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El amurallado casco viejo de Budva surge en el Adriático como un Dubrovnik en miniatura, menos frenético. De aire romántico, deja patente en cada esquina ese carácter mediterráneo tan amante de la vida. Hay que recorrer el dédalo de callejas empedradas, visitar iglesias y encantadoras galerías, beber algo en café-bares al aire libre, tomar algún tentempié de pizza y disfrutar de las fabulosas vistas marinas desde la Citadela. Para relajarse, tiene una playa a cada lado.