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Este barrio lisboeta, con sus laberínticos callejones, patios ocultos y callejas umbrías, es un lugar mágico donde sumergirse en la esencia de la ciudad. Acoge diminutas tiendas de comestibles, edificios con fachadas cubiertas de fantásticos azulejos y acogedoras tabernas, todo ello aderezado con el olor de las sardinas a la brasa y las tristes notas de un fado que arrastra la brisa. Para quedarse prendado basta con torcer una esquina y vislumbrar el mar de tejados que se despeña hacia el brillante Tajo, a los pies del barrio.