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Los naufragios han marcado la historia de este territorio, tan brutal y salvaje en su litoral como apacible es su tierra.
El rebumbio del mar solo se ve interrumpido por el graznido de los pájaros, que buscan entre los recovecos de las rocas, al abrigo del viento, un lugar en el que anidar o sobrevuelan los barcos cargados de pescado que se acercan a puerto.
Los acantilados están salpicados por villas marineras donde imperan las tradiciones y la devoción por la naturaleza.