La ruta parte de Bolzano y prosigue por el corazón de los Dolomitas, pasando por el Val di Fassa y el Val Gardena, para terminar en los inmensos pastos del macizo del Sciliar, el altiplano más grande de Europa.

Para saborear el ambiente tirolés se puede empezar el viaje en Bolzano: por las calles del centro se encontrarán rincones sugerentes, restaurantes y antiguas cervecerías, pero no hay que dejar la ciudad sin visitar primero el Museo Archeologico dell’Alto Adige, que conserva la momia de Ötzi, el hombre de los hielos, y el Messner Mountain Museum de Castel Firmiano, verdadero lugar de culto para los amantes de la montaña y del alpinismo.

La ruta sigue por la estrecha carretera que asciende hacia el Val d’Ega, la Grande Strada delle Dolomiti, construida a principios del s. XX para conectar Bolzano con Cortina: antes de llegar al Passo di Costalunga, donde veraneaban Sissi y Winston Churchill, haremos una parada para contemplar el lago de Carezza, con sus aguas cristalinas que reflejan los pináculos y las torres del Latemar.

Una vez superado el puerto, se abandona el Alto Adigio y se desciende Val di Fassa, ya en el Trentino, para llegar a Pozza di Fassa, pueblo con una ubicación estratégica como base para visitar todo el valle, cuna del alpinismo dolomítico, y para organizar una excursión a la base de las Torres del Vajolet, que se elevan imponentes en el centro del Catinaccio.

Tras visitar Canazei, se afrontan los 11 km que llevan al Passo Sella, puerto de 2240 m de altitud que ofrece unas vistas sin igual del grupo del Sassolungo y de las Torres del Sella, volviendo a tierras tirolesas por el Val Gardena, uno de los grandes centros de esquí de los Dolomitas, donde se encuentran Selva, Santa Cristina y Ortisei.

La última etapa del viaje es la zona del Sciliar, a donde se puede llegar desde Castelrotto, siguiendo una ruta muy panorámica. Las colinas, los pueblos y las praderas de estas zonas son lugares de una armonía única, y transmiten una sensación de serenidad que culmina en la inmensa extensión del altiplano. Es el lugar ideal para terminar el viaje: después de haber contemplado tanta belleza, uno vuelve a casa con la sonrisa impresa en el rostro.