió Damiano Chiesa, de Rovereto, hecho prisionero en Costa Violina pocas semanas antes. Los tres recibieron la medalla de oro al valor militar a título póstumo.

La guerra en las montañas

Italianos y austríacos se enfrentaron en los Dolomitas durante año y medio, hasta noviembre de 1917, cuando la derrota de Caporetto obligó a los italianos a hacer retroceder el frente para contener las incursiones de austríacos y alemanes. Fue una guerra librada en condiciones extremas, casi siempre por encima de los 2000 m de altitud, con inviernos extraordinariamente duros que hacían casi imposible la llegada de refuerzos. Todos los combatientes pueden ser considerados héroes por el simple hecho de haber estado allí, pero los ingenieros que excavaron la roca, moldearon el hielo y adaptaron la tierra para alojar fortificaciones y refugios naturales virtualmente inexpugnables dieron muestras excepcionales de valor y talento. El escenario dolomítico no fue considerado decisivo por ninguno de los dos ejércitos y, aunque no faltaron las ofensivas ni las víctimas, se debieron más a la dureza del clima que a las consecuencias de los combates.

Las fuerzas italianas, bajo el mando de los generales Roberto Brusati y Luigi Nava, se mostraron más bien tímidas en los primeros días de la contienda, lo que permitió a los austríacos superar su momentánea inferioridad. El 29 de mayo los italianos tomaron Cortina d’Ampezzo, que se convirtió en un puesto de retaguardia y sede de mando y de hospitales. Los intentos de conquistar las Tofane, el Pomagagnon y el monte Cristallo tuvieron resultados modestos.

Más prometedora parecía la situación en el monte Piana, que los italianos controlaban por completo excepto en su vertiente septentrional. Sin embargo, las numerosas ofensivas para desalojar al enemigo de la cumbre fueron inútiles. En cambio, en torno a la Croda Rossa di Sesto los austríacos partían con ventaja, también gracias a su mayor conocimiento del terreno. Los italianos ocuparon el Passo della Sentinella en marzo de 1916, pero no avanzaron más allá y se limitaron a golpear con la artillería: la localidad de Sesto, en particular, fue intensamente bombardeada con obuses.

En torno a las Tre Cime di Lavaredo los italianos controlaban el Sasso di Sesto, pero la carretera a Val Pusteria estaba bloqueada por las dos posiciones austríacas de Torre di Toblin. En el Col di Lana las dudas italianas al principio de la guerra permitieron a los austríacos consolidar sus propias posiciones, pudiendo así resistir a los numerosos ataques del verano de 1915. El Col di Lana fue finalmente tomado el 17 de abril de 1916 gracias a las divisiones de ingenieros que excavaron una galería bajo los puestos austríacos y los hicieron saltar por los aires. El mes de octubre siguiente fueron los austríacos los que se adentraron a su vez con una galería de minas bajo las líneas italianas y las destruyeron. En la Marmolada, las operaciones empezaron tarde, en la primavera de 1916, cuando los austríacos se instalaron en el hielo y aprovecharon bien los refugios naturales para resistir a los italianos, más numerosos y mejor organizados.

En el sector de Adamello, las primeras acciones tuvieron lugar en torno al glaciar de Presena, atacado en vano por los italianos, que en 1916 retomaron la iniciativa pero se vieron obligados a abandonarla para contrarrestar la ofensiva austríaca en los altiplanos vicentinos. Contrariamente a los escenarios dolomíticos, los puestos italianos en el Adamello, más retirados, no fueron abandonados después de Caporetto, cuando los austríacos invadieron el Véneto y ocuparon Belluno. En mayo de 1918 se tomó el glaciar de Presena. El 1 de noviembre, por fin, con una situación desesperada para los austríacos, los italianos atacaron a través del Passo del Tonale, tomaron Val di Sole y abrieron la vía a Trento, donde los hombres del regimiento de caballería ligera de Alessandria entraron el 3 de noviembre, el día antes del armisticio.

Desde la primera posguerra a nuestros días

El Tratado de Saint-Germain, ratificado el 10 de septiembre de 1919, asignó a Italia las provincias de Trento y Bolzano. Las esperanzas de las comunidades locales de mantener la autonomía en vigor en tiempos del Imperio austrohúngaro fueron frustradas por el fascismo, que ascendió al poder en 1922. El régimen, ciertamente, toleraba mal el componente germánico de la región, contra el que actuó de forma violenta y vejatoria. El Alto Adigio fue objeto de una campaña masiva y brutal de italianización, y también los ladinos vieron amenazada su identidad étnico-lingüística y su cultura. El suceso más doloroso y difícil fue el de las “opciones”, es decir, el acuerdo sancionado en 1939 por Benito Mussolini y Adolf Hitler según el cual los surtiroleses germanófonos debían declararse italianos o aceptar su traslado al territorio del III Reich. En 1943, tras el armisticio de Cassibile, los alemanes invadieron el norte de Italia y fusionaron las provincias de Trento, Bolzano y Belluno en una unidad administrativa particular, el Alpenvorland, de facto no dependiente de la República Social Italiana. No faltaron episodios terribles, como las masacres de Ziano, Stramentizzo y Molina di Fiemme, obra de los nazis, o los numerosos bombardeos aliados sobre Trento, Bolzano y Belluno.

Al concluir la guerra se abordó la cuestión de la autonomía de Trento y Bolzano siguiendo el principio de la tutela de las minorías, así como el del intercambio y poblaciones. El 5 de septiembre de 1946 Alcide De Gasperi, de origen trentino, y Karl Gruber, ministros de Asuntos Exteriores de Italia y Austria, respectivamente, firmaron en París un acuerdo que reconocía a los habitantes de lengua alemana la salvaguarda de sus particularidades étnicas, lingüísticas y culturales y concedía a la región margen de autonomía ejecutiva y legislativa. El 26 de febrero de 1948 se aprobó el primer estatuto de autonomía para la región de Trentino-Alto Adigio.

Pero este nuevo orden no protegía adecuadamente a la minoría alemana en Alto Adigio. Pronto se hicieron oír las demandas más radicalmente autonomistas planteadas por el Südtiroler Volkspartei (SVP), que entabló largas y difíciles negociaciones con los gobiernos italianos, con la participación de Austria y bajo los auspicios de las Naciones Unidas, a fin de obtener la plena tutela de la minoría alemana. Desde finales de la década de 1950 y toda la década posterior, y también después puntualmente, el Alto Adigio se vio afectado por una larga y sangrienta sucesión de actos terroristas, obra de las facciones más intransigentes del nacionalismo alemán, que propugnaba la separación del Alto Adigio de Italia. En 1971 el Parlamento italiano aprobó un conjunto de medidas que aumentaba las competencias de las provincias de Trento y Bolzano y fundaba el modelo de convivencia entre las distintas etnias partiendo de los principios del bilingüismo y el reparto proporcional de los puestos en función de la composición numérica de las distintas comunidades. En 1992, finalmente, Austria promulgó la denominada quietanza liberatoria (“finiquito”) que sancionaba a escala internacional la plena aplicación del acuerdo de París.

 

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