La cultura en Pirineos

Con un patrimonio románico único, unas leyendas que desbordan los límites de la imaginación y unas tradiciones que toman forma de troncos ardiendo la noche más corta del año o de muestras de trashumancia ganadera, la cultura pirenaica depara auténticas sorpresas a quien se atreva a indagar en ella.

Arquitectura

Aunque los Pirineos llaman la atención en primer lugar por sus altas cimas y parajes naturales, lo cierto es que por toda la cordillera hay pequeños pueblos, muchos de ellos villas de origen medieval, que muestran una arquitectura perfectamente adaptada al medio, con casas de piedra preparadas para soportar el frio invernal y las fuertes nevadas, y espectaculares templos de varios estilos, como la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, gótica, que cada año se convierte en punto de salida de miles de peregrinos que quieren recorrer el Camino de Santiago; no obstante, el estilo que predomina en todos los Pirineos, en especial en su mitad oriental, es el románico.

Románico

Toda la cordillera está salpicada de templos románicos lombardos, desde pequeñas ermitas hasta grandes monasterios, que llenan de belleza los valles de ambas vertientes. Muchos de ellos son impronta del Camino de Santiago, que atraviesa estas tierras; otros reflejan el poderío que gustaban de mostrar señores, condes y autoridades eclesiásticas durante el Medievo, en especial en los ss. X-XII; de hecho, la mayoría de las villas de los Pirineos están presididas por una iglesia parroquial románica, muchas de ellas con bellos campanarios que, levantados en plena Edad Media, constituían auténticos rascacielos en su época. Aunque la lista de templos románicos de interés es más que exhaustiva, destacan, en primer lugar, los de la Vall de Boí, todos ellos espectaculares y declarados Patrimonio Mundial por la Unesco, así como las catedrales de Santa María d’Urgell, San Pedro de Jaca, Notre-Dame de la Sède, Lescar, Sainte-Marie de Saint-Bertrand-de-Comminges y Sainte-Marie d’Oloron; los monasterios de Santa María de Ripoll, con su portada de escenas bíblicas grabadas en la piedra, Sant Joan de les Abadesses, Sant Pere de Rodes, San Juan de la Pena, San Victorián, Santa María de Obarra, Leyre, y las abadías de Sainte-Marie-d’Arles, de Saint-Michel-de-Cuxa, de Saint-Martin-du-Canigou y de Combelongue en el Plantaurel.

Pero el románico no solo está presente en sus templos, pues muchos ríos están atravesados por viejos puentes medievales, normalmente de un solo arco y con doble vertiente, como los de Camprodon y Beget, y por doquier pueden verse restos de viejos castillos, algunos muy bien conservados, otros convertidos unos siglos más tarde en lujosos palacios y unos terceros de los que solo quedan algunas ruinas, a lo sumo restos de su torre del homenaje. Además, un gran número de villas conservan parte de sus lienzos de murallas defensivas y el trazado de las calles de los cascos antiguos no se ha modificado desde época medieval.

Arquitectura popular


En un paisaje agreste y montañoso, la arquitectura popular pirenaica es un ejemplo perfecto de adecuación al entorno. Sus pueblos de montaña tienen núcleos antiguos formados mayoritariamente por casas de pizarra, las más antiguas con gruesas paredes y pequeños ventanales para resguardar el calor interior, y tejados de doble pendiente muy pronunciada para que la nieve no se acumule en ellos. También llaman la atención las antiguas bordas, construcciones de piedra de dos plantas: la planta baja hacia las funciones de establo y en ella se resguardaban caballos, vacas y cabras, y en la planta superior se almacenaban los aperos, el heno y el grano. En la actualidad, en especial en la Val d’Aran y Andorra, muchas de estas bordas, perfectamente restauradas, se han convertido en restaurantes que ofrecen cocina tradicional de alta montaña.

Museos

En una zona montañosa como son los Pirineos, sin grandes ciudades, sorprende la gran cantidad de museos que atesora. Los hay de todos los tipos, aunque quizá los más interesantes en un viaje por la zona sean los etnológicos, que muestran los antiguos oficios pirenaicos y el modo de vivir en estas montañas en tiempos pasados, como el Museo de Oficios y Artes Tradicionales de Aínsa, con antiguos talleres de herrería y carpintería, un telar y muestras de alfarería tradicional, hojalatería y cestería; el Museo de la Almadía, en Burgui, que muestra el antiguo oficio de los almadieros; el Museo Etnológico Casa Mazo, en el pueblo de Hecho, con una colección de viejas fotografías en blanco y negro de época; el Museu del Serrablo, que ocupa dos casas tradicionales de Sabiñánigo; el Museo del Queso y de la Trashumancia, en el pueblo de Uztarroz, donde, además de profundizar en la tradición ganadera pirenaica, se puede comprar autentico queso de Roncal; el Museo de la Torraza de Biescas, que muestra cómo era la vida local en el Medievo; el Musèu dera Val d’Aran, en Vielha, que recopila toda la historia de este valle catalán encarado hacia Francia; el Museu Cerdà, en Puigcerdà, situado en un antiguo convento y que recrea una típica casa de la Cerdanya; el Ecomuseu de les Valls d’Àneu, en Esterri d’Àneu, que ocupa la antigua casa de una familia acomodada; el Museu Etnogràfic de Ripoll, con colecciones relacionadas con el pastoreo y los campesinos en los Pirineos a lo largo de la historia; el Museu Casa Rull, en Sispony, una casa del s. XVII que muestra el modo de vida rural en una época en que el cultivo de la tierra y la ganadería constituían las bases de la economía andorrana; el Museo del Traje Ansotano, con vestimenta tradicional del valle de Ansó; el Musée Montagnard du Lavedan, en Aucun, con una fragua única en Francia que servía para fabricar clavos; el Centro de Interpretación de Ateka, que desvela el pasado minero de Itxassou; el Musée du Textile et du Peigne en Corne, dedicado al cardado de lana y la industria textil, o Le Musée-Arts et Figures des Pyrenees Centrales, que repasa la historia, las tradiciones y las figuras destacadas de los Pirineos centrales.

También hay interesantes museos y centros de interpretación dedicados a la fauna y la flora pirenaicas en casi todos los parques naturales, y dos centros dedicados al oso pirenaico: la Casa de l’Ós Bru, en Isil, un centro de interpretación dedicado al oso pardo, y el Museo del Oso de las Cavernas, en el pequeño pueblo de Tella, cerca de una cavidad natural donde se han encontrado restos de osos prehistóricos.

Y finalmente hay museos verdaderamente peculiares, como el Museo de las Miniaturas Militares de la ciudadela de Jaca, con miles de soldaditos de plomo; el Museo de las Brujas, en Zugarramurdi, con información sobre la antigua brujería en el valle de Xareta; el Museo de Dibujo Julio Gavín, en el castillo de Larrés, con obras de 850 dibujantes; el Musèu dera Nhèu, en el pequeño pueblo de Unha, dedicado por entero a la nieve; la Presó-Museu Camí de la Llibertat, en Sort, que rinde homenaje a las víctimas de las dictaduras europeas del s. XX; la antigua Farmacia Esteve, en Llívia, la farmacia más antigua de Europa; el Museu Carmen Thyssen Andorra, en Escaldes-Engordany, con pinturas de los ss. XIX y XX, en especial impresionistas, posimpresionistas y expresionistas; el Museu Postal, en Ordino, con una colección de 50 000 sellos; el Museu Nacional de l’Automòbil, en Encamp, con 80 coches, 60 motos y 100 bicicletas; el Musée de la Deportation et de la Résistance, en Tarbes, con fotografías escalofriantes de los campos de concentración nazis; el Musée du Marbre, en Bagneres-de-Bigorre, con más de 300 placas de mármol de todo el mundo; o el Musée du Gateau Basque, en Sare, donde un pastelero presenta las fases de elaboración del célebre pastel.

Festivales de música

No puede hablarse de una música exclusivamente pirenaica, pero existe en la cordillera pirenaica una música tradicional que, a punto de desaparecer en la década de 1970, hoy está en vías de recuperación. Para conocerla, lo mejor es asistir a alguno de los festivales de música que se celebran en primavera y verano, muchos de los cuales se centran en la música tradicional. Entre ellos destacan el Pirineos Sur (julio, en Sallent de Gallego), un punto de encuentro entre continentes, culturas y sonidos; el PIR Festival de Músicas y Culturas Pirenaicas (julio, en Hecho, Ansó, Jasa y Aragüés del Puerto) de música folk; el Festival de Música Vall de Camprodon (agosto, en los pueblos de la Vall de Camprodon) de música tradicional, jazz, músicas del mundo, clásica, rock y pop; el Festival Folklórico de los Pirineos (agosto en años impares, en Jaca), con representaciones de grupos folclóricos de todo el planeta; los festivales Pirineos Classic y Jazzetania (julio, en Canfranc), de música clásica y jazz, respectivamente, y el Garosnow (invierno, itinerante por estaciones de esquí francesas), de música electrónica. 

Literatura

A lo largo de la historia, diferentes autores han utilizado los Pirineos como elemento fundamental de sus novelas. Buenos ejemplos de ello son: Cuentos del Pirineo para niños y adultos, de Rafael Andolz, un libro que recopila cuentos, historias y leyendas de los Pirineos que antiguamente se contaban junto al fuego y se transmitían de padres a hijos; Pirineo. Un país de cuento, una obra coral escrita por 30 escritores pirenaicos (aragoneses, navarros, vascos, catalanes y franceses), entre ellos el desaparecido José Antonio Labordeta, que refleja la tradición de la narración oral pirenaica; La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, que narra las andanzas del último habitante del pueblo abandonado de Ainielle, cerca de la estación de Formigal-Panticosa; La conquista del Pirineo, de Marcos Feliu, un homenaje a quienes hace más de dos siglos exploraron y conquistaron las cumbres de la cordillera; Sueño perverso de un escritor en Benasque, de Juan Guasch, una novela ambientada en la década de 1960 en el pueblo de Benasque que mezcla fantasía y realidad; Los pergaminos cátaros, de Luis Melero, que relata cómo en 1811, durante la guerra española contra Napoleón, en los Pirineos una mujer topo por casualidad con una pista del legendario tesoro de los cataros y se lanzó a la búsqueda del legado de esta secta; Voces tras las sombras, de Marisa García Viñals, en el que se relata la vida de tres mujeres de la Ribagorza; o Palmeras en la nieve, de Luz Gabás, que refleja la dura vida en un pequeño pueblo del valle de Benasque durante la juventud de dos hermanos que, a pesar de pasar gran parte de su vida en África, nunca olvidaron su juventud entre la nieve.

Tradiciones

Las tradiciones constituyen una parte esencial del componente identitario de cualquier sociedad y los pueblos pirenaicos no son una excepción. Aunque cada comarca y región tiene las suyas propias, hay algunas que son comunes en muchas zonas de los Pirineos, como las fallas, que se celebran durante el solsticio de verano y que, pese a tener en el fuego uno de sus elementos principales, nada tienen que ver con las de Valencia. En la noche más corta del ano, los vecinos de muchos pueblos se preparan para celebrar con júbilo la llegada del verano en esta fiesta popular de origen pagano que rinde culto al sol en agradecimiento por el éxito de las cosechas y la llegada del buen tiempo. Con diferentes variantes, en general, antes de que oscurezca se sube hasta un cerro cercano a la localidad donde a veces se comparte cena y jolgorio, luego se encienden unos troncos que se hacen descender hasta la plaza del pueblo, dibujando una larga serpiente de fuego en el monte; los vecinos reciben entre aplausos a los fallaires en su recorrido hasta la plaza mayor, donde, con todos los troncos, se hace una gran hoguera alrededor de la cual hay bailes. Las fallas, que pueden conocerse con otros nombres, como haros o brandons, fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en el 2015.

Asimismo, la mayoría de pueblos pirenaicos celebran sus fiestas mayores en verano, en especial la segunda quincena de agosto, cuando tradicionalmente las labores del campo empezaban a menguar y aun no había llegado el frio que vaciaba las calles de gente. Estas fiestas, normalmente asociadas a un santo patrón, son diferentes en cada lugar, aunque tienen como característica común bailes, concursos, competiciones deportivas y comidas populares; además, en los últimos anos muchas de ellas van acompañadas de ferias, muestras culturales y certámenes gastronómicos.

En varias comarcas se celebran en primavera o verano romerías a santuarios y capillas que suelen estar sobre cerros a un par de kilómetros del pueblo. Estas fiestas de carácter religioso tenían ‒y tienen‒ la función de espantar los males y pedir salud y buenas cosechas a la Virgen o al santo titular de la ermita a la que se dirige el peregrinaje; tras el recorrido, a menudo presidido por el párroco del pueblo, se bendice el termino, las personas y animales, se realiza una misa y se finaliza con una fiesta popular. Entre las muchas romerías destacan las de la Val d’Aran, los valles aragoneses de Broto, Tena y Aragón, y las que tienen como destino Roncesvalles.

Otras tradiciones de fuerte arraigo en los Pirineos son las que tienen que ver con la trashumancia, en especial en el Pirineo aragonés. Con la llegada del buen tiempo, desde siempre, los grandes rebaños de ovejas que han pasado el invierno en las tierras llanas del sur empiezan su camino trashumante hacia las altas montañas y durante varios días recorren una gran distancia que separa los pastos de invierno de los de verano; cuando el frio empieza a sentirse, los pastores reúnen nuevamente sus rebaños para iniciar la ruta en sentido contrario. Aunque mayoritariamente se traslada el ganado ovino, con el deshielo y el crecimiento de los pastos también vacas y caballos salen al aire libre, donde permanecerán unos meses, tras un invierno encerrados en los establos.

Mitos y leyendas

Son muchos los pueblos y comarcas pirenaicos que cuentan en su acervo cultural con leyendas que han perdurado a través de los siglos de forma oral. Cargadas de fantasía, algunas hablan de hechos sobrenaturales y otras de sucesos supuestamente históricos, aunque la mayoría son una mezcla de ambos. La más conocida es la que hace referencia a como se formaron los Pirineos: cuenta que un monstruo de tres cabezas llamado Gerión derroto al nieto de Noé, el rey Tubal, y la hija de este, Pyrene, asustada, se escondió ente los bosques de una llanura; pero Gerión, persiguiéndola, quemo esos bosques; Hércules, enamorado de Pyrene, al ver el fuego, fue a salvar a su amada, pero no pudo evitar que esta muriera bajo el fuego, por lo que, completamente desconsolado, cubrió a su amada con ceniza y, a modo de mausoleo, fue amontonando piedras sobre el cuerpo hasta formar la cordillera pirenaica.

Otra leyenda, que explica el nacimiento del Aneto, dice que el gigante Netú asesino a Atland, encantador de cumbres y descendiente de los míticos atlantes; como castigo, los dioses lanzaron un rayo contra Netú, que murió y quedo sepultado entre las rocas, dando forma a la cima del Aneto; además, se cuenta que las nieves perpetuas del glaciar no son otra cosa que las blancas barbas de Atland.

Entre las numerosas leyendas que se extienden por toda la geografía pirenaica, una explica como una estrella que sentía envidia de todo lo que había en la tierra se convirtió, por deseo de la luna, en edelweiss. Otra afirma que, en la madrugada de San Juan, si te lavas la cara en el ibón de Plan, veras como el agua se transforma en una hermosa mujer que se pone a bailar.

El origen del pueblo de Setcases también tiene su propia leyenda, según la cual siete hermanos, tras encontrar una flor de saúco que habían buscado para proteger el ganado de la nieve, construyeron siete cabañas (set cases en catalán significa “siete casas”). Otra leyenda narra que, al crearse el mundo, el malvado gnomo Erulet, rechazado tanto en el cielo como en el infierno, se quedó atrapado en la Val d’Aran; para librarse de él y sus malas influencias, los vecinos esparcen virutas encendidas de un tronco de abeto (de ahí la tradición de la quema del haro).

Según otra leyenda, la Virgen de Núria fue esculpida por san Gil en el s. VIII, quien se vio obligado a esconderla en una cueva junto a una olla y una cruz durante el dominio árabe; tres siglos más tarde, un peregrino encontró la imagen junto a la olla y la cruz y fundo el santuario de Núria.

Otra fábula explica que en el castillo de Requesens vivían la mujer e hijas de un gigante que, asediadas en su fortaleza, ofrecieron a sus enemigos un banquete a base de pescado fresco procedente de un supuesto río subterráneo que discurre bajo los Pirineos. Una curiosa leyenda cuenta que un pastor vio un rosal silvestre florecido en pleno invierno allí donde hoy se levanta el santuario andorrano de Meritxell.

Otra narración cuenta que los cristianos conquistaron Alquézar gracias a la valentía de una joven y hermosa vecina del pueblo de Buera, que se encargó de embriagar al rey moro Jalaf Ibn Rasid; la brecha de Rolando, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, también tiene su propia leyenda, según la cual el propio Rolando o Roldán, herido de muerte tras la batalla de Roncesvalles, al ver que no podría llegar a su país, lanzo su espada Durandarte para que cayera en territorio francés y esta, al golpear la roca, abrió una enorme brecha que permitió a Rolando contemplar su tierra gala a pesar de morir en territorio español.

También hay varias leyendas relacionadas con brujas y dragones, como la de las brujas de Alquézar, a las que la gente del pueblo, cristianos temerosos, atribuían tormentas, sequias, enfermedades o cualquier otra calamidad, hasta tal punto que en cada bola de granizo se decían que podía encontrarse un pelo de bruja. O aquella otra fábula que narra como 12 brujas desnudas salieron volando del pueblo de Olsón. Una tercera leyenda explica que entre las grandes rocas de la pena Oroel habitaba un feroz dragón que atacaba el ganado y raptaba a los niños de los pueblos cercanos; pero un joven que se encontraba preso, acusado de juntarse y defender a las brujas, propuso que, si acababa con el dragón, le dieran la libertad; tras el trato, sabiendo, gracias a las brujas, que los dragones hipnotizaban a sus víctimas con la mirada, pulió su escudo para que hiciera las funciones de espejo, con lo que el propio dragón, al intentar atacar al joven, vio su mirada reflejada en el metal, quedo hipnotizado y cayó al suelo, lo que el muchacho aprovechó para darle muerte.

Más leyendas hablan del nacimiento de montañas, pueblos, ríos y lagos, y en un viaje por cualquier zona de los Pirineos puede ser divertido y entretenido intentar conocer los mitos, fábulas, supersticiones y leyendas del lugar.
 

 

Tienda

Artículos más leídos

Locronan, Francia
Hay miles de pueblos en Francia, unos más bellos que otros, pero estos 14 tienen algo muy especial.
alainlm - Flickr