Perderse en el centro del mundo: las montañas de Kirguistán

Texto por
Megan Eaves, autora de Lonely Planet
Lago Kol, montañas Tian Shan, Kirguistán
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Una ruta por las agrestes montañas Tian Shan

Las montañas Tian Shan arrebatan el aire de los pulmones al viajero. No es solo por la altitud de esta cordillera moldeada por el deshielo de los glaciares, ni por el espectáculo de sus picos iluminados por la cristalina luz del sol. Es más bien por la escalofriante certeza de saberse rodeado por las ‘montañas celestiales’ en el lugar más recóndito de la Tierra. 

Cerca del polo de inaccesibilidad: el vasto paisaje de las Tian Shan kirguisas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Cerca del polo de inaccesibilidad: el vasto paisaje de las Tian Shan kirguisas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

La belleza de lo inaccesible

Las montañas Tian Shan, cuyo nombre en chino, tian shan, significa “montañas del cielo”, son una imponente colección de picos y valles que forman la frontera entre China y Asia central. Se curvan al suroeste a lo largo de Kirguistán, cuyo mapa tiene forma de pinza, y allí se encuentra con la altísima cordillera del Pamir y la descomunal cordillera del Himalaya, subiendo, finalmente, hacia el cielo en el punto más alto del planeta. 

El polo de inaccesibilidad –el punto más alejado de todo océano que posee un continente– está a tan solo unos cientos de metro al norte de donde me hallo, en un amplio valle del sur de Kirguistán, a menos de 20 km de la frontera con China. Eurasia es el continente más grande del mundo y su polo de inaccesibilidad es el lugar más recóndito de la Tierra. Rodeada por 2000 km de terreno por todos lados, estoy, a la vez, en el centro del mundo y lo más lejos de cualquier parte que podría estar un ser humano. 

 

En plena naturaleza: hay cinco horas de viaje en coche –y muchos baches– hasta el valle Tuyuk Botomoymok, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

En plena naturaleza: hay cinco horas de viaje en coche –y muchos baches– hasta el valle Tuyuk Botomoymok, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

Conducir hacia el cielo

Mi viaje a este remoto rincón de las montañas kirguisas empieza con un recorrido en coche de cinco horas desde la capital del país, Biskek (cuatro si el conductor es rápido, incluyendo la parada de rigor para tomar té, obligatoria en todos los trayectos de Kirguistán), hasta Naryn.

En esta ciudad de provincias que se extiende por un árido valle varios kilómetros a lo largo del río, sumamos nuevos compañeros de viaje, sacos de dormir y una botella de coñac kirguís (el mejor de Asia central, según me dicen). 

 

Guía Asia central

 

La conversación fluye en paz durante el siguiente tramo, otras cinco horas y media a bordo de un robusto todoterreno por las agrestes tierras de las Tian Shan.

 

Las toscas estribaciones de las Tian Shan bajo un suave manto de nieve de septiembre, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Las toscas estribaciones de las Tian Shan bajo un suave manto de nieve de septiembre, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

Las llanuras se extienden por los montes desnudos, enmarcadas por el más azul de los cielos. Los caballos pastan, trotan y vuelven a pastar en las laderas. La carretera continua, sumando baches, por pistas de tierra construidas por los soviets para custodiar la frontera con China. 

Pasamos ante una camioneta aparcada llena de polvo. Al lado hay un puñado de pastores nómadas, con gorros de piel, que descansan fumando antes de seguir recogiendo sus manadas de rollizos caballos. La carretera sigue, virando a veces por pequeñas pistas que los conductores locales han trazado en los jailoo (pastos de verano) para evitar los baches de la carretera principal, que el gobierno local solo repara una vez al año.

 

Puesta de sol en un campamento de yurtas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Puesta de sol en un campamento de yurtas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

Durmiendo como los nómadas

Paso tres días en el campamento de yurtas del valle Tuyuk Botomoymok, pero parece que no corra el tiempo. El terreno queda atravesado por un río poco profundo, con aguas de color verde pizarra, y rodeado por picos altísimos y escarpados, no se ven árboles ni arbustos por ningún lado. Intento calcular cuánto falta para que volvamos a ver una planta o para recuperar la cobertura del teléfono. Al menos nos quedan cuatro horas. 

Cinco yurtas forman un semicírculo junto a un viejo vagón soviético en el cual vive una familia kirguisa –madre, padre e hija preadolescente– durante la temporada cálida. Su sustento son los pocos viajeros, casi todos extranjeros, que pasan por este remoto territorio cada verano. Estamos a mediados de septiembre y termina la temporada. Hay previsión de nevadas esta noche. 

 

Un amanecer frío y claro sobre el campamento de yurtas y el vagón donde vive la familia, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Un amanecer frío y claro sobre el campamento de yurtas y el vagón donde vive la familia, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

En una yurta duermen cómodamente cinco personas, pero es temporada baja y solo somos dos. Dejamos mochilas, cantimploras, gorros y guantes por ahí, nos quitamos las botas de montaña frente a la estufa de leña y andamos en calcetines sobre las alfombras que cubren el suelo. Faltan horas para la cena. Lo único que podemos hacer es contemplar las montañas hasta que se ponga el sol; y después de eso, leer bajo la luz de una bombilla que funciona gracias a un generador de gasolina.

Amanece. Es difícil dormir más allá del alba, aunque entra poca luz por las gruesas paredes de fieltro de la yurta. El cuerpo percibe que es de día y se despierta siguiendo su ritmo natural, con la ayuda de la familia que nos alberga, que trastea con recipientes metálicos. Se oyen sus voces suaves y un relincho lejano de caballo. Engullimos el desayuno en una mesa dentro de una yurta vacía: enormes rebanadas de pan caliente y mermelada de frutas del bosque silvestres, melón y huevos fritos: el sustento para un frío día de ruta por las Tian Shan.

 

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A caballo hacia el lago Köl-Suu: nuestro guía nos conduce por las montañas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

A caballo hacia el lago Köl-Suu: nuestro guía nos conduce por las montañas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

Cabalgando hacia la lontananza

Aquí los seres humanos y los caballos llevan más de dos mil años asociados, y llegar al remoto interior de esta zona requiere casi siempre ayuda equina. Los caballos kirguises son bajitos, recios y honestos como ellos solos. Y son miembros de la familia: valorados, cuidados, y respetados. A cambio se espera que trabajen duro.

Tiritando, tomo unas cuantas fotos con la batería de la cámara a punto de congelarse y me aproximo a los caballos, atados unos postes cerca de las yurtas. Impávidos ante la fría y luminosa mañana, se mantienen en pie, con las patas traseras ladeadas, mientras les echan encima con sumo cuidado mantas de fieltro ajadas, sillas de montar y más mantas. 

 

Los caballos, ensillados y listos para una excursión matinal; Kirguistán © Lonely Planet / Megan Eaves

Los caballos, ensillados y listos para una excursión matinal; Kirguistán © Lonely Planet / Megan Eaves

 

Me ofrecen elegir montura, y apuesto por un pequeño caballo capón de color gris oscuro que le delata por joven. La ruta dura dos horas y sube por un valle parduzco de festuca bajo escarpados picos de lutita. El padre nómada, a lomos de su caballo, más viejo, ejerce de guía silencioso.

Seguimos un río de color aguamarina que unas veces se convierte en un agitado y pequeño lago de montaña y otras se ensancha en varios arroyos que fluyen a una ciénaga semi helada entre grandes rocas.

Finalmente llegamos a lo más alto del valle y los caballos agachan la cabeza para elegir el camino, seguros, por la cuesta rocosa de un antiguo flujo glacial. En la cresta nos aguarda una extensión de agua y roca: hemos llegado al lago Köl-Suu, el lugar de las aguas que se mueven. 

 

Cielos borrascosos sobre las gélidas aguas del Köl-Suu, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Cielos borrascosos sobre las gélidas aguas del Köl-Suu, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

El lugar de las aguas que se mueven

Hasta hace unos años, ni los lugareños conocían este mítico lago, pero Köl-Suu empieza a recibir turistas, y no es raro: sus aguas turquesas y blancas rodeadas de escarpados picos grises hacen que parezca otro mundo.

Empieza a nevar. Dejamos que los caballos pasten y montamos en un barco, remando contra el intenso viento por el tramo más estrecho del lago. Los lugareños que han ido más allá aseguran que el lago se extiende 15 km hasta China. Azotados por el viento solo conseguimos llegar al punto donde las aguas viran al sur para ver un enorme glaciar en recesión.

Volvemos al campamento de yurtas en silencio, contemplativos. Los caballos trotan de vez en cuando y los copos de nieve son más grandes. Una capa blanca va cubriendo piernas, brazos y sillas de montar. 

 

Un cielo sin contaminación lumínica en el valle Tuyuk Botomoymok, Kirguistán © MuratOzcelik / Shutterstock

Un cielo sin contaminación lumínica en el valle Tuyuk Botomoymok, Kirguistán © MuratOzcelik / Shutterstock

 

Perdida entre las estrellas

Un poco antes de medianoche salgo del saco de dormir y me calzo las botas, que no se han congelado gracias al calorcillo de la estufa. Necesito aire fresco. Meto los cordones por los laterales de las botas, sin ánimo para atármelos, y me pongo dos abrigos y el frontal. Empujo la pesada puerta de la yurta y el aire gélido se me clava en los ojos mientras oigo el ruido de mis pies al pisar la fina capa de nieve helada.

El cielo está despejado y hay muchas estrellas. Muchísimas. Tantas, que las constelaciones se pierden en el cielo. No necesito el frontal: el brillo celestial ilumina el sendero que baja por un pequeño terraplén hasta una letrina y vuelve a subir. Las tiendas se ven iluminadas por la suave luz de las estrellas.

Mi compañero de viaje se ha despertado y la botella de coñac nos ayuda a combatir el frío bajo cero. Salimos fuera, mirando al cielo, intentando otear todo el firmamento. Sin un ápice de contaminación lumínica en cientos de kilómetros a la redonda, la Vía Láctea se extiende, completa, de horizonte en horizonte. Es imposible verlo todo.

Me río mientras me castañetean los dientes, y afirmo que soy incapaz de dar con Arturo o Vega o cualquiera de las estrellas conocidas; quedan eclipsadas por el brillo de este inmenso cielo. Permanecemos allí, boquiabiertos, un rato largo, pasándonos la botella en silencio y admirando la bóveda celeste. 


Lugares para contemplar el cielo

 

Rumbo a China: las carreteras sin asfaltar de la época soviética son la única vía de entrada y salida de las remotas Tian Shan kirguisas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

Rumbo a China: las carreteras sin asfaltar de la época soviética son la única vía de entrada y salida de las remotas Tian Shan kirguisas, Kirguistán © Megan Eaves / Lonely Planet

 

Cómo llegar a las Tian Shan kirguisas

La acogedora Naryn Community-Based Tourism office cuenta con personal que habla inglés y que puede organizar excursiones y estancias en yurtas, además de rutas a caballo, en Köl-Suu. En el 2017 se inauguró una nueva ruta señalizada en Kirguistán, gracias a la cual las excursiones a pie y a caballo por el país son más accesibles para los viajeros independientes.

 

Megan viajó a Kirguistán con el apoyo de USAID Business Growth Initiative Project y #DiscoverKyrgyzstan. Los autores de Lonely Planet no aceptan obsequios a cambio de una cobertura positiva.

 

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