Nada es sencillo en la historia de los Balcanes. En esta parte del mundo, hechos acontecidos hace siglos ejercen una gran influencia en la conciencia nacional y en el discurso público (a veces muy acalorado). Las fronteras del Estado llevan siglos cambiando (solo desde la II Guerra Mundial, Montenegro se ha transformado siete veces) y cada grupo étnico y religioso cuenta su propia versión, haciendo de este un país complejo con muchas historias diferentes.
Los ilirios son el primer pueblo conocido que habitó la región, y llegaron a finales de la Edad del Hierro. Ya en el año 1000 a.C. se habían extendido por gran parte de los Balcanes una lengua y una cultura iliria comunes. Las interacciones entre los grupos no siempre eran amistosas (los asentamientos más comunes eran los fuertes sobre colinas), pero evolucionaron las características formas de arte ilirias, como las joyas de ámbar y bronce. Con el tiempo, los ilirios crearon una federación poco rígida de tribus en lo que hoy es Macedonia y el norte de Albania.
En torno al año 400 a.C. los griegos llegaron por el mar y crearon colonias costeras en los antiguos asentamientos ilirios. A partir de entonces, la cultura helénica se fue extendiendo gradualmente desde los centros griegos, sobre todo desde Boutoua (Budva). Luego llegaron los romanos, en un principio por deseo de los griegos, que buscaban protección de la reina iliria Teuta. Los ilirios siguieron resistiendo a los romanos hasta el año 168 a.C., cuando fue derrotado el último rey ilirio, Gentio. Los romanos asimilaron por completo los Balcanes a sus provincias y crearon redes de fuertes, vías y rutas comerciales desde el Danubio hasta el Egeo. No obstante, fuera de las ciudades, predominó la cultura iliria.
Los romanos crearon la provincia de Dalmacia, que incluía lo que hoy es Montenegro. La ciudad romana más importante de esta región era Doclea (actual Podgorica), fundada en torno al año 100 d.C. Los restos arqueológicos indican que era el núcleo de una amplia red comercial. A lo largo de los siglos, el Imperio romano fue decayendo gradualmente. Los invasores del norte y el oeste comenzaron a invadir el territorio romano y en el año 395 el imperio se dividió formalmente; la mitad occidental eligió como capital Roma y la mitad oriental eligió Constantinopla (actual Estambul, que luego se convertiría en capital del Imperio bizantino). El actual Montenegro quedaba en el límite de estos dos entes.
En el s. VI, el emperador bizantino Justiniano se hizo con el control de la parte de los Balcanes que antes dominaban los romanos, expulsando a los ostrogodos. Con él llegó el cristianismo.
A principios del s. VI, un nuevo grupo, los eslavos, comenzó a desplazarse hacia el sur desde las vastas llanuras situadas al norte del Danubio. Se cree que llegaron huyendo de un pueblo nómada centroasiático, los ávaros, famosos por su fiereza. Los ávaros lucharon contra los bizantinos y arrasaron Doclea a su destructivo paso por los Balcanes. Pero, llevados por su excesivo ímpetu, siguieron adelante y sitiaron la poderosa capital bizantina de Constantinopla en el 626. Como era de esperar, los bizantinos los aplastaron y los ávaros cayeron en el olvido.
Sigue siendo controvertida la función que desempañaron los eslavos en la desaparición de los ávaros. Algunos dicen que Bizancio llamó a los eslavos para que los ayudaran a contener la arremetida de los ávaros, mientras que otros piensan que los eslavos simplemente llenaron el vacío que dejaron los ávaros al desaparecer. Sea como sea, los eslavos se extendieron rápidamente por los Balcanes y ya habían llegado al Adriático a principios del s. VII. Dos grupos eslavos muy afines se asentaron en la costa del Adriático y el interior: los croatas y los serbios. La cultura bizantina permaneció en las ciudades del interior, favoreciendo así la propagación del cristianismo entre los eslavos.
En el s. VII, los búlgaros crearon el primer Estado eslavo de los Balcanes. Ya en el s. IX, el príncipe búlgaro Boris abogaba por el uso de la lengua eslava en la liturgia eclesiástica. La posterior difusión del alfabeto cirílico permitió que diversos reinos eslavos crecieran como entidades separadas de Bizancio. Uno de esos Estados fue Raška, un grupo de tribus serbias que confluyeron cerca de Novi Pazar (en la actual Serbia) para deshacerse del control búlgaro. Este reino duró poco, al ser aplastado por el zar búlgaro Simeón en torno al año 927, pero no antes de que Raška reconociera como soberano al emperador bizantino, acelerando así la difusión del cristianismo por la región.
Pronto surgió otro Estado serbio, Doclea, sobre la antigua ciudad romana homónima. Al mando de su líder Vladimir, Doclea amplió su territorio apoderándose de Dubrovnik y de lo que quedaba de Raška. Ya en el año 1040, Doclea se rebeló frente al control bizantino, expandió su territorio por la costa dálmata y fundó una capital en Skadar (actual Shkodër, en Albania). En torno al año 1080 Doclea alcanzó su mayor extensión, asimilando lo que hoy es Bosnia. Las guerras civiles y diversas intrigas condujeron a la caída de Doclea y el poder volvió a Raška durante el s. XII.
Esteban Nemanja (nacido en la actual Podgorica) fundó la dinastía que vio cómo Raška (que pasó a llamarse Serbia) alcanzaba su mayor extensión territorial. Ya en 1190 había vuelto a conseguir que Raška se independizara de Bizancio, reclamando también para su reino los actuales Kosovo y Macedonia. Luego Nemanja se hizo monje y se retiró al monte Atos, y su muerte fue canonizado por la Iglesia ortodoxa y se convirtió en san Simeón.
Mientras tanto, la Cuarta Cruzada en 1204 había puesto trabas a los bizantinos, y la influencia veneciana comenzaba a extenderse por el Adriático. En 1219, Sava, uno de los hijos de Nemanja, llegó a un acuerdo con la debilitada Bizancio según el cual la iglesia serbia debía ser autocéfala (no responder a autoridades eclesiásticas superiores), y se autonombró primer arzobispo; también fue canonizado.
En torno a 1331 Dušan fue proclamado “rey joven”. Iba a convertirse en una figura imponente de la historia serbia. Rápidamente confirmó que tenía el control expulsando a los búlgaros de Macedonia y recuperando territorio de los bizantinos. Serbia, al expandirse con tal rapidez al mando de Dušan, se convirtió en un ‘imperio’ y su territorio se duplicó. Además de su política agresiva, Dušan también aportó la codificación de la ley serbia (llamada Zakonik) y creó el Patriarcado serbio.
No obstante, a lo largo de este período, Zeta (nombre que daban a Doclea) siguió siendo distinta de Serbia. Los nobles de Zeta se mostraban reticentes a someterse a los gobernantes de Raška, en Serbia, mientras que los soberanos de Raška solían designar a sus hijos supervisores de Zeta, marcando aún más la separación entre ambas. De la misma forma que Raška se convirtió en Serbia, Doclea/Zeta se considera la predecesora de Montenegro.
Durante el reinado del hijo de Dušan, Uroš, diversas facciones pelearon por el poder y la familia Balšić adquirió importancia en Zeta. Los Balšići establecieron su base cerca de Shkodër y comenzaron a apropiarse de territorios a lo largo de la costa adriática. Los venecianos reaparecieron en el norte y ya se habían hecho con el control de Kotor en 1420. Cuando murió Uroš, los barones serbios estaban ocupados luchando, ajenos a una amenaza mayor que avanzaba constante por los Balcanes: los turcos otomanos.
Ya en 1441 los otomanos habían aplastado Serbia y a finales de la década de 1470 arremetieron contra la antaño indoblegable región de Zeta. Iván Crnojević lideró a un atribulado grupo de supervivientes de Zeta hasta las alturas fácilmente defendibles e inaccesibles cercanas al monte Lovćen y en 1482 creó una corte y un monasterio en lo que se convertiría en Cetiña. Los marineros venecianos comenzaron a llamar al monte Lovćen el “Monte Negro”; mientras, los otomanos continuaban asaltando Cetiña y consiguieron invadirla en 1514.
Pese a haber tomado Cetiña, los otomanos se retiraron. Este remoto lugar era inhóspito y yermo, y en cualquier caso los turcos estaban más resueltos a controlar el Adriático. Al mando de Solimán el Magnífico, los turcos tomaron Belgrado en 1521, eliminando cualquier duda sobre su dominio de los Balcanes. Aquel rocoso nido de águilas, el monte Lovćen, y sus alrededores se convirtieron en el último bastión de la cultura ortodoxa serbia que resistía a los otomanos.
Pese a ser apenas conocidos en el resto de Europa, los montenegrinos conservaron una cierta autonomía. Su comportamiento era tan belicoso e incontrolable por naturaleza que los otomanos optaron por el pragmatismo y en gran medida dejaron que se las arreglaran solos. Al ampliar los venecianos su control en el Adriático, con la toma de Kotor y Budva, los montenegrinos se encontraron en la línea que separaba el Imperio turco del veneciano.
A lo largo del s. XVII una serie de guerras en Europa dejó en evidencia las debilidades de la antaño invencible máquina de guerra otomana. En un momento dado, los otomanos decidieron acabar con las concesiones de las que los montenegrinos habían disfrutado durante mucho tiempo. La resistencia montenegrina al intento turco de implantar un régimen de impuestos fue violenta y la retribución turca, horrorosa.
Durante la década de 1690 los otomanos tomaron Cetiña varias veces, pero cada vez se vieron obligados a retirarse debido al acoso constante de las tribus montenegrinas. Al final de la guerra de Morea, en 1699, los otomanos pidieron la paz por primera vez, cediendo territorio a Venecia en Risan y Herceg Novi. La participación entusiasta y efectiva de los montenegrinos en la guerra, así como sus virtudes marciales, habían llamado la atención de los Habsburgo y de los rusos, y habían promovido entre las tribus rebeldes la idea de que tenían un objetivo común.
Fue entonces cuando por fin se dieron cuenta los otomanos de que no podrían controlar Montenegro; no obstante, eran muy reticentes a dar su brazo a torcer. Para cercarla, construyeron una cadena de ciudades fortificadas que atrajeron a la población musulmana de la región. Las tribus y campesinos ortodoxos continuaron viviendo en el campo, desarrollando una idea de solidaridad y de otredad respecto a las poblaciones de las ciudades relativamente pudientes. Para los lugareños, la identidad estaba vinculada a la noción de tribu y a la Iglesia ortodoxa serbia, más que a Serbia o a Montenegro. Sin embargo, estaban evolucionando las distintivas identidades serbia y montenegrina: los serbios estaban dominados directamente por los otomanos, mientras que los montenegrinos conservaban una cierta autonomía en su refugio montañoso.
En 1696, Danilo Petrović-Njegoš fue elegido vladika, el equivalente a un obispo dentro de la jerarquía de la Iglesia ortodoxa. Ambicioso y belicoso, se declaró a sí mismo “vladika de Cetiña y Caudillo de todas las tierras serbias”. Al hacerlo, Danilo asumió el papel de líder de los serbios, quizá en reacción a los montenegrinos, que decían ser “lo mejor de los serbios” durante sus años de batallas contra los turcos. Además, Danilo consiguió elevar el papel del vladika a título hereditario de “príncipe-obispo”, un líder político (y militar) además de eclesiástico, y fundó la dinastía Petrović, que dominaría Montenegro hasta la I Guerra Mundial.
En 1766 los otomanos crearon el Patriarcado ecuménico en Constantinopla, responsable de todas las iglesias ortodoxas de los dominios otomanos. Posteriormente los serbios establecieron su propio patriarcado en territorio de los Habsburgo, fuera del alcance de los otomanos. Estos movimientos llevaron efectivamente a la creación de iglesias ortodoxas separadas, la montenegrina y la serbia y, aunque los montenegrinos conservaron un cierto sentimiento de comunidad con los serbios, este fue un factor más en la experiencia divergente y en la evolución de una conciencia nacional separada entre los montenegrinos.
Napoleón apareció en 1797 para arrebatar a Venecia sus territorios del Adriático, eliminando así al principal rival de Montenegro por el poder en ese mar. En los años siguientes Napoleón peleó con montenegrinos, británicos y austríacos en el Adriático. Los montenegrinos actuaban con el apoyo militar de los rusos y retuvieron brevemente Herceg Novi, una ansiada población costera del Adriático, pero posteriormente se vieron obligados a abandonarla debido al tira y afloja diplomático.
En 1830 Petar II Petrović Njegoš (Pedro II de Montenegro) se convirtió en vladika a la muerte de su tío. Con sus 2 m de altura, cumplía el requisito que decía que el vladika debía ser imponente, apuesto y elegante. Njegoš siguió intentando infructuosamente conseguir acceso al mar, pero tuvo más éxito en la construcción de una nación. Dio prominencia al papel del gobierno y desarrolló un sistema impositivo para Montenegro. También canonizó a su predecesor, Petar I, dando así un aspecto de santidad al papel del vladika, emulando a los reyes santos de la Serbia medieval.
Njegoš hizo el ya tradicional viaje a San Petersburgo a la búsqueda de apoyo militar y monetario de los zares rusos y se dispuso a modernizar su nación. Los siguientes soberanos Petrović continuaron el proceso de modernización, aunque de forma gradual. Danilo llegó al poder en 1851 y enseguida se declaró príncipe, poniendo fin así al puesto eclesiástico de vladika como líder de los montenegrinos. En 1855 consiguió una gran victoria sobre los otomanos en Grahovo y trazó un rumbo que sorteaba los intereses de las grandes potencias (el Imperio austro-húngaro, Rusia, Francia y Gran Bretaña), que ambicionaban Montenegro y toda la región de los Balcanes.
Nikola (Nicolás I de Montenegro), que se convirtió en príncipe después de Danilo, continuó con un programa de construcción de carreteras e introdujo el telégrafo en Montenegro. También fue responsable de la creación de una escuela para niñas en Cetiña, primera institución de este tipo en Montenegro. Durante la década de 1860 Nikola estableció contacto con Mihailo Obrenović, señor del principado serbio (entonces independiente de facto del dominio otomano). Los dos líderes firmaron un acuerdo para liberar a su gente y crear un estado único. El logro más significativo de Nikola fue reorganizar el ejército montenegrino y convertirlo en una fuerza de combate moderna.
En 1875 estalló en Bosnia y Herzegovina una rebelión frente al control otomano. Serbios y montenegrinos se unieron al levantamiento; estos dos últimos destacaron de nuevo (al mando de Nikola) y consiguieron importantes ganancias territoriales. A raíz de la lucha por Bosnia, el Congreso de Berlín de 1878 otorgó oficialmente a Montenegro y Serbia la independencia de los otomanos. Montenegro consiguió el control de las tierras altas en Nikšić, Podgorica y Žabljak y el territorio en torno el lago Shkodër y el puerto de Bar, triplicando de hecho su tamaño. Los expansionistas austríacos se anexionaron Bosnia y Herzegovina, obstaculizando así cualquier expansión posterior montenegrina hacia el norte. No obstante, los montenegrinos consiguieron controlar la región de Ulcinj, en la costa adriática.
Después de 1878, Montenegro disfrutó de un período de paz. No obstante, Nikola se fue volviendo cada vez más autócrata. Su jugada más popular durante estos años fue casar a varias de sus hijas con personas de la realeza europea. En 1910, en el 50° aniversario de su principado, Nikola elevó su papel de príncipe a rey.
En los primeros años del s. XX, hubo cada vez más llamamientos a la unión con Serbia y una creciente oposición política al dominio de Nikola. Se sospechaba que el rey serbio Petar Karađorđević, cuya difunta esposa era una de las hijas de Nikola, estaba detrás de los intentos de derrocarlo, y las relaciones serbo-montenegrinas alcanzaron el peor momento de su historia.
En las guerras de los Balcanes de 1912-1913 los montenegrinos hicieron las paces con los serbios para unirse a griegos y búlgaros en un esfuerzo por expulsar a los turcos otomanos de Europa. Durante las guerras, los montenegrinos recuperaron Bijelo Polje, Berane y Plav y al hacerlo llegaron a tener frontera con Serbia por primera vez en más de 500 años. La idea de una unión entre Serbia y Montenegro consiguió más aceptación y, en las elecciones de 1914, muchos votantes optaron por la unión. El rey Nikola, por pragmatismo, apoyó la idea con la condición de que se debían conservar tanto la casa real serbia como la montenegrina.
Antes de que pudiera llevarse a cabo la unión, estalló la I Guerra Mundial. Montenegro entró en guerra del lado de Serbia y los Aliados. El Imperio austro-húngaro lo invadió poco después y rápidamente se hizo con Cetiña, enviando al rey Nikola al exilio en Francia. En 1918, el ejército serbio entró en Montenegro y los franceses, partidarios de implementar la unión entre Serbia y Montenegro, se negaron a permitir que Nikola saliera de Francia, poniendo fin formalmente a la dinastía Petrović. El mismo año, Montenegro dejó de existir tras ser incorporado al recién creado Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, la primera Yugoslavia.
A lo largo de los años veinte, algunos montenegrinos, molestos por ser los “hermanos menores de Serbia”, así como por haber perdido su soberanía e identidad distintiva, se opusieron de forma enérgica a la unión con Serbia. Este resentimiento creció tras la abolición de la Iglesia montenegrina, que quedó absorbida por el Patriarcado ortodoxo serbio de Belgrado. El 6 de enero de 1929, el rey Alejandro proclamó una dictadura real, abolió los partidos políticos y suspendió el gobierno parlamentario, acabando así con cualquier esperanza de cambio democrático. En 1934, durante una visita de Estado a Marsella, el rey Alejandro fue asesinado por el croata de inspiración fascista Ustaše. Mientras tanto, a mediados de los años veinte, surgió el Partido Comunista Yugoslavo; Josip Broz Tito se convertiría en su líder en 1937. El alto número de miembros montenegrinos en el Partido Comunista era quizá un reflejo de su descontento con la categoría de Montenegro dentro de Yugoslavia.
Durante la II Guerra Mundial los nazis invadieron Yugoslavia en múltiples frentes. Tras aplastar al ejército yugoslavo, Alemania e Italia dividieron el país en un mosaico de zonas de control. Los italianos controlaban Montenegro y partes de la vecina Dalmacia. Algunos montenegrinos contrarios a la unión colaboraron con los italianos con la esperanza de que se reinstaurara la dinastía Petrović. Mientras tanto, los partisanos de Tito y los chetniks (monárquicos) serbios se enfrentaban a los italianos. La lucha antifascista más efectiva fue llevada a cabo por unidades partisanas lideradas por Tito. Con sus raíces en el ilegalizado Partido Comunista Yugoslavo, los partisanos atrajeron a intelectuales y a antifascistas de todo tipo. Consiguieron un amplio apoyo popular con un temprano manifiesto que, aunque vago, parecía concebir una Yugoslavia de posguerra basada en algo parecido a una federación. Aunque los Aliados apoyaron inicialmente a los chetniks serbios, se hizo patente que los partisanos estaban librando una lucha mucho más centrada y decidida contra los nazis. Con el apoyo diplomático y militar de Churchill y otras potencias aliadas, para 1943 los partisanos ya controlaban gran parte de Yugoslavia. Establecieron gobiernos locales en el territorio que habían tomado, lo cual facilitó su posterior transición al poder. Hitler hizo varios intentos coordinados de asesinar a Tito y aplastar a los partisanos, pero fue en vano. Al cambiar el curso de la guerra, los italianos se rindieron ante los Aliados y, en vista del acoso partisano, los alemanes se retiraron. El 20 de octubre de 1944, Tito entró en Belgrado con el Ejército Rojo y fue nombrado primer ministro.
Se había creado la federación comunista de Yugoslavia. Tito estaba decidido a crear un Estado en el que ningún grupo étnico dominara el panorama político. Montenegro se convirtió en una de las seis repúblicas (junto a Macedonia, Serbia, Croacia, Bosnia y Herzegovina y Eslovenia) de una unión firmemente configurada. Tito hizo efectivo este delicado equilibrio creando un Estado monopartidista y haciendo una rigurosa campaña ante cualquier tipo de oposición, ya fuera nacionalista, monárquica o religiosa. Se fijó la frontera del nuevo Estado: Montenegro consiguió Kotor, pero perdió algunas zonas de Kosovo en el toma y daca que llevó a cabo Tito para crear un equilibrio entre las diversas repúblicas yugoslavas.
En 1948 Tito se distanció de Stalin y rompió el contacto con la Unión Soviética, lo que provocó consternación en Montenegro, dados sus vínculos históricos con Rusia. De todas las repúblicas yugoslavas, Montenegro era la que tenía el mayor número per cápita de afiliados al Partido Comunista y una alta representación en el Ejército.
Durante los años sesenta, la concentración de poder en Belgrado se volvió un asunto cada vez más peliagudo, y se hizo patente que el dinero de las repúblicas más prósperas (Eslovenia y Croacia) se estaba distribuyendo a las otras repúblicas, y no siempre de manera justa. El malestar fue in crescendo en 1971 cuando los reformistas pidieron una mayor autonomía económica y reducir los vínculos con la federación yugoslava, pero también se pusieron de manifiesto elementos nacionalistas. La Constitución promulgada por Tito en 1974 concedía mayor autonomía a las repúblicas, pero ponía las bases para el ascenso del nacionalismo y las guerras de los años noventa.
Tito dejó una Yugoslavia convulsa a su muerte en mayo de 1980. Una presidencia rotatoria entre las seis repúblicas no pudo compensar la pérdida de su mano firme. La autoridad del gobierno central se hundió con la economía, y resurgió la desconfianza entre los grupos étnicos de Yugoslavia.
Con la caída del comunismo en toda Europa del Este, Slobodan Milošević utilizó la cuestión de Kosovo para ascender al poder en Serbia en una oleada de nacionalismo. Gran parte de los montenegrinos apoyaron a sus correligionarios ortodoxos.
En 1991 Eslovenia y Croacia declararon su independencia de la federación y comenzó la guerra de los Balcanes. No se luchó en Montenegro, pero algunos grupos paramilitares montenegrinos, junto con el Ejército yugoslavo, dominado por los serbios, fueron responsables del bombardeo de Dubrovnik y de partes del litoral dálmata. Estas actuaciones no parecían servir a ningún propósito estratégico y fueron rotundamente criticadas por la prensa internacional. En 1992, cuando Bosnia y Herzegovina y Macedonia también habían optado por la independencia, los montenegrinos votaron abrumadoramente por permanecer en el Estado yugoslavo con Serbia. Cierto es que había algo de nerviosismo entre los montenegrinos por el papel que desempeñarían dentro de la Gran Serbia, y la Iglesia autocéfala montenegrina fue resucitada en 1993.
Al tocar a su fin la sangrienta guerra en Bosnia con la firma de los Acuerdos de Dayton en 1995, el primer ministro montenegrino Milo Đukanović comenzó a distanciarse de su antiguo aliado Milošević. Đukanović, que había sido elegido en 1991, se dio cuenta con el descenso del nivel de vida y el creciente descontento de que a Montenegro le iría mejor si tomaba un rumbo más prooccidental. Al hacerlo se convirtió en el predilecto de los líderes occidentales, que intentaban aislar y hundir a Milošević. A medida que el régimen serbio se convertía en un paria, los montenegrinos fueron recuperando su identidad propia. Las relaciones políticas con Serbia se enfriaron rápidamente y Đukanović ganó las siguientes elecciones en Montenegro pese a la vehemente interferencia de Belgrado. No obstante, Montenegro fue bombardeado (aunque no tanto como Serbia) durante los ataques de la OTAN de 1999; Podgorica y su aeropuerto recibieron directamente los impactos y murieron ocho civiles.
En el 2000 Milošević perdió las elecciones en Serbia, y en el 2001 fue arrestado; murió en prisión en La Haya durante el juicio por crímenes de guerra. En el 2003 el nombre de Yugoslavia pasó a la historia y Montenegro pasó a formar parte de una unión con el Estado de Serbia. En teoría, la unión se basaba en la igualdad entre los dos miembros, pero en la práctica, Serbia era un socio tan dominante que desde el principio se vio que la unión no era factible. Esto volvió a exasperar a los montenegrinos, que siempre se habían creído “los mejores de entre los serbios”. En mayo del 2006, una escasa mayoría votó por la independencia y se formó el moderno Estado de Montenegro.
En el 2011, Montenegro adoptó una ley que reconocía el papel oficial de la dinastía Petrović-Njegoš. Aunque dicho papel se limita a promocionar el país y su cultura, hay quienes han criticado la decisión por considerarla el principio de la reinstauración de la monarquía.
Montenegro se convirtió en el 29º miembro de la OTAN el 5 de junio del 2017 y en esa fecha Montenegro era candidato a ser miembro de la UE.