Con influencias germánicas en el norte y tendencias netamente mediterráneas en el sur, los croatas están cortados por un patrón distinto. Aun así se dan constantes comunes, entre ellas la familia y la religión, el conservadurismo social, la obsesión por el deporte y el consumo de café en cantidades industriales.
La inmensa mayoría de los croatas se identifica con la cultura de Europa occidental y marca una distinción entre ellos y sus vecinos “del este” de Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Serbia. La idea de que Croacia es la última parada antes de adentrarse en el Oriente otomano/ortodoxo prevalece en todos los sectores de la población. No queda bien decir que Croacia es parte de Europa del Este. Hay croatas que hasta fruncen el ceño ante el término “balcánico”, por las connotaciones negativas que conlleva. Al momento señalarán que Zagreb está, de hecho, más al oeste que Viena, que el país es fervorosamente católico, en lugar de ortodoxo, y que utilizan el alfabeto latino y no el cirílico.
Pese a lo del alfabeto, los croatas y los serbios tienen más similitudes que diferencias, aunque esto no impide que ambos subrayen más estas últimas. En especial, Croacia optó por un nacionalismo lingüístico a la francesa y reemplazó palabras de la antigua Yugoslavia como aerodrom (“aeropuerto”) en la señalización por otras derivadas del croata como zračna luka (zrak significa “aire” y luka, “puerto”), si bien la mayoría de señales aún rezan “aerodrom”. Otra: en Dubrovnik, hay que pedir hljeb o hleb (pan en montenegrino o serbio, respectivamente) en lugar de kruh.
En el 2014, 500 000 firmantes solicitaron un referéndum para restringir el uso del cirílico en la señalización pública del país en zonas donde los serbios fueran menos del 50% de la población, en lugar del 30% actual. Un tribunal rechazó la petición, que consideró inconstitucional. Sin embargo, en el 2015 la ciudad de Vukovar (castigada por la guerra y donde los serbios constituyen el 34,8%) aprobó un decreto con el que se autoeximía de colocar señales bilingües, un gesto condenado por el primer ministro de Croacia, la presidenta y el Consejo de Europa.
Todo ello contrasta con la popularidad del turbo folk serbio en Croacia, un tipo de música mal vista y evitada durante la guerra de la década de 1990. Parece ser que las tensiones étnicas se han suavizado hasta el punto de que allí donde los elementos balcánicos coinciden se vuelven a ver bien algunos aspectos comunes.
Con su capital en el interior y la mayoría de grandes ciudades en la costa, Croacia se divide entre una mentalidad centroeuropea más seria en Zagreb, Zagorje y Eslavonia (con dieta carnívora, arquitectura austríaca y un mayor interés por el progreso personal que por el ocio) y el carácter costero mediterráneo, más relajado y abierto. Los istrios acusan fuertes influencias italianas y suelen ser bilingües (italiano y croata). Los dálmatas, aunque algo poco menos italianizados, son en general gente distendida y tranquila: muchas oficinas cierran a las 15.00, lo que permite a la gente disfrutar del sol en la playa o en la terraza de un café.
La mayoría de personas vinculadas al turismo hablan alemán, inglés e italiano, si bien el inglés predomina entre los jóvenes.
Los vínculos familiares son extensos (más allá de los primos hermanos), fuertes y valiosos.
Es normal que los hijos vivan con sus padres hasta bien entrada la edad adulta, y más los varones, particularmente en un entorno rural, donde suelen llevar a sus nuevas esposas a vivir a la casa paterna. La expectativa de quedarse en casa hasta el matrimonio complica la vida a los gais y las lesbianas, y a los caracteres más independientes. Para muchos jóvenes la solución es marcharse a estudiar a otra ciudad.
La mayoría de familias tienen casa en propiedad, compradas en años posteriores al comunismo cuando las propiedades otrora del Estado se vendieron a los inquilinos a precios muy baratos, y que suelen heredarse de abuelos, tías abuelas u otros familiares.
En este país el café o el bar forman parte indisociable del día a día. Tal vez sea toda esa cafeína lo que ayude a trabajar más rápido una vez en la oficina.
A los croatas les gusta la buena vida y presumir de sus últimas adquisiciones en moda y tecnología. Los hombres y mujeres aprecian mucho las primeras marcas (cuanto más famosa, mejor). Incluso con una economía ajustada, la gente se privará de comer fuera o de ir al cine para poder permitirse un viajecito a Italia o Austria para comprar trapitos nuevos. Para los jóvenes, estar guapo y bien vestido forma parte del lucimiento de macho. A los hombres croatas no les gusta quedar mal haciendo tonterías en público, de modo que cuando beben no lo hacen para emborracharse. La mayoría de mujeres bebe poco.
El culto al ‘famoseo’ pesa mucho en Croacia: los tabloides están llenos de personajes pseudofamosos y de sus últimas andaduras.
Los croatas pueden dar la impresión de ser desinteresados y maleducados (incluso los que trabajan en el sector turístico), y hasta puede que moleste su franqueza. Los falsos cumplidos son eso, falsos. Las sonrisas y frases del tipo “que tenga un buen día” se reservan a los allegados. La idea de escribir una carta a un completo desconocido y llamarlo “querido” les parece raro; tampoco les gusta llamar a alguien “colega” si solo lo conocen de una vez.
Así es como funcionan los croatas y no hay que tomarlo como algo personal. Al menos se sabe a qué atenerse. Pero cuando se pasa de mero desconocido a amigo, entonces aparecen la calidez, la generosidad y la hospitalidad, quizá para toda la vida.
Nunca hay que preguntar a un croata cómo está si no se quiere saber la respuesta, que nunca será un simple “bien, gracias”. Los dálmatas, en especial, son propensos al dramatismo: o disfrutan de las alegrías de la vida o se muestran totalmente desolados. Así pues, de preguntarlo, enseguida se conocerán las circunstancias.
Según el censo más reciente, el 86,3% de la población se confiesa católica, el 4,4% ortodoxa (que corresponde exactamente con el porcentaje de serbios), el 4% “otros” o “no contesta”, el 3,8% atea y el 1,5% musulmana.
El principal factor que separa a los croatas y los serbios, por otro lado étnicamente indistinguibles, es la religión: la inmensa mayoría de los croatas es católica romana, mientras los serbios pertenecen a la Iglesia ortodoxa oriental. La división se remonta a la escisión del Imperio romano a finales del s. IV. La actual Croacia quedó en el lado occidental, gobernado por Roma, mientras Serbia terminó en el oriental, bajo la influencia de Grecia, gobernada desde Constantinopla (hoy Estambul). Con el tiempo las diferencias se acentuaron entre el cristianismo occidental y el oriental, lo que culminó en el Gran Cisma del 1054, cuando las Iglesias se separaron totalmente. Aparte de varias diferencias doctrinales, los cristianos ortodoxos veneran las imágenes, permiten que los sacerdotes se casen y no aceptan la autoridad del papa.
Sería difícil exagerar hasta qué punto el catolicismo moldea la identidad nacional de Croacia. Ya en el s. IX los croatas juraron lealtad al catolicismo romano y fueron recompensados con el derecho de oficiar misa y publicar escrituras religiosas en el idioma local, en alfabeto glagolítico. Los papas apoyaron a los primeros reyes croatas, quienes, a cambio, construyeron monasterios e iglesias para difundir el catolicismo. Durante los largos siglos de dominio extranjero de Croacia, el catolicismo fue el único elemento unificador que forjó un sentimiento de nación. La Iglesia ocupa también un lugar respetado en la vida cultural y política de Croacia y el Vaticano presta especial atención al país. Además, la Iglesia es la institución que mayor confianza inspira, con el Ejército como único rival.
Los croatas, del país y del extranjero, suponen una buena cantera de sacerdotes y monjas que llenan las filas del clero católico. Las fiestas religiosas se celebran con devoción y los domingos se llenan los templos.
Las mujeres aún se enfrentan a algunas trabas en Croacia, aunque la situación mejora. Bajo el peculiar socialismo de Tito se animó a las mujeres a la actividad política y su representación parlamentaria aumentó hasta el 18%. Hoy las mujeres ocupan el 19% de los escaños y el país cuenta con una presidenta, la primera de la historia.
En las zonas rurales su situación es peor y ellas fueron más perjudicadas económicamente que los hombres tras la llamada Guerra de la Patria. Muchas de las fábricas que cerraron, sobre todo en el este de Eslavonia, empleaban a muchas trabajadoras.
Hay muy pocas mujeres ocupando altos cargos ejecutivos y aún se espera de las mujeres que se encarguen del grueso de tareas domésticas al llegar a casa. La violencia de género y el acoso sexual en el trabajo son bastante habituales en Croacia. Pese a haber firmado un acuerdo en el Consejo de Europa en el 2011 para reducir la violencia machista, cuando se visitó aún se tenía que ratificar, de cuya demora se culpa a los grupos conservadores de la oposición.
Aunque las actitudes hacia la homosexualidad cambian poco a poco, la visión de la sexualidad en Croacia, un país fervorosamente católico, es todavía muy conservadora. Muchos gais y lesbianas siguen en el armario, por temor a sufrir acoso o violencia si muestran su orientación sexual. En el 2013 un grupo llamado U Ime Obitelji (En el nombre de la familia) hizo campaña para un referéndum en el que el 65% de votantes aprobó una prohibición constitucional sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Al año siguiente, el Parlamento aprobó una ley que permitía a las parejas homosexuales casarse por lo civil, con los mismos derechos que otorga el matrimonio por la Iglesia, salvo la adopción.
En el 2017 Croacia figuraba como el 7º mejor país deportista del mundo per cápita. El fútbol, el baloncesto y el tenis son deportes muy populares y esta tierra ha aportado un número desproporcionado para su tamaño de jugadores de talla mundial en cada uno de ellos.
El fútbol (nogomet en croata) es el deporte más popular del país. En 1998, solo siete años después de declarar la independencia de Yugoslavia, el equipo masculino de Croacia sorprendió al mundo al quedar tercero en la Copa del Mundo de la FIFA.
En el 2018 se superó aquel éxito cuando el equipo, entrenado por Zlatko Dalić, llegó a la final y su capitán, Luka Modrić, fue galardonado con el Balón de Oro como mejor jugador del torneo. Aunque perdieran frente a Francia, regresaron a su país con todos los honores reservados a los vencedores. Esta inyección de positividad no podía llegar en mejor momento para el fútbol de Croacia. Los escándalos de corrupción en los que se vio envuelto el anterior mentor de Modrić, Zdravko Mamić, antiguo director del club Dinamo de Zagreb, hicieron que huyera del país tras ser sentenciado a seis años y medio de prisión por evasión de impuestos y malversación relacionado con el traspaso de jugadores. El mismísimo Modrić fue sospechoso de perjurio en su testimonio de la defensa de Mamić.
Los comportamientos de la afición también han sido un problema recurrente, con cánticos y estandartes racistas y fascistas que han obligado a llamar la atención al equipo nacional. Los partidos entre el Dinamo de Zagreb y su archirrival, el Hajduk Split, suelen acabar en batalla campal.
Los futbolistas de élite de Croacia juegan en clubes profesionales de toda Europa. El actual plantel dorado amenaza con reemplazar incluso al legendario Davor Šuker –uno de los mejores jugadores vivos, según dijo Pelé en el 2004– como el nombre más importante en la historia del fútbol croata.
Croacia ha forjado (y sigue forjando) a jugadores enormes, en el pleno sen-tido de la palabra. En el 2001 la victoria de Goran Ivanišević, de 1,93 m, en Wimbledon se festejó en todo el país, sobre todo en su ciudad natal, Split. El carismático jugador de saque y volea era queridísimo tanto por su simpatía como por sus gracias en la pista y encabezó los primeros puestos entre los mejores tenistas del mundo en la década de 1990. Las lesiones le obligaron a retirarse en el 2004, pero Croacia siguió fuerte en las canchas al ganar la Copa Davis del 2005 gracias a la victoria encabezada por Ivan Ljubičić (1,93 m) y Mario Ančić (1,95 m).
Hoy el mejor tenista de Croacia es Marin Čilić (1,98 m), que ganó su primer título de Grand Slam, el Open de EE UU, en el 2014. El otro y único tenista croata en las clasificaciones de individuales del 2018 fue Borna Ćorić, de 22 años.
En el tenis femenino destaca Iva Majoli, de Zagreb, que ganó Roland Garros en 1997. Cuatro croatas figuran en las clasificaciones de individuales: Mirjana Lučić-Baroni, Ana Konjuh, Donna Vekić y Petra Martić.
El Open de Croacia, parte de las eliminatorias del ATP World Tour, se celebran en Umag (Istria) en julio. Pero en Croacia el tenis es más que un deporte para ver desde la grada; la costa está llena de pistas de tierra.